sábado, 14 de enero de 2017

“Señor, si quieres, puedes purificarme”


“Señor, si quieres, puedes purificarme” (Mc 1, 40-45). Un leproso se acerca a Jesús, implorándole que cure su lepra: “Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, “conmovido”, dice el Evangelio, lo toca y lo cura: “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado””. Al instante, el leproso queda completamente curado: “En seguida la lepra desapareció y quedó purificado”.
Para poder aprehender el sentido sobrenatural de este episodio evangélico, es necesario recordar que, como dice Santo Tomás, a partir de las realidades sensibles, podemos elevarnos a las realidades sobrenaturales. En este caso, la lepra, una enfermedad causada por un bacilo y que, en el lenguaje bíblico, del pecado. Es decir, así como la lepra se caracteriza por cubrir el cuerpo de manchas indoloras y de provocar la deformación del rostro y la mutilación del cuerpo, al provocar la inflamación de la piel y de los cartílagos, llegando incluso hasta provocar la muerte, así también el pecado, en el orden espiritual, provoca una mancha en el alma, propiamente el pecado, que es indolora, y al mismo tiempo, deforma, hasta volverla irreconocible, a la imagen de Dios que toda alma posee en sí misma, por haber creada a imagen y semejanza de Dios.
A su vez, la curación milagrosa de Jesús, extendiendo su mano, tocando al leproso y diciendo: “Lo quiero, queda curado”, es un anticipo y una figura del Sacramento de la Penitencia, sacramento por el cual Jesús en Persona, a través del sacerdote ministerial, cura el alma del pecador con su gracia, quitándole la mancha del pecado y restaurando, por la gracia, la belleza natural del alma, concediéndole además una belleza sobrenatural, al convertirla, también por la gracia, en una imagen suya, en una imagen del Hombre-Dios.

Es de destacar también la fe del leproso, porque le dice “Señor”, reconociendo con esto la divinidad de Jesús, porque “Señor”, en este contexto, se reserva sólo a Dios; la fe del leproso no se queda en palabras, sino que acude a Jesús con la convicción de que, si es voluntad de Él, lo curará: “Si quieres”, le dice el leproso, puedes curarme”. La fe del leproso en la condición divina de Jesús y por lo tanto en su capacidad de poder curar su grave enfermedad, es un ejemplo para todos nosotros, al momento de acudir al Confesionario; es decir, al confesarnos, debemos confiar en el poder divino de Jesús, que perdona, a través del sacerdote ministerial, cualquier pecado, por grave que sea. Por lo tanto, al confesarnos, antes de recibir el sacramento, debemos repetir, interiormente, con la misma fe, confianza y amor en Jesús, que el leproso del Evangelio: “Señor, si quieres, puedes purificarme de mis pecados”.

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