miércoles, 10 de diciembre de 2014

“No ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista y sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”


“No ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista y sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él” (Mt 11, 11-15). Jesús alaba a Juan el Bautista diciendo de él que “no ha nacido ningún hombre más grande”, pero al mismo tiempo, dice que “el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”. La razón es que Juan es el mayor de los profetas del Antiguo Testamento, porque él es el Precursor, el profeta inmediatamente anterior al Mesías, contemporáneo al Mesías, que señala la Llegada y la Presencia del Mesías entre los hombres: “Este es el Cordero de Dios” (…). Su misión es la más alta de entre todos los profetas del Antiguo Testamento, porque mientras los profetas del Antiguo Testamento profetizaron por medio de visiones la llegada del Mesías, el Bautista es mucho más próximo al Mesías, no solo cronológicamente, sino biológicamente, puesto que es incluso su primo, su pariente. Juan el Bautista tiene por lo tanto la misión de predicar la conversión de los corazones y de administrar un bautismo meramente moral, como preparación de los espíritus para la inminente llegada del Mesías, el Cordero de Dios, al cual él señala con su dedo, y terminará sellando su anuncio con el derramamiento de su propia sangre. En esto consiste su grandeza, en la especial misión que le compete, y en el hecho de que está destinado al martirio, a sellar con su propia sangre el anuncio de la inminente Primera Venida del Mesías.
Sin embargo, si bien el Bautista es el más grande de los profetas de la Antigua Alianza, la Nueva Alianza, el Reino de Jesucristo, será tan superior, que cualquiera que sea establecido en esta Nueva Alianza, será superior al Bautista, y la razón es que será Jesucristo mismo en Persona quien le concederá un bien que lo engrandecerá sobre todo otro bien, y ese bien será la causa de esa superioridad. ¿Cuál es este bien misterioso, que hace que quien pertenezca a la Nueva Alianza, sea superior al más grande de la Antigua Alianza, Juan el Bautista? Para saberlo, es necesario acudir a la parábola del servidor bueno y fiel[1] (24, 42ss) y prestar atención a su simbología: el siervo es el bautizado; la túnica ceñida es la actitud vigilante y operante de quien obra activamente la misericordia, movido por el Amor de Dios; la lámpara es la naturaleza humana, el cuerpo y el alma y la lámpara encendida es esa naturaleza humana, iluminada por la gracia santificante y aquí está la superioridad de la Nueva Alianza, en la gracia santificante, porque es lo que permite al siervo bueno y fiel salir de la oscuridad y estar iluminado, para esperar a su amo, que vendrá “a la hora menos esperada”; el premio que recibe el servidor bueno y fiel, por su actitud vigilante, es la vida eterna.
“No ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista y sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”. La grandeza de la Nueva Alianza radica en la gracia santificante, gracia que concede la filiación divina, lo cual constituye un privilegio imposible de dimensionar en esta vida, aunque tampoco en la otra, tanta es su grandeza. La gracia nos hace ser hijos de la Iglesia e hijos de Dios y como hijos de Dios, la gracia nos hace capaces de contemplar la gloria del Verbo de Dios que se hace Carne: “El Verbo (que) era Dios (…) vino a los suyos (…) a los que lo recibieron, les dio el poder de ser hijos de Dios (…)”.
Ahora bien, “el Verbo de Dios que se hizo Carne”, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, por lo tanto, al contemplar la Eucaristía, contemplamos, en cierta manera, la gloria de Dios, por medio de la fe, ya en esta tierra, como un anticipo de lo que será la contemplación de la gloria del Cordero de Dios y de la Trinidad en el cielo: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros –y nosotros vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre- lleno de gracia y de verdad” (cfr. Jn 1, 1-14). Es por todos estos motivos que, cualquiera, en el Reino de los cielos, es decir, en la Nueva Alianza, en la Iglesia Peregrina, aun siendo “nada más pecado”, por la gracia santificante recibida en el bautismo, somos más grandes que Juan el Bautista.




[1] Cfr. Juan Straubinger, La Santa Biblia, Universidad Católica de La Plata, La Plata 2007, n.10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario