sábado, 14 de julio de 2012

El cristiano debe anunciar que el Rey de los cielos ya ha llegado y está en la Eucaristía



(Domingo XV - TO - Ciclo B - 2012)
“Los mandó a predicar, exhortando a la conversión” (Mc 6, 7-13). Jesús envía a sus discípulos a predicar la Buena Noticia, y junto con este envío, les da poderes sobrenaturales, originados en su Persona divina, que exceden toda capacidad humana y angélica: les da poder de expulsar demonios, de curar enfermos, de resucitar muertos.
Pero todos estos milagros y poderes extraordinarios son solo signos que testifican que el anuncio es verdad; no son el anuncio final, sino el medio para llegar al anuncio, a la Buena Noticia: “el Reino de los cielos está cerca, convertíos y creed en el Evangelio”. La Buena Noticia no consiste en la posesión de poderes divinos dados a los hombres, mediante los cuales se curarán milagrosamente los enfermos, se resucitarán los muertos, se expulsarán los demonios: estos son solo prodigios que tienen el propósito de preparar el corazón para la conversión, porque solo un corazón convertido puede recibir la Buena Noticia, que es Cristo Jesús.
         Ahora bien, la Iglesia proclama el mismo mensaje de los Apóstoles, pero obrando milagros todavía más portentosos que los que ellos obraron, y lo hace por medio de los sacramentos: si los Apóstoles expulsaban demonios, la Iglesia exorciza y expulsa demonios en cada bautismo, realizando decenas de miles por todo el mundo, todos los días; si los Apóstoles resucitaban muertos, es decir, si volvían a la vida a cuerpos inertes, haciendo regresar al alma a la unión con el cuerpo, la Iglesia obra un milagro de resurrección infinitamente más grande, al devolver la vida de la gracia al alma que estaba muerta por el pecado mortal. Y, al igual que los Apóstoles, todos estos signos son solo señales o signos que tienen un objetivo preciso: la conversión del corazón.
         Por eso es que nos preguntamos: ¿qué significa “conversión”?
“Conversión” significa tener un corazón contrito y humillado, que se duele y avergüenza de los pecados, no tanto por la humillación que estos significan para el alma, sino porque por los pecados, que son malicia en sí mismos, se ofende y agravia a un Dios infinitamente bueno, que para que nos demos cuenta de su infinita bondad, viene a nosotros como un Niño recién nacido en Belén, como un hombre fracasado, que agoniza y muere en la Cruz, abandonado de todos menos de su Madre, y como si fuera un poco de pan en la Eucaristía. ¿Quién puede temer a un niño recién nacido, a un hombre que muere en la Cruz, a algo que parece ser pan? Dios viene a nosotros así, para darnos su Amor infinito, y sin embargo, nuestros corazones, endurecidos por la maldad, por el pecado, por la indiferencia, por la ausencia de amor, vuelven a crucificarlo una y otra vez, cada vez que se peca, pero también cada vez que se recibe indignamente un sacramento. La conversión no es un estado de ánimo o de sentimientos, sino una actitud de vida, que refleja la decisión vital de vivir alimentados y fortalecidos por la gracia, de cara a Dios y no de cara a las criaturas.
“Conversión” entonces significa vivir con el corazón vuelto a Dios y no a las criaturas, rechazando lo que se opone a la dignidad de hijos de Dios, tal como se pide en el Misal en la Santa Misa de este día. ¿Dónde se verifica la conversión, el corazón vuelto verdaderamente a Dios? Este corazón vuelto a Dios se ve ante todo en la recepción de los sacramentos, y es por esto que de acuerdo a cómo sea la práctica de los sacramentos, así será la conversión del corazón.
"Conversión" para el que comulga quiere decir considerar al Corazón como un lugar "sórdido" y oscuro, como lo dice la liturgia oriental; un lugar indigno de recibir al Rey de reyes, Jesucristo; significa comulgar con la conciencia de saber que la Eucaristía no es un pan bendecido, sino Cristo Dios en Persona.
“Conversión” significa para el penitente que se confiesa, no confesarse sacrílegamente, sino con la disposición, arraigada en lo más profundo del corazón, de no volver a cometer más el pecado del cual uno se acusa, y esta disposición está cuando se está dispuesto a morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, que es lo que se pide cuando uno se confiesa: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Significa tomar conciencia que la confesión sacramental no es un buen consejo dado por un psicólogo, para tranquilizar la conciencia por unos días y luego seguir como si nada hubiera pasado, como si nada se hubiera recibido.
