El canto de los ángeles expresa la esencia de la Navidad: “Gloria
a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). El Nacimiento del Niño Dios
en la tierra glorifica a Dios en el cielo, porque el Niño Jesús es la gloria de
Dios manifestada en forma de Niño humano, revelada en la tierra como naturaleza
humana y es por eso que el que glorifica al Niño Dios en la tierra, glorifica
al mismo tiempo a ese mismo Dios que está en el cielo.
El Nacimiento del Niño Dios trae la paz a los hombres de
buena voluntad, a aquellos que lo aceptan así como viene a la humanidad:
encarnado en la naturaleza humana, asumiendo en su Persona Divina a la
naturaleza humana, para redimirla, santificarla y elevarla a la dignidad
inapreciable de hijos de Dios a todos los hombres que lo reciban con fe y con
amor. La paz que trae este Niño y que es la que cantan los ángeles, no es la
paz mundana, sino que es la paz de Dios, porque este Niño, ya desde la
Encarnación, al asumir la naturaleza humana en su Persona Divina –la Segunda de
la Trinidad-, comenzó la Redención, la cual habría de consumar en la Cruz, al
entregar su Cuerpo y derramar su Sangre en el Monte Calvario. Y con la
Redención, con el perdón de los pecados, obtenido al precio de la Sangre y la
Vida de Jesús crucificado, el hombre alcanza la paz de Dios, la verdadera y
única paz que puede sosegar su espíritu, revuelto e inmerso en la oscuridad
espiritual desde el pecado original de Adán y Eva, porque la Sangre del
Redentor, al caer sobre el alma del hombre, no solo le quita aquello que lo
enemistaba con Dios, el pecado, sino que le concede además la gracia
santificante que lo convierte en hijo adoptivo de Dios, y por la gracia, el alma
del hombre se llena de una paz nueva, desconocida, que es la Paz de Dios o, más
bien, se “llena” su alma –por así decir- de Dios, que es la Paz Increada en sí
misma.
“La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo” (Jn 14, 27). La paz que viene a traer
este Niño Dios, nacido en Belén del seno virgen de María Santísima, es una paz
que no es la paz mundana, sino la paz que todo hombre anhela, la paz que viene
al alma por la gracia santificante, que colma el alma con Presencia de Dios Uno
y Trino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario