sábado, 31 de mayo de 2014

Solemnidad de la Ascensión del Señor


(Ciclo A – 2014)
         “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús asciende a los cielos con su Cuerpo glorioso y resucitado. De esta manera, cumple gran parte de su misterio pascual de muerte y resurrección. Al ascender, lleva su humanidad resucitada, que ha pasado ya por la amargura y la tribulación de la muerte de la Pasión y de la muerte de cruz, al cielo, al seno del Padre eterno, y la lleva glorificada, como primicia de todos aquellos que morirán en gracia, que se harán acreedores de los méritos que Él consiguió con su sacrificio en cruz. Jesús Resucitado, Glorioso, que Asciende entre aclamaciones, hosannas y aleluyas de los ángeles del cielo, es la Cabeza de la Nueva Humanidad, la humanidad regenerada por la gracia, la humanidad que ha sido adoptada por Dios, la que sido bañada y regenerada en la Sangre del Cordero, la que ha sido lavada en las aguas purísimas de la gracia santificante, las aguas que brotan de las entrañas del Sagrado Corazón traspasado por la lanza en la cruz. Jesús es la Cabeza de la Nueva Humanidad, gloriosa y resucitada, que asciende entre aclamaciones de triunfo, porque ha vencido para siempre en la cruz a los crueles enemigos de la humanidad, el demonio, la muerte y el pecado, y ahora ingresa en el santuario del cielo, con la Humanidad regenerada por la gracia, glorificada, luminosa, refulgente, llena de la Vida, del Amor y de la Luz de Dios Uno y Trino, y lo hace como anticipo del ingreso del Cuerpo Místico de la Iglesia, los bautizados que morirán en gracia, los fieles que en el momento de la muerte estarán configurados con Cristo porque lo habrán aceptado como a su Dios y Señor, como a su Salvador y Redentor y habrán pedido perdón de sus pecados, habrán dejado que su Sangre les lave sus heridas y les purifique las pústulas y las lesiones del pecado, quedando sus almas purificadas y regeneradas por la gracia santificante y también sus cuerpos, que al pasar a la otra vida, serán glorificados y así, sus almas y cuerpos, es decir, toda su humanidad, glorificada, entrará al cielo, como parte del Cuerpo Místico de Jesús, Cabeza de la Humanidad regenerada por la gracia, que ha entrado primero, como primicia, en el santuario del cielo.
         “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Parece una paradoja, o un contrasentido, la promesa de Jesús, de permanecer en su Iglesia, con sus discípulos, todos los días, hasta el fin de los tiempos, en el mismo momento en el que justamente, desaparece de la vista de ellos, para ascender al cielo, es decir, para no ser visto ya más. Pero Jesús no hace promesas en vano, ni promete cosas que no va a cumplir. Cuando Jesús promete algo, es porque lo que promete, lo cumple y en este caso, la promesa está ya cumplida antes de ser formulada, desde la Última Cena, porque antes de ascender a los cielos, Jesús ha obrado el milagro de la transubstanciación del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Cenáculo, obrando el milagro eucarístico, y esa es su forma, admirable y milagrosa, de cumplir su promesa de “permanecer con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”: en la Eucaristía, en el sagrario, escondido en las especies sacramentales, en algo que parece pan pero que no es más pan, porque es Él en Persona, es la substancia de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, porque ya no es más la substancia del pan y del vino.
         Entonces, a partir de la Santa Misa, la Iglesia puede contemplar a su Señor que asciende glorioso y resucitado a los cielos, y puede verlo desaparecer, pero no lo extraña, porque si bien no lo ve ya más visible y sensiblemente, sí lo contempla, con los ojos de la fe, invisible, pero real y verdaderamente Presente, en el sacramento de la Eucaristía. Así la Iglesia puede cumplir el mandato misionero del Señor: “Vayan y hagan que todos sean mis discípulos, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado”, porque cuenta con la Presencia real y substancial de su Señor en la Eucaristía, porque Él en la Eucaristía es el Motor de Amor y de Vida divina que alimenta a su Iglesia con su Presencia Eucarística.

         “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús Asciende a los cielos con su Cuerpo glorificado y por eso ya no lo vemos más sensiblemente, con los ojos del cuerpo, pero al mismo tiempo, permanece con su Cuerpo, glorioso y resucitado, con su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía, en donde lo podemos contemplar con los ojos de la fe y alimentarnos de su Vida, de su Luz y de su Amor, para difundir su Evangelio, en el cumplimiento de su mandato misionero, de hacer discípulos suyos a todos los hombres de la tierra, hasta el fin de los tiempos, cuando Él vuelva en el esplendor de su gloria.

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