jueves, 19 de julio de 2012

El Hijo del hombre es dueño del sábado



“El Hijo del hombre es dueño del sábado” (cfr. Mt 12, 1-8). Jesús y sus discípulos dan un paseo sabático, y cometen dos acciones prohibidas según las leyes farisaicas: arrancar espigas y trillar, considerado esto como el frotarlas entre las manos[1].
Jesús zanja la cuestión haciéndoles ver que la necesidad excusa de la ley positiva, citando el ejemplo de David, a quien el sacerdote le permitió comer de los doce panes de la Proposición, cuando la ley decía que sólo podían ser comidos los panes por los sacerdotes, por ser sagrados, pero la necesidad de David prevaleció sobre la ley positiva, y la ley fue sancionada por el sumo sacerdote.
Los fariseos plantean a nuestro Señor una delicada cuestión litúrgica y legal, por medio de la cual pretenden acusar a sus discípulos de haber quebrantado la ley: los discípulos de Jesús, en día sábado, en el que hay numerosas prohibiciones legales, cometen una doble infracción: quebrantan el ayuno comiendo trigo y lo hacen por medio de una actividad manual –restregarlo entre las manos, equivalente a la trilla-, prohibida.
Pero Jesús les hace ver que una y otra norma pertenecen a los preceptos humanos y, puesto que se trata de leyes humanas, pueden ser quebrantadas, y para ejemplificar cómo una ley humana puede no observarse en caso de necesidad, da el ejemplo de David, que comió los panes de la Proposición en el templo.
Les reprocha por lo mismo que ni siquiera han penetrado en el espíritu de la ley, ya que de haberlo hecho, no habrían permitido que sus escrúpulos legales los privasen de un juicio prudente y caritativo como el del sacerdote Ajimelec para con David (1 Sam 21, 1-6).
Por otra parte, además de hacerlos quedar en evidencia en su falta justamente a ellos, que acusaban a sus discípulos falsamente, les revela que hay algo “más grande” que el templo, que es Él en Persona, y por eso dice que Él es dueño del sábado, porque siendo Dios, es creador del sábado, y por eso puede dispensar de las leyes[2].
No termina aquí la réplica de Jesús a los fariseos; la revelación de Jesús es un abismo insondable de misterios, y cada palabra suya tiene un significado sobrenatural y miserioso: al decir Jesús que “aquí –en Él- hay algo más que el templo”, se presenta a sí mismo como santuario, en una sustitución ya anticipada en las profecías mesiánicas[3], mientras que la expresión “Señor del sábado”, no puede explicarse de manera adecuada si no es por la divinidad de Cristo[4].
Jesús, como Hombre-Dios, es el Nuevo Santuario en donde habita la plenitud de la divinidad; es la Persona del Hijo, encarnada en una naturaleza humana, y como tal, es el Señor de la historia, no sólo dueño del sábado, sino dueño del tiempo y  de la eternidad.
David comió los panes de la Proposición, los discípulos de Jesús comieron las espigas en el día sábado; Jesús, Hombre-Dios, es en la Eucaristía Él mismo el Nuevo Pan de la Proposición, el Pan del Levante, el Pan que brota del Sol Naciente, el Sol de justicia, Dios en Persona; el cuerpo de Jesús, divinizado por el contacto con la divinidad de la Persona del Hijo, es el trigo molido en el molino de la cruz y tostado como Pan Vivo de Vida eterna en el fuego del Espíritu Santo, y como Pan de Vida eterna se nos ofrece no en el sábado, sino en el Domingo, su Día, el Día del Señor resucitado, el día-símbolo de la eternidad, el Día que anticipa el Día sin ocaso, la Vida eterna.


[1] Cfr. B. Orchard et al, Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 391-392.
[2] Cfr. Orchard, ibidem.
[3] Cfr. Orchard, ibidem.
[4] Cfr. Orchard, ibidem.

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