(Ciclo
A – 2017)
Hoy Jesús es bautizado por Juan en el
Jordán, pero no porque Jesús necesitara ser bautizado, ni porque recibiera de
Juan algo que le faltara: siendo Jesús Dios Hijo encarnado, era purísimo y
perfectísimo, y su Humanidad santísima, ungida con el Espíritu Santo en el
momento mismo de la Encarnación en el seno de María Virgen, no tenía necesidad
alguna de ser purificada. Jesucristo es Dios, y por lo tanto no tiene necesidad
de un bautismo para ser purificado, como nosotros, los hombres, y quien da
testimonio de su divinidad, además de Juan el Bautista no duda ni por un
instante que Jesús es Dios Hijo, porque es el Espíritu Santo quien se lo hace
ver, es el Espíritu Santo mismo quien da testimonio de la divinidad de Cristo,
según afirma San Gregorio de Nacianzo: “El Espíritu atestigua la divinidad de
Cristo, acudiendo a Él como a su igual (…) y el Espíritu se apareció en forma
corporal de una paloma, para honrar así el Cuerpo de Cristo, que es también
divino por su excepcional unión con Dios”[1].
La
razón por la cual se bautiza, es para darnos ejemplo de cómo sí nosotros
necesitamos el bautismo, aunque en el bautismo de Jesús en el Jordán hay un
significado sobrenatural mucho más profundo: no solo está significado el
bautismo sacramental que el alma recibe en la Iglesia, sino que está realizado todo bautismo sacramental. Está
significado, porque la teofanía trinitaria del Jordán se repite en cada
bautismo sacramental: así como el Hijo, al recibir el agua, oye la voz del
Padre que dice: “Éste es mi Hijo muy amado”, y el Espíritu Santo aparece en
forma de paloma, así en el bautismo sacramental, cuando se derrama agua y el
sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, el Espíritu Santo,
invisible, concede al alma la filiación divina, haciendo que Dios Padre
exclame, acerca del que acaba de ser bautizado: “Éste es mi hijo (adoptivo) muy
amado”.
En el bautismo de Jesús en el Jordán está realizado todo bautismo sacramental –todos
y cada uno de los que se realizarán hasta el fin de los tiempos-, porque en la
inmersión de la Humanidad santísima de Jesús en el Jordán, está representada su
muerte –en la cruz-, y en el emerger Jesús del Jordán, está representada su
resurrección, y como en Él los hombres somos hechos partícipes de su Humanidad
por la Encarnación, todo el que recibe el bautismo sacramental, participa de su
muerte –inmersión- y de su resurrección –emerger del agua-.
Otro elemento presente en el Bautismo es la “derrota del
dragón”, es decir, del Demonio, al ser sumergido Jesús, porque allí está
significada y anticipada su muerte en Cruz, por la cual lo derrota
definitivamente.
Por lo tanto, al celebrar la Fiesta del Bautismo del Señor,
recordemos que en su inmersión fuimos hechos partícipes de su muerte en cruz;
nuestro enemigo mortal, el Demonio –junto a la Muerte y el Pecado- fue vencido
para siempre; se nos concedió la filiación divina y, para nosotros, se abrieron
las puertas del cielo, cerradas por Adán, por lo que debe servir esta Fiesta
para meditar en el don recibido en nuestro bautismo sacramental, un don
imposible siquiera de imaginar y cuya magnitud no podremos apreciar en su
totalidad ni en toda la eternidad. Meditemos acerca de nuestra condición de
hijos de Dios y decidámonos a vivir como hijos de la luz y hagamos el firme
propósito de dejar, para siempre, las obras del hombre viejo, el hombre de
pecado, para vivir la vida nueva de la gracia, en lo que nos queda de nuestra
vida terrena, para luego vivir en la gloria, por la eternidad.
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