“El
Espíritu de la Verdad los introducirá en toda la verdad (…) y me glorificará” (Jn 16, 12-15). Es el Espíritu Santo
quien nos dice la verdad acerca de Jesús: es el Espíritu quien nos dice que Jesús
no es un hombre más, uno más entre tantos otros; es el Espíritu Santo quien nos
dice que Jesús no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los
santos: el Espíritu Santo es el Maestro interior que nos enseña, sin palabras,
proporcionándonos un conocimiento
sobrenatural y celestial, que Jesús es Dios Hijo encarnado, el Verbo del Padre
eternamente pronunciado, que se ha encarnado en el seno virgen de María para
ofrendar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Cruz y en la
Eucaristía, como ofrenda sacrificial para la salvación de la humanidad. Es el
Espíritu Santo quien nos dice toda la verdad acerca de Jesús, y es Él quien nos
dice que Jesús entregó su Cuerpo en la cruz y derramó su Sangre en el Santo Sacrificio
del Calvario y que ese santo sacrificio se prolonga, se actualiza y se renueva
de modo incruento, bajo las especies sacramentales, en el Santo Sacrificio del
Altar, en la Santa Misa, porque la Misa es el mismo y único Sacrificio de la
Cruz. Es el Espíritu Santo el que nos enseña que la Eucaristía no es un poco de
pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma,
la Divinidad y el Amor de Jesús, el mismo Cuerpo, la misma Sangre, la misma
Alma, la misma Divinidad y el mismo Amor que entregó en la cruz, en el
Calvario, solo que ahora continúa esa entrega de todo sí mismo oculto en el Sacramento de la
Eucaristía. Es el Espíritu Santo el que nos enseña que el altar eucarístico no
es un elemento material de madera o piedra, sino que en la Santa Misa es el
mismo cielo que baja a la tierra, cielo en el que está el Cordero Degollado, al
que adoran los ángeles postrándose ante su Presencia; es el Espíritu Santo el
que nos dice que la Eucaristía es ese mismo Cordero Degollado (cfr. Ap 5, 6), adorado por los
ángeles, oculto bajo la apariencia de pan, pero que ya no es más pan y que por
lo tanto también nosotros debemos adorarlo, postrándonos ante su Presencia
sacramental eucarística. Es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, el que
nos enseña toda la verdad acerca de Jesús y lo glorifica.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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