"Juan Bautista predicando"
(Pier Mola)
(Domingo
II - TO - Ciclo A – 2017)
“Juan
vio acercarse a Jesús y dijo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo” (Jn 1, 29-34). Al ver “acercarse
a Jesús”, Juan nombra a Jesús con un nombre nuevo, no dado por nadie
anteriormente, llamándolo: “Cordero de Dios”: “Éste es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo”. Es decir, mientras otros ven en Jesús “al hijo del
carpintero”, al hijo de María y José”, Juan ve en Jesús no a un hombre más
entre tantos, sino al Cordero de Dios, y el Cordero que viene a “quitar los
pecados del mundo”. El nombre nuevo que el Bautista da a Jesús –Cordero de
Dios- y la función mesiánica que le atribuye –quitar los pecados del mundo-, no
son producto de elucubraciones mentales del Bautista: según la misma Escritura,
el Bautista es iluminado por Dios Padre, y es la única explicación plausible
para que él vea lo que nadie más ve: ve al Espíritu Santo en forma de paloma
descender sobre Jesús, y ve en Jesús al “Hijo de Dios”, es decir, a la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad. Por lo mismo, se puede decir que, para el
Bautista, la revelación de Jesús en cuanto Mesías y Cordero de Dios es el fruto
de una teofanía trinitaria acaecida en su alma, por don y disposición divina.
Esta
es la razón sobrenatural por la cual Juan no tiene ninguna duda acerca de la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y acerca de su función mesiánica, pues es
Dios Padre –“Aquél que lo ha enviado”- quien le dice quién es Jesús: “(…) el
que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el
Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’”. Dios
Padre envía a Juan; además, Juan ve, en persona, al Espíritu Santo, en forma de
paloma, descender sobre Jesús: “Y Juan dio este testimonio: “He visto al
Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él””; y “el
que bautiza en el Espíritu”, no puede ser otro que el Hijo de Dios, Segunda
Persona de la Trinidad. De aquí el testimonio sin duda alguna del Bautista,
acerca de la divinidad de Jesucristo: “Yo lo he visto y doy testimonio de que
él es el Hijo de Dios” y acerca de su función mesiánica: ha venido a “quitar
los pecados del mundo”.
“Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Éste es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo”. Análogamente a Juan, que ve en Cristo no
a un hombre más, sino a la Persona del Hijo de Dios, el cristiano, iluminado
por la luz de la gracia y de la fe de la Iglesia Católica, ve en la Eucaristía
no un pan bendecido, sino al Hijo de Dios, Jesús, el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo. Por eso la misión del cristiano en la tierra, es la misma
misión del Bautista: anunciar, en el desierto del mundo, iluminado por la luz de
la gracia y de la fe, no sólo que Jesús es Dios Hijo encarnado, sino que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Al igual que el Bautista, que al ver
a Jesús no vio en Él a un simple hombre, sino al Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, así también, el católico, al ver la Eucaristía, no ve un
pedacito de pan bendecido, sino al Hijo de Dios, el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo, oculto en apariencia de pan. Cada vez que el católico
contempla la Eucaristía, debe repetir, junto a Juan el Bautista: “Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y adorar a Jesús en la
Eucaristía, y amarlo con todas las fuerzas de su corazón.
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