“Conversión” para los novios significa prepararse y recibir el sacramento del matrimonio dignamente: prepararse por medio de un noviazgo casto y puro, evitando las relaciones pre-matrimoniales, que son el equivalente a algo peor que empujar, a quien supuestamente se ama, a un abismo para que muera, porque es hacerle cometer un pecado mortal, por medio del cual se abren para el alma las puertas del infierno y se le asegura un lugar allí para siempre. Las relaciones pre-matrimoniales son algo peor que si cada uno de los novios disparara al otro en la cabeza, simultáneamente, porque el castigo del pecado mortal es la condenación eterna, y los dolores del infierno son infinitamente más dolorosos que cualquier género de muerte física que pueda el hombre sufrir en esta tierra. “Convertirse” siendo novios, como lo pide Jesús en el Evangelio, quiere decir estar dispuesto a morir antes que cometer un pecado mortal, o hacer cometer al otro un pecado mortal; quiere decir estar dispuestos a vivir un noviazgo casto y puro, que conduzca al amor esponsal, y no una mera pasión egoísta.
“Convertirse”, para los esposos, quiere decir vivir heroicamente la paciencia, el afecto, la caridad, el respeto, la fidelidad, la generosidad, ante todo y principalmente con ese prójimo tan especial que es el cónyuge, el destinatario principal y primero de la caridad cristiana que el cónyuge tiene que dar al prójimo.
“Convertirse”, para los hermanos, quiere decir vivir al extremo de la heroicidad la paciencia, la generosidad, la caridad fraterna, con el hermano, y no dejarse llevar por el enojo, la impaciencia, el egoísmo, y tantas formas de faltas a la caridad que se da entre los hermanos. Los hermanos son puestos por Dios en la vida para que el hombre aprenda a amar, a dar, a perdonar, y no para descargar el propio enojo.
“Convertirse”, para los jóvenes, quiere decir dar ejemplo de vida cristiana, cumpliendo a la perfección el deber de estado, que incluye la sana diversión, y sabiendo discernir cuándo la diversión se convierte en perversión, ya que no es diversión para un cristiano empapar su cerebro de alcohol, aturdir sus oídos con música indecente e inmoral –cumbia, rock-, y atiborrar el corazón de imágenes y deseos impuros.
“Los mandó a predicar, exhortando a la conversión”. Jesús envía a sus discípulos a predicar la conversión, porque el Reino de los cielos está cerca, y para atestiguar la verdad de lo que dicen, les poder de obrar signos y milagros.
La Iglesia también obras signos y milagros, los sacramentos, y por estos signos, por estos milagros, la Iglesia quiere que, con el corazón convertido, contrito y humillado, anunciemos al mundo, obrando la misericordia, dando ejemplo de vida cristiano, rechazando los falsos atractivos del mundo, el mismo anuncio de los Apóstoles, que el Reino de Dios está cerca. Pero a nosotros, como cristianos del siglo XXI, se nos agrega un nuevo anuncio, mucho más grande todavía que la llegada del Reino de los cielos: los cristianos tenemos que anunciar que el Rey de los cielos, Jesucristo, ya está entre nosotros, ya ha venido desde su cielo eterno hasta el altar eucarístico, para quedarse en la Eucaristía y luego establecer su reinado en los corazones de quienes lo reciban con fe y con amor.
El anuncio que debe hacer el cristiano entonces, es que no solo ha llegado el Reino de Dios, sino que ha llegado y está entre nosotros, en el altar eucarístico, en la Hostia consagrada, en el sagrario, el mismísimo Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.
“Los mandó a predicar, exhortando a la conversión, anunciando que el Reino de los cielos está cerca”. El cristiano, enviado por la Iglesia, debe predicar al mundo no solo que el Reino de los cielos está cerca, sino que antes que el Reino, ya ha venido el Rey de los cielos, y está en la Eucaristía, y es para esto para lo que debemos convertir el corazón.

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