miércoles, 25 de julio de 2012

Felices los invitados al banquete celestial, la Santa Misa



“Felices sus ojos porque ven y sus oídos porque oyen lo que muchos  justos quisieron y no pudieron” (Mt 13, 10-17). Jesús llama “felices” a sus discípulos, porque ven y oyen lo que muchos justos del Antiguo Testamento quisieron ver y oír, y no pudieron, y la causa de la felicidad es Él mismo en Persona, porque Él es Dios encarnado, que ha venido a este mundo para terminar con las obras del demonio, como dice San Juan, para convertir los corazones de piedra de los hombres, en corazones de carne, que puedan recibir la gracia de la filiación divina, y así, convertidos en hijos de Dios, puedan ser llevados al Reino de los cielos.
Jesús llama felices a los discípulos que lo ven a Él, Hombre-Dios, porque Él es el signo que Dios envía a los hombres, para comunicarles su Amor y su perdón.
Pero no son ellos los únicos felices; no son felices solamente los que veían a Jesús como hombre y sabían que era Dios: también la Iglesia llama “felices” a quienes, iluminados por la luz del Espíritu Santo, acuden a la Iglesia, a la Santa Misa, para ser alimentados con el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios. Esta es la bienaventuranza que proclama la Iglesia en cada Santa Misa: “Felices los invitados al banquete celestial”.
Es por esto que la Santa Madre Iglesia nos dice a los bautizados: “Felices sus ojos porque ven y sus oídos porque oyen lo que muchos buenos paganos quisieran ver y oír, y no pueden hacerlo: ustedes ven a Dios oculto en lo que parece ser pan, y oyen su Palabra en la lectura de la Escritura. Pero son también felices porque ese mismo Dios se les da todo Él, todo lo que Es y lo que tiene, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en cada comunión. Felices los que adoran la Eucaristía y felices los que se unen a Dios Hijo por la comunión sacramental”.

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