domingo, 8 de enero de 2017

Fiesta del Bautismo del Señor


(Ciclo A – 2017)

   Hoy Jesús es bautizado por Juan en el Jordán, pero no porque Jesús necesitara ser bautizado, ni porque recibiera de Juan algo que le faltara: siendo Jesús Dios Hijo encarnado, era purísimo y perfectísimo, y su Humanidad santísima, ungida con el Espíritu Santo en el momento mismo de la Encarnación en el seno de María Virgen, no tenía necesidad alguna de ser purificada. Jesucristo es Dios, y por lo tanto no tiene necesidad de un bautismo para ser purificado, como nosotros, los hombres, y quien da testimonio de su divinidad, además de Juan el Bautista no duda ni por un instante que Jesús es Dios Hijo, porque es el Espíritu Santo quien se lo hace ver, es el Espíritu Santo mismo quien da testimonio de la divinidad de Cristo, según afirma San Gregorio de Nacianzo: “El Espíritu atestigua la divinidad de Cristo, acudiendo a Él como a su igual (…) y el Espíritu se apareció en forma corporal de una paloma, para honrar así el Cuerpo de Cristo, que es también divino por su excepcional unión con Dios”[1].
La razón por la cual se bautiza, es para darnos ejemplo de cómo sí nosotros necesitamos el bautismo, aunque en el bautismo de Jesús en el Jordán hay un significado sobrenatural mucho más profundo: no solo está significado el bautismo sacramental que el alma recibe en la Iglesia, sino que está realizado todo bautismo sacramental. Está significado, porque la teofanía trinitaria del Jordán se repite en cada bautismo sacramental: así como el Hijo, al recibir el agua, oye la voz del Padre que dice: “Éste es mi Hijo muy amado”, y el Espíritu Santo aparece en forma de paloma, así en el bautismo sacramental, cuando se derrama agua y el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, el Espíritu Santo, invisible, concede al alma la filiación divina, haciendo que Dios Padre exclame, acerca del que acaba de ser bautizado: “Éste es mi hijo (adoptivo) muy amado”.
         En el bautismo de Jesús en el Jordán está realizado todo bautismo sacramental –todos y cada uno de los que se realizarán hasta el fin de los tiempos-, porque en la inmersión de la Humanidad santísima de Jesús en el Jordán, está representada su muerte –en la cruz-, y en el emerger Jesús del Jordán, está representada su resurrección, y como en Él los hombres somos hechos partícipes de su Humanidad por la Encarnación, todo el que recibe el bautismo sacramental, participa de su muerte –inmersión- y de su resurrección –emerger del agua-.
         Otro elemento presente en el Bautismo es la “derrota del dragón”, es decir, del Demonio, al ser sumergido Jesús, porque allí está significada y anticipada su muerte en Cruz, por la cual lo derrota definitivamente.
         Por lo tanto, al celebrar la Fiesta del Bautismo del Señor, recordemos que en su inmersión fuimos hechos partícipes de su muerte en cruz; nuestro enemigo mortal, el Demonio –junto a la Muerte y el Pecado- fue vencido para siempre; se nos concedió la filiación divina y, para nosotros, se abrieron las puertas del cielo, cerradas por Adán, por lo que debe servir esta Fiesta para meditar en el don recibido en nuestro bautismo sacramental, un don imposible siquiera de imaginar y cuya magnitud no podremos apreciar en su totalidad ni en toda la eternidad. Meditemos acerca de nuestra condición de hijos de Dios y decidámonos a vivir como hijos de la luz y hagamos el firme propósito de dejar, para siempre, las obras del hombre viejo, el hombre de pecado, para vivir la vida nueva de la gracia, en lo que nos queda de nuestra vida terrena, para luego vivir en la gloria, por la eternidad.



[1] Disertación 39, En las santas Luminarias, 14-16. 20: PG 36, 350-351. 354. 358-359.

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