(Domingo
IV - TO - Ciclo A – 2017)
“Felices los que vivan las Bienaventuranzas, porque de ellos
es el Reino de los cielos” (cfr. Mt
5, 1-12). Jesús proclama el Sermón de la Montaña, en el que revela cuál es el
camino para poseer y heredar el Reino de los cielos. Las Bienaventuranzas constituyen,
por lo tanto, el programa de vida de quien desee, más allá de esta vida,
alcanzar el anhelado Reino de Dios. Ahora bien, estas Bienaventuranzas
proclamadas por Jesús, se encuentran en las antípodas de la sociedad hedonista,
materialista, relativista y ocultista que caracteriza a nuestros días. Para la
mentalidad del hombre pos-moderno, acostumbrado a vivir “como si Dios no
existiera” y a cumplir su propia voluntad y no la de Dios, las Bienaventuranzas
le suenan como un lenguaje extraño, incomprensible, pero no porque no sean para
él, sino porque su oído espiritual, cerrado a la Voz de Dios, pero abierto al
sibilino silbo de la Serpiente Antigua, no es capaz de reconocer la voz de su
Creador, que habla a través de la humanidad santísima de Jesús de Nazareth.
Jesús proclama una felicidad que, a los ojos del mundo, es
suma desgracia, porque se opone radicalmente a lo que el mundo considera “felicidad”.
Jesús dice: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos”. El hombre de hoy idolatra y adora al dinero
y es capaz de cometer los más horribles crímenes, con el fin de hacerse de ese
dinero, sin importarle su origen ilícito, y considera que en eso consiste su
felicidad, cuando la felicidad, a los ojos de Dios, está en la pobreza, primero
espiritual, y luego material.
Jesús dice: “Felices los pacientes, porque recibirán la
tierra en herencia”; el hombre de hoy, incapaz de soportar la tribulación y
habiendo rechazado la cruz, quiere soluciones mágicas, rápidas, y es por eso
que, en vez de sufrir con paciencia las tribulaciones, uniéndolas a las
tribulaciones de la Cruz de Jesús, único camino posible para superarlas, acude
a los servidores del Demonio, los chamanes, los brujos, los magos, los
hechiceros, y toda clase de charlatanes, ofendiendo a Dios por no confiar en su
Amor providente, y poniéndose voluntariamente en manos del Enemigo de las
almas, el Demonio.
Jesús
dice: “Felices los afligidos, porque serán consolados”, pero se trata de la
aflicción de la Cruz, de la Pasión, del Huerto de Getsemaní, una aflicción que
surge de contemplar cómo el Nombre Tres veces Santo de Dios es ultrajado
permanentemente, pero el hombre, encerrado en su egoísmo, sólo considera su
propia aflicción, la aflicción propia de las tribulaciones e incertidumbres
propias de esta vida, pero aun así, ni recurre a Dios en su aflicción, ni lo
acompaña en la aflicción del Hombre-Dios en la Pasión y el Calvario.
Jesús
dice: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.
La felicidad de Jesús es la que sobreviene cuando el alma tiene “hambre y sed
de justicia”, pero el mundo no considera que esto sea causa de felicidad; más
bien, considera que la única felicidad es el saciar el hambre y la sed del
cuerpo, y por eso no pretende ni quiere ni se afana por otra cosa que no sean
los manjares y banquetes terrenos, despreciando sacrílegamente el Banquete y el
Manjar celestial, la Carne del Cordero, el Pan de Vida eterna y el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna, la Eucaristía.
Jesús
dice: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”, pero el
hombre de hoy, lejos de ser misericordioso con su prójimo, lo utiliza a éste
para su propio placer hedonista, convirtiendo a su prójimo en un objeto que
debe ser utilizado y desechado cuando ya no sirva más.
Jesús
dice: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”, pero el
hombre de hoy inunda el mundo con una doble impureza: la del alma, postrándose
en adoración ante los ídolos mundanos –el fútbol, la música anti-cristiana, el
dinero, el poder, el placer hedonista-, y la impureza corporal, decretando
injustamente y en contra del designio divino, que la sexualidad es para el
placer y no reservada única y exclusivamente para el matrimonio y la
procreación.
Jesús
dice: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”,
pero el hombre de hoy, convertido en hijo de las tinieblas, considera a la
guerra, la discordia, la revancha, la venganza y el odio, como los motores que deben
regir las relaciones entre los hombres y las naciones, despreciando y
rechazando la Paz de Dios ofrecida en la Cruz por Jesús.
Jesús
dice: “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a
ellos les pertenece el Reino de los Cielos”, pero el hombre de hoy, al haberse
alejado de Dios, Fuente de justicia y la Justicia Divina en sí misma, ni
practica la justicia ni le interesa la justicia, volviéndose injusto ante Dios
y ante los hombres.
Jesús
dice: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los
calumnie en toda forma a causa de mí”, pero el hombre de hoy, al no seguir a
Jesús, es alabado y glorificado por el mundo y su única meta es recibir los
halagos y la gloria mundana, convirtiéndose así en perseguidores de Cristo y su
Iglesia.
Jesús
dice: “Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo”, pero el hombre de hoy se alegra y regocija por los
placeres de la tierra, porque no piensa más ni en la eternidad ni en el Reino
de los cielos.
“Felices
los que vivan las Bienaventuranzas, porque de ellos es el Reino de los cielos”.
¿Cómo vivir las Bienaventuranzas, para así ser felices, en esta vida y en la
otra? Arrodillados ante la Santa Cruz de Jesús, besando con amor y piedad sus
pies ensangrentados y suplicando a Nuestra Señora de los Dolores, que está de
pie al lado de la Cruz, que interceda por nosotros y nos refugie en su
Inmaculado Corazón.
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