(Domingo
III - TC - Ciclo A – 2017)
“Dame de beber” (Jn
4, 5-42). Luego de recorrer los caminos de Palestina predicando el Evangelio, Jesús
llega a la ciudad samaritana de Sicar a la hora del mediodía, en el que el
calor se hace sentir más; a esto, se le suma el hecho de estar cansado por el
caminar. Todo sumado –largas caminatas evangelizando, más el calor-, hacen que Jesús
sienta sed, por lo que se acerca a un pozo –llamado “Pozo de Jacob”-,
frecuentado por hebreos y samaritanos. Sentado en el borde del pozo, ve
acercarse a una mujer samaritana, con la cual entabla un diálogo que comienza
con un pedido por parte de Jesús: “Dame de beber”.
Una primera reflexión en este episodio evangélico es el
hecho de que Jesús experimente la sed, porque podría objetarse diciendo que
Jesús es el Hombre-Dios y que, por lo tanto, no podía tener sed, porque Dios no
tiene sed, siendo Espíritu Purísimo. A esta objeción -que Jesús sea Dios y que
sienta sed- se responde considerando lo siguiente: Jesús es el Hombre-Dios, es
decir, es Dios Hijo Encarnado, es la Segunda Persona de la Trinidad, que ha
asumido hipostáticamente –personalmente- una naturaleza humana y por lo tanto,
posee las dos naturalezas, la divina y la humana, pero estas dos naturalezas no
se mezclan ni se confunden, conservando cada una sus operaciones y es por eso
que siente sed: no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre.
Una
segunda reflexión la podemos hacer al considerar el pedido que Jesús, que está
sentado en el borde del pozo, le hace a la samaritana: al acercarse al pozo, Jesús
le pide un poco de agua: “Dame de beber”. En este pedido de Jesús hay, en un
primer momento, un pedido literal de agua –líquida, esto es, la del pozo-, para
satisfacer verdaderamente su sed corpórea, ya que su Cuerpo se ha deshidratado
por el esfuerzo del caminar y por el intenso calor.
Sin embargo, además de este pedido de agua líquida –valga la
aclaración-, hay otro nivel de interpretación de las palabras de Jesús, más
profundo o, si se quiere, más elevado y sobrenatural. ¿Cuál es este sentido? En
el desarrollo del diálogo, Jesús se presenta como Aquel que es capaz de dar un “agua
viva”: “Si supieras Quién Soy Yo, el que te habla, tú me pedirías agua, porque
Yo Soy Dios, y de Mí brota la fuente de agua viva que salta hasta la eternidad;
si supieras que Yo Soy Dios, tú me pedirías que te diera “agua viva”: “Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma
se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. Ahora bien, esto parece
una paradoja, porque primero Jesús dice que tiene sed y pide de beber, pero
después le dice que Él le puede dar de beber a ella, pero un agua distinta, un “agua
viva”, y esto porque Él es “el don de Dios”, es Dios Hijo, de cuyo seno manan
fuentes de agua viva, y por eso es que le dice que si la samaritana supiera
quién es Él, sería ella la que le pediría de beber, porque le pediría del agua
de la gracia: “El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que
brotará hasta la Vida eterna”.
Para
profundizar en este nivel sobrenatural, hay que considerar la simbología
subyacente en este episodio evangélico: el pozo es símbolo del corazón del
hombre sin Dios y el agua del pozo, es símbolo del amor del hombre: Jesús tiene
sed del agua del pozo, es decir, tiene sed del amor del corazón del hombre. A su
vez, el “agua viva” que Jesús dará a quien cree en Él, es la gracia
santificante, porque el agua es símbolo de la gracia, y esta agua viva brota
del corazón de Jesús, y es esta agua la que Jesús ofrece, a la samaritana y a
todos los hombres, por medio de los sacramentos. El “agua viva” que ofrece
Jesús, a diferencia del agua del pozo de Jacob, que satisface la sed del
cuerpo, satisface la sed de amor de Dios que el hombre tiene.
Así
se explica la frase de Jesús: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que
te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado
agua viva”. El “agua viva” es la gracia santificante, que brota de Jesús como
de su Fuente inagotable, así como un arroyo de montaña, de agua cristalina,
brota de la vertiente y es lo que Jesús quiere dar a las almas, porque con la
gracia santificante, se comunican al alma la vida y el Amor de Dios.
Entonces,
por un lado, