“Señor,
si quieres, puedes purificarme” (Mc
1, 40-45). Un leproso se acerca a Jesús, implorándole que cure su lepra: “Se
acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si
quieres, puedes purificarme”. Jesús, “conmovido”, dice el Evangelio, lo toca y
lo cura: “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero,
queda purificado””. Al instante, el leproso queda completamente curado: “En
seguida la lepra desapareció y quedó purificado”.
Para
poder aprehender el sentido sobrenatural de este episodio evangélico, es
necesario recordar que, como dice Santo Tomás, a partir de las realidades
sensibles, podemos elevarnos a las realidades sobrenaturales. En este caso, la
lepra, una enfermedad causada por un bacilo y que, en el lenguaje bíblico, del
pecado. Es decir, así como la lepra se caracteriza por cubrir el cuerpo de
manchas indoloras y de provocar la deformación del rostro y la mutilación del
cuerpo, al provocar la inflamación de la piel y de los cartílagos, llegando
incluso hasta provocar la muerte, así también el pecado, en el orden
espiritual, provoca una mancha en el alma, propiamente el pecado, que es
indolora, y al mismo tiempo, deforma, hasta volverla irreconocible, a la imagen
de Dios que toda alma posee en sí misma, por haber creada a imagen y semejanza
de Dios.
A
su vez, la curación milagrosa de Jesús, extendiendo su mano, tocando al leproso
y diciendo: “Lo quiero, queda curado”, es un anticipo y una figura del Sacramento
de la Penitencia, sacramento por el cual Jesús en Persona, a través del
sacerdote ministerial, cura el alma del pecador con su gracia, quitándole la
mancha del pecado y restaurando, por la gracia, la belleza natural del alma,
concediéndole además una belleza sobrenatural, al convertirla, también por la
gracia, en una imagen suya, en una imagen del Hombre-Dios.
Es
de destacar también la fe del leproso, porque le dice “Señor”, reconociendo con
esto la divinidad de Jesús, porque “Señor”, en este contexto, se reserva sólo a
Dios; la fe del leproso no se queda en palabras, sino que acude a Jesús con la
convicción de que, si es voluntad de Él, lo curará: “Si quieres”, le dice el
leproso, puedes curarme”. La fe del leproso en la condición divina de Jesús y
por lo tanto en su capacidad de poder curar su grave enfermedad, es un ejemplo
para todos nosotros, al momento de acudir al Confesionario; es decir, al
confesarnos, debemos confiar en el poder divino de Jesús, que perdona, a través
del sacerdote ministerial, cualquier pecado, por grave que sea. Por lo tanto,
al confesarnos, antes de recibir el sacramento, debemos repetir, interiormente,
con la misma fe, confianza y amor en Jesús, que el leproso del Evangelio: “Señor,
si quieres, puedes purificarme de mis pecados”.
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