“Jesús
fue a un lugar desierto a orar” (cfr. Mc
1, 29-39). La oración de Jesucristo se caracteriza, entre otras cosas, por ser
opuesta a la oración farisaica: mientras esta es externa y es realizada
públicamente para que los hombres vean y alaben como religiosos a quienes la
realizan, la oración de Jesús es una oración realizada “en un lugar desierto”,
es decir, un lugar apartado de toda mirada humana, porque lejos de buscar ser
reconocido por los hombres, Jesús busca nada más que la unión íntima,
espiritual y en el Amor, con Dios. En este sentido, la oración farisaica es
superficial, dirigida nominalmente a Dios pero, en el fondo, es una oración del
fariseo consigo mismo porque, en el fondo, no busca unirse a Dios en la fe y en
el amor, sino que lo busca es su propia glorificación mundana, que la obtiene
al ser tenido como “hombre bueno y religioso” por parte de los hombres. Sin embargo,
a los ojos de Dios, la oración farisaica y el fariseo mismo, no son más que un
cúmulo de soberbia, orgullo, presunción y vanidad, porque su oración no llega
hasta el trono de su majestad, desde el momento en que el fariseo no es eso lo
que pretende sino, como hemos dicho, lo que pretende, al hacer oración, es
recibir la glorificación mundana de parte de los hombres. El fariseo, con su
oración pública y superficial, no busca la gloria de Dios, sino su propia
gloria.
“Jesús
fue a un lugar desierto a orar”. En este sentido, la elección de Jesús de un “lugar
desierto”, se contrapone radicalmente a la oración pública de los fariseos,
realizada exprofeso delante de los hombres para ser reconocidos por ellos, lo
cual no es del agrado de Dios y se contrapone a la oración cristiana: “Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y
orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los
hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa” (Mt 6, 5). Esto no significa que no se
pueda orar públicamente, sino que la oración debe ser, ante todo, un diálogo
privado, íntimo, interior, entre Dios y el alma, en la que el alma, movida por
la fe y el amor a Dios y no a sí misma, busca unirse a Dios, y esto puede
suceder aun cuando se rece públicamente.
La
elección de un lugar “desierto”, en el que Jesús está físicamente apartado de
los discípulos y de los hombres, tiene un doble significado: por un lado,
hacernos ver que la verdadera oración cristiana no busca el honor v ano y mundano
que los hombres se propician unos a otros, ya que lo que busca la oración es la
unión con Dios por la fe y el amor, y no el aplauso humano. Por otro lado, la
elección de un lugar físicamente alejado de los hombres, como el desierto,
tiene por objeto de simbolizar otro desierto, no ubicado físicamente, sino en
el interior mismo del hombre, y es su propio corazón, en donde los hombres no
pueden acceder, siendo sólo Dios y nadie más que Dios, quien puede acceder a
él. Es decir, en la oración cristiana, además de ser importante de que esta se
realice en un lugar físico que se encuentre apartado del mundo, el desierto
simboliza y representa el propio corazón del hombre, porque es allí en donde el
alma se encuentra a solas con Dios y es vista sólo por Dios. Es por esto que
Jesús recomienda, para orar, el retirarse a la habitación propia y cerrar la
puerta y orar, para ser visto sólo por Dios y para recibir la recompensa de Él
y no de los hombres: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas
cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). Y
esto puede acontecer aun en medio de una multitud, si el alma busca, aun en
medio del hombre y del bullicio del mundo, encerrarse en su propio corazón para
buscar a Dios y su gloria y no el aplauso, el reconocimiento y la gloria
mundana de los hombres.
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