“Mi
nombre es Legión, porque somos muchos” (Mc
5, 1-20). El Evangelista describe en este pasaje y de un modo muy gráfico, la
degradación a la cual el Demonio lo somete cuando toma posesión de su cuerpo. La
descripción es muy cruda y da cuenta del odio sobrenatural que el Demonio tiene
hacia el hombre, en cuanto imagen viviente de Dios. El Evangelio dice que el
hombre poseído por el “espíritu impuro (…) habitaba en los sepulcros, y nadie
podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas (…) había roto las cadenas y
destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo (…) día y noche, vagaba entre
los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras”. Una teología
no católica diría que no se trataba de un endemoniado, sino de un enfermo
psiquiátrico, pero eso es dudar de la Palabra de Dios y del Magisterio de la
Iglesia, que nos enseñan que se trata, en este caso, de una verdadera posesión
demoníaca, y no de un solo demonio, sino de muchos, tal como lo revelan los
ángeles caídos ante la orden de Jesús de dar sus nombres: “Mi nombre es Legión,
porque somos muchos”.
El
Evangelio describe entonces una realidad, la posesión demoníaca del cuerpo de
un hombre, realidad que constituye una de las principales causas por las que el
Hijo de Dios, Jesucristo, se encarnó y murió en cruz para luego resucitar, y es
el de “destruir las obras del Diablo” (cfr. 1
Jn 3, 8). Al realizar el exorcismo expulsando a los demonios con la sola
orden de su voz, Jesús restituye la libertad plena al hombre endemoniado,
quedando reflejado, de manera patente, el estado de degradación a la que
conduce al hombre el Demonio, cuando posee su cuerpo, y el estado de salud
plena –corporal, espiritual, moral- que concede Jesús por su bondad.
Otro
elemento a considerar es que el hombre poseído por el espíritu inmundo vive
lejos de Dios: habita “en el cementerio”, dice el Evangelio, queriendo
significar el estado de muerte eterna a la que el Demonio quiere conducir al
hombre. Sin embargo, no hace falta estar poseído corporalmente por el Demonio o
por los demonios, para vivir alejados de Dios: basta con no cumplir sus
Mandamientos, porque a los Mandamientos de Dios, el Demonio contrapone los
suyos, que son los exactamente opuestos. Por ejemplo, si el Primer Mandamiento
de la Ley de Dios es: “Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”, basta con
odiar al prójimo, por ejemplo, o con intoxicar el cuerpo propio con substancias
prohibidas, o adorar a ídolos –Gauchito Gil, San La Muerte, Difunta Correa, el
dinero, el placer-, para estar bajo el mando directo del Demonio, sin que éste
necesite tomarse el “trabajo” de poseer el cuerpo. La impureza espiritual que
supone el odio y la idolatría, impide que Dios Trino inhabite en ese corazón, y
donde no está Dios, está el Demonio.
“Mi
nombre es Legión, porque somos muchos”. Quien se inclina ante los ídolos neo-paganos
y ante el dinero, aun cuando no esté poseído corporalmente por el Demonio, es
su esclavo y servidor más fiel.
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