jueves, 12 de enero de 2017

“Jesús fue a un lugar desierto a orar”


“Jesús fue a un lugar desierto a orar” (cfr. Mc 1, 29-39). La oración de Jesucristo se caracteriza, entre otras cosas, por ser opuesta a la oración farisaica: mientras esta es externa y es realizada públicamente para que los hombres vean y alaben como religiosos a quienes la realizan, la oración de Jesús es una oración realizada “en un lugar desierto”, es decir, un lugar apartado de toda mirada humana, porque lejos de buscar ser reconocido por los hombres, Jesús busca nada más que la unión íntima, espiritual y en el Amor, con Dios. En este sentido, la oración farisaica es superficial, dirigida nominalmente a Dios pero, en el fondo, es una oración del fariseo consigo mismo porque, en el fondo, no busca unirse a Dios en la fe y en el amor, sino que lo busca es su propia glorificación mundana, que la obtiene al ser tenido como “hombre bueno y religioso” por parte de los hombres. Sin embargo, a los ojos de Dios, la oración farisaica y el fariseo mismo, no son más que un cúmulo de soberbia, orgullo, presunción y vanidad, porque su oración no llega hasta el trono de su majestad, desde el momento en que el fariseo no es eso lo que pretende sino, como hemos dicho, lo que pretende, al hacer oración, es recibir la glorificación mundana de parte de los hombres. El fariseo, con su oración pública y superficial, no busca la gloria de Dios, sino su propia gloria.
“Jesús fue a un lugar desierto a orar”. En este sentido, la elección de Jesús de un “lugar desierto”, se contrapone radicalmente a la oración pública de los fariseos, realizada exprofeso delante de los hombres para ser reconocidos por ellos, lo cual no es del agrado de Dios y se contrapone a la oración cristiana: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa” (Mt 6, 5). Esto no significa que no se pueda orar públicamente, sino que la oración debe ser, ante todo, un diálogo privado, íntimo, interior, entre Dios y el alma, en la que el alma, movida por la fe y el amor a Dios y no a sí misma, busca unirse a Dios, y esto puede suceder aun cuando se rece públicamente.

La elección de un lugar “desierto”, en el que Jesús está físicamente apartado de los discípulos y de los hombres, tiene un doble significado: por un lado, hacernos ver que la verdadera oración cristiana no busca el honor v ano y mundano que los hombres se propician unos a otros, ya que lo que busca la oración es la unión con Dios por la fe y el amor, y no el aplauso humano. Por otro lado, la elección de un lugar físicamente alejado de los hombres, como el desierto, tiene por objeto de simbolizar otro desierto, no ubicado físicamente, sino en el interior mismo del hombre, y es su propio corazón, en donde los hombres no pueden acceder, siendo sólo Dios y nadie más que Dios, quien puede acceder a él. Es decir, en la oración cristiana, además de ser importante de que esta se realice en un lugar físico que se encuentre apartado del mundo, el desierto simboliza y representa el propio corazón del hombre, porque es allí en donde el alma se encuentra a solas con Dios y es vista sólo por Dios. Es por esto que Jesús recomienda, para orar, el retirarse a la habitación propia y cerrar la puerta y orar, para ser visto sólo por Dios y para recibir la recompensa de Él y no de los hombres: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). Y esto puede acontecer aun en medio de una multitud, si el alma busca, aun en medio del hombre y del bullicio del mundo, encerrarse en su propio corazón para buscar a Dios y su gloria y no el aplauso, el reconocimiento y la gloria mundana de los hombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario