(Domingo XV - TO - Ciclo B - 2012)
“Los mandó a predicar, exhortando a la conversión” (Mc 6, 7-13). Jesús envía a sus
discípulos a predicar la
Buena Noticia, y junto con este envío, les da poderes
sobrenaturales, originados en su Persona divina, que exceden toda capacidad
humana y angélica: les da poder de expulsar demonios, de curar enfermos, de
resucitar muertos.
Pero todos estos milagros y
poderes extraordinarios son solo signos que testifican que el anuncio es verdad;
no son el anuncio final, sino el medio para llegar al anuncio, a la Buena Noticia: “el Reino de los
cielos está cerca, convertíos y creed en el Evangelio”. La Buena Noticia no
consiste en la posesión de poderes divinos dados a los hombres, mediante los
cuales se curarán milagrosamente los enfermos, se resucitarán los muertos, se
expulsarán los demonios: estos son solo prodigios que tienen el propósito de
preparar el corazón para la conversión, porque solo un corazón convertido puede
recibir la Buena Noticia,
que es Cristo Jesús.
Ahora
bien, la Iglesia
proclama el mismo mensaje de los Apóstoles, pero obrando milagros todavía más
portentosos que los que ellos obraron, y lo hace por medio de los sacramentos:
si los Apóstoles expulsaban demonios, la Iglesia exorciza y expulsa demonios en cada bautismo,
realizando decenas de miles por todo el mundo, todos los días; si los Apóstoles
resucitaban muertos, es decir, si volvían a la vida a cuerpos inertes, haciendo
regresar al alma a la unión con el cuerpo, la Iglesia obra un milagro de
resurrección infinitamente más grande, al devolver la vida de la gracia al alma
que estaba muerta por el pecado mortal. Y, al igual que los Apóstoles, todos
estos signos son solo señales o signos que tienen un objetivo preciso: la
conversión del corazón.
Por eso
es que nos preguntamos: ¿qué significa “conversión”?
“Conversión” significa tener
un corazón contrito y humillado, que se duele y avergüenza de los pecados, no
tanto por la humillación que estos significan para el alma, sino porque por los
pecados, que son malicia en sí mismos, se ofende y agravia a un Dios
infinitamente bueno, que para que nos demos cuenta de su infinita bondad, viene
a nosotros como un Niño recién nacido en Belén, como un hombre fracasado, que
agoniza y muere en la Cruz,
abandonado de todos menos de su Madre, y como si fuera un poco de pan en la Eucaristía. ¿Quién
puede temer a un niño recién nacido, a un hombre que muere en la Cruz, a algo que parece ser
pan? Dios viene a nosotros así, para darnos su Amor infinito, y sin embargo,
nuestros corazones, endurecidos por la maldad, por el pecado, por la
indiferencia, por la ausencia de amor, vuelven a crucificarlo una y otra vez,
cada vez que se peca, pero también cada vez que se recibe indignamente un
sacramento. La conversión no es un estado de ánimo o de sentimientos, sino una
actitud de vida, que refleja la decisión vital de vivir alimentados y
fortalecidos por la gracia, de cara a Dios y no de cara a las criaturas.
“Conversión” entonces significa
vivir con el corazón vuelto a Dios y no a las criaturas, rechazando lo que se opone a la dignidad de hijos de Dios, tal como se pide en el Misal en la Santa Misa de este día. ¿Dónde se verifica la conversión, el corazón vuelto verdaderamente a Dios? Este corazón vuelto
a Dios se ve ante todo en la recepción de los sacramentos, y es por esto que de acuerdo a cómo
sea la práctica de los sacramentos, así será la conversión del corazón.
"Conversión" para el que comulga quiere decir considerar al Corazón como un lugar "sórdido" y oscuro, como lo dice la liturgia oriental; un lugar indigno de recibir al Rey de reyes, Jesucristo; significa comulgar con la conciencia de saber que la Eucaristía no es un pan bendecido, sino Cristo Dios en Persona.
"Conversión" para el que comulga quiere decir considerar al Corazón como un lugar "sórdido" y oscuro, como lo dice la liturgia oriental; un lugar indigno de recibir al Rey de reyes, Jesucristo; significa comulgar con la conciencia de saber que la Eucaristía no es un pan bendecido, sino Cristo Dios en Persona.
“Conversión” significa para
el penitente que se confiesa, no confesarse sacrílegamente, sino con la
disposición, arraigada en lo más profundo del corazón, de no volver a cometer
más el pecado del cual uno se acusa, y esta disposición está cuando se está
dispuesto a morir antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, que es
lo que se pide cuando uno se confiesa: “Antes querría haber muerto que haberos
ofendido”. Significa tomar conciencia que la confesión sacramental no es un
buen consejo dado por un psicólogo, para tranquilizar la conciencia por unos
días y luego seguir como si nada hubiera pasado, como si nada se hubiera
recibido.
“Conversión” para los novios
significa prepararse y recibir el sacramento del matrimonio dignamente:
prepararse por medio de un noviazgo casto y puro, evitando las relaciones
pre-matrimoniales, que son el equivalente a algo peor que empujar, a quien
supuestamente se ama, a un abismo para que muera, porque es hacerle cometer un
pecado mortal, por medio del cual se abren para el alma las puertas del
infierno y se le asegura un lugar allí para siempre. Las relaciones
pre-matrimoniales son algo peor que si cada uno de los novios disparara al otro
en la cabeza, simultáneamente, porque el castigo del pecado mortal es la
condenación eterna, y los dolores del infierno son infinitamente más dolorosos
que cualquier género de muerte física que pueda el hombre sufrir en esta tierra.
“Convertirse” siendo novios, como lo pide Jesús en el Evangelio, quiere decir
estar dispuesto a morir antes que cometer un pecado mortal, o hacer cometer al
otro un pecado mortal; quiere decir estar dispuestos a vivir un noviazgo casto
y puro, que conduzca al amor esponsal, y no una mera pasión egoísta.
“Convertirse”, para los
esposos, quiere decir vivir heroicamente la paciencia, el afecto, la caridad,
el respeto, la fidelidad, la generosidad, ante todo y principalmente con ese
prójimo tan especial que es el cónyuge, el destinatario principal y primero de
la caridad cristiana que el cónyuge tiene que dar al prójimo.
“Convertirse”, para los
hermanos, quiere decir vivir al extremo de la heroicidad la paciencia, la
generosidad, la caridad fraterna, con el hermano, y no dejarse llevar por el
enojo, la impaciencia, el egoísmo, y tantas formas de faltas a la caridad que
se da entre los hermanos. Los hermanos son puestos por Dios en la vida para que
el hombre aprenda a amar, a dar, a perdonar, y no para descargar el propio
enojo.
“Convertirse”, para los
jóvenes, quiere decir dar ejemplo de vida cristiana, cumpliendo a la perfección
el deber de estado, que incluye la sana diversión, y sabiendo discernir cuándo
la diversión se convierte en perversión, ya que no es diversión para un
cristiano empapar su cerebro de alcohol, aturdir sus oídos con música indecente
e inmoral –cumbia, rock-, y atiborrar el corazón de imágenes y deseos impuros.
“Los mandó a predicar,
exhortando a la conversión”. Jesús envía a sus discípulos a predicar la
conversión, porque el Reino de los cielos está cerca, y para atestiguar la
verdad de lo que dicen, les poder de obrar signos y milagros.
La Iglesia también obras signos y milagros, los sacramentos, y por
estos signos, por estos milagros, la
Iglesia quiere que, con el corazón convertido, contrito y
humillado, anunciemos al mundo, obrando la misericordia, dando ejemplo de vida
cristiano, rechazando los falsos atractivos del mundo, el mismo anuncio de los
Apóstoles, que el Reino de Dios está cerca. Pero a nosotros, como cristianos
del siglo XXI, se nos agrega un nuevo anuncio, mucho más grande todavía que la
llegada del Reino de los cielos: los cristianos tenemos que anunciar que el Rey
de los cielos, Jesucristo, ya está entre nosotros, ya ha venido desde su cielo
eterno hasta el altar eucarístico, para quedarse en la Eucaristía y luego
establecer su reinado en los corazones de quienes lo reciban con fe y con amor.
El anuncio que debe hacer el
cristiano entonces, es que no solo ha llegado el Reino de Dios, sino que ha
llegado y está entre nosotros, en el altar eucarístico, en la Hostia consagrada, en el
sagrario, el mismísimo Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.
“Los mandó a predicar,
exhortando a la conversión, anunciando que el Reino de los cielos está cerca”.
El cristiano, enviado por la
Iglesia, debe predicar al mundo no solo que el Reino de los
cielos está cerca, sino que antes que el Reino, ya ha venido el Rey de los cielos,
y está en la Eucaristía, y es para esto para lo que debemos convertir el corazón.
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