domingo, 15 de enero de 2017

“Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”


"Juan Bautista predicando"
(Pier Mola)

(Domingo II - TO - Ciclo A – 2017)

“Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29-34). Al ver “acercarse a Jesús”, Juan nombra a Jesús con un nombre nuevo, no dado por nadie anteriormente, llamándolo: “Cordero de Dios”: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Es decir, mientras otros ven en Jesús “al hijo del carpintero”, al hijo de María y José”, Juan ve en Jesús no a un hombre más entre tantos, sino al Cordero de Dios, y el Cordero que viene a “quitar los pecados del mundo”. El nombre nuevo que el Bautista da a Jesús –Cordero de Dios- y la función mesiánica que le atribuye –quitar los pecados del mundo-, no son producto de elucubraciones mentales del Bautista: según la misma Escritura, el Bautista es iluminado por Dios Padre, y es la única explicación plausible para que él vea lo que nadie más ve: ve al Espíritu Santo en forma de paloma descender sobre Jesús, y ve en Jesús al “Hijo de Dios”, es decir, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por lo mismo, se puede decir que, para el Bautista, la revelación de Jesús en cuanto Mesías y Cordero de Dios es el fruto de una teofanía trinitaria acaecida en su alma, por don y disposición divina.
Esta es la razón sobrenatural por la cual Juan no tiene ninguna duda acerca de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y acerca de su función mesiánica, pues es Dios Padre –“Aquél que lo ha enviado”- quien le dice quién es Jesús: “(…) el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’”. Dios Padre envía a Juan; además, Juan ve, en persona, al Espíritu Santo, en forma de paloma, descender sobre Jesús: “Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él””; y “el que bautiza en el Espíritu”, no puede ser otro que el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Trinidad. De aquí el testimonio sin duda alguna del Bautista, acerca de la divinidad de Jesucristo: “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” y acerca de su función mesiánica: ha venido a “quitar los pecados del mundo”.

         “Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Análogamente a Juan, que ve en Cristo no a un hombre más, sino a la Persona del Hijo de Dios, el cristiano, iluminado por la luz de la gracia y de la fe de la Iglesia Católica, ve en la Eucaristía no un pan bendecido, sino al Hijo de Dios, Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por eso la misión del cristiano en la tierra, es la misma misión del Bautista: anunciar, en el desierto del mundo, iluminado por la luz de la gracia y de la fe, no sólo que Jesús es Dios Hijo encarnado, sino que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Al igual que el Bautista, que al ver a Jesús no vio en Él a un simple hombre, sino al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, así también, el católico, al ver la Eucaristía, no ve un pedacito de pan bendecido, sino al Hijo de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, oculto en apariencia de pan. Cada vez que el católico contempla la Eucaristía, debe repetir, junto a Juan el Bautista: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y adorar a Jesús en la Eucaristía, y amarlo con todas las fuerzas de su corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario