“Proclamen que el Reino de
los cielos está cerca” (Mt 10, 7-15).
Jesús envía a sus discípulos a proclamar que “el Reino de los cielos está
cerca”, y como señal de que lo que proclaman es cierto, les da poder para curar
enfermos, resucitar a los muertos y expulsar a los demonios.
Estas señales que acompañan
a los discípulos –curar enfermos, resucitar muertos y expulsar demonios-, son
solo eso: señales, que actúan únicamente como señales, y no son de ninguna
manera el contenido último del mensaje, que es la proximidad del Reino de los
cielos. Es lo mismo que sucede con las señales viales colocadas al costado del
camino: estos son carteles indicadores que anuncian cuánto falta para llegar a
destino, pero no son el destino mismo.
Aunque parezca una verdad de
perogrullo, muchos cristianos de hoy, al igual que muchos paganos de ayer, no
han comprendido el mensaje, y han invertido los términos, tomando a las señales
por destino final, y al destino final como medio para las señales. En otras
palabras, muchos cristianos creen que la Buena Noticia consiste en ser
curados de sus enfermedades, en escapar de la muerte física y en ser librados
de la molesta presencia del demonio, solo para continuar aferrados a esta vida,
como si fuera la única y como si Cristo no hubiera anunciado la inminencia de
la vida eterna.
“Anuncien que el Reino de
los cielos está cerca”. Las curaciones de enfermos, los muertos resucitados,
los demonios expulsados, son solo señales que indican que esta vida es pasajera
y fugaz y que el Reino de los cielos, es decir, la vida eterna, está cerca, muy
cerca. ¿Cuán cerca? Tan cerca como lo está el día de la muerte de cada uno,
puesto que ese día, en el que acaba la vida terrena, es el día en el que
comienza la vida eterna, el día en que daremos cuenta a Dios en el juicio
particular, acerca de cuánto bien obramos y cuánto amor a Dios y al prójimo
tenemos en el corazón.
Para que nos preparemos para
esa vida eterna, obrando el bien y evitando el mal, es que Jesús obra milagros:
curar enfermos, resucitar muertos, expulsar demonios.
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