jueves, 5 de enero de 2017

“Hemos hallado a Jesús”


“Hemos hallado a Jesús” (Jn 1, 43-51). La noticia del hallazgo de Jesús, de parte de Felipe a Natanael, es la noticia más hermosa que jamás nadie pueda recibir: “Hemos hallado a Jesús”. Aquel de quien hablaban los profetas, el Redentor, el Mesías, el Salvador; Aquel a quien esperaban los justos del Antiguo Testamento, porque habría de salvar a Israel. Pero el encuentro con Jesús supera infinitamente las expectativas que Felipe o cualquiera del Pueblo Elegido podría tener acerca del Mesías: la liberación que trae Jesús no es terrena, sino celestial, y los enemigos a los que el Mesías derrotará no son los simples mortales, sino aquellos que esclavizan a la humanidad entera: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Y si estos son dones maravillosos del Mesías, no son todos, ni los más grandiosos: el Mesías dará a los hombres, a aquellos que lo reciban, “el poder de ser hijos de Dios”, al concederles la gracia de la filiación divina, la misma filiación divina con la cual Jesús, el Mesías, es Hijo de Dios desde la eternidad. Y, todavía más, el Mesías que acaban de encontrar, es Quien derramará hasta la última gota de Sangre en la Cruz del Calvario, como suprema muestra del Divino Amor a los hombres, Amor que donará a todos y cada uno sin medida; Amor celestial, sobrenatural, infinito, eterno e incomprensible.
“Hemos hallado a Jesús, el hijo de José de Nazareth”. Ese mismo Jesús, hallado por Felipe y comunicado a Natanael, se encuentra en la Eucaristía, vivo, glorioso, resucitado, como habiendo pasado ya por su misterio pascual de Muerte y Resurrección. ¿Podemos decir, parafraseando a Felipe: “Hemos hallado a Jesús en la Eucaristía”? Y si lo hemos hallado, ¿comunicamos esta grandiosa noticia a nuestros hermanos, más que con palabras, con obras de misericordia?


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