“Felices los que creen sin ver”. El Apóstol
Tomás se muestra incrédulo frente al testimonio de los que han sido testigos de
la resurrección, y exige la presencia sensible de Jesús para creer que Él ha
resucitado. Días después, estando Tomás presente, Jesús se aparece a los
discípulos, y le dice a Tomás que toque sus heridas, con lo cual Tomás
finalmente cree en la
Resurrección de Cristo. Sin embargo, a pesar de este
reconocimiento, Jesús no felicita a Tomás, sino a quienes “creen sin ver”.
La razón es que la incredulidad de Tomás implica
una doble desacreditación: del hecho de la Resurrección en sí
mismo, con lo cual desacredita a la
Persona de Jesucristo, con toda su vida y sus milagros, y
reduce a la nada su Pasión y Muerte en Cruz, y del testimonio de la Iglesia naciente,
representada en el resto de los Apóstoles y en los discípulos que fueron
testigos presenciales de Cristo resucitado, con lo cual Tomás desacredita a la Iglesia en su condición de
Esposa del Cordero y Testigo privilegiada de su Muerte y Resurrección.
Y con esta doble desacreditación, de Cristo y de
su Iglesia, no queda otra opción que la construcción antitética de un nuevo
cristo y de una nueva iglesia. La incredulidad de Tomás, por lo tanto, no es
inocua, ya que se acerca peligrosamente al pecado contra el Espíritu Santo, y
da lugar al anti-cristo y a la anti-iglesia. Por gracia y misericordia de Dios,
Tomás corrige su incredulidad y se convierte en Santo Tomás, creyendo
plenamente en Cristo resucitado.
Sin embargo, muchos en la Iglesia, actualmente,
profundizan la postura incrédula de Tomás antes de la conversión, por medio de
las teologías de la liberación, feminista, ecologista, progresista, y muchas
otras, con lo que pretenden suplantar a Cristo y a su Iglesia por una falsa iglesia
“progresista”, sin misterios sobrenaturales, sin milagros, sin resurrección, sin
Dios Trino, sin Eucaristía.
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