“El
que me ama cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo haremos morada en él” (Jn 14, 21-26). En esta frase está la
esencia de la vida cristiana. Si los cristianos verdaderamente comprendiéramos
lo que esto significa, la civilización entera estaría construida sobre la base
del Amor de Cristo y no sobre lo que está construida hoy, el ateísmo, el
agnosticismo, el materialismo.
Jesús
dice que “si alguien lo ama”, ese tal, “cumplirá sus mandamientos” y “el Padre
y Él harán morada” en él, en el que cumpla los mandamientos por amor. El amor es
la clave para el cumplimiento de los mandatos de Dios, porque “Dios es Amor”,
no es un Dios de temor, ni de ira, ni de venganza -aunque en su Justa Ira puede condenar en el Infierno al impenitente que no se arrepiente de sus pecados-, por lo tanto, quien cumple
sus mandamientos por amor, los cumple siguiendo su esencia. Quien cumple un
mandato por amor, demuestra que ama a Aquel que dispuso el mandato, y como el
Amor es lo más perfecto que existe, el que ama se coloca a sí mismo en la cima
de la perfección, imitando a Dios que es perfecto y cumpliendo lo que Jesús
pide: “Sed perfectos, como Dios es perfecto”. Por otra parte, quien cumple los
mandamientos por amor, y no por temor al castigo, o a la venganza, o por deseos
de verse recompensado, demuestra desinterés, porque el que ama no obra por
mezquinos intereses, sino solo por amor, por el solo hecho de amar.
“El
que me ama cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo haremos morada en él”. El que
cumple los mandamientos por amor, obra desinteresadamente, sin interés alguno
por recibir un premio, pero recibe un premio impensado, inimaginable: el Amor
que lo llevó a obrar, atrae a sí al Padre y al Hijo a su corazón, y su corazón
se convierte en morada de las Tres Divinas Personas y así, paradójicamente, el
que obró por amor, desinteresadamente, recibe un premio de valor incalculable,
la inhabitación trinitaria por la gracia.
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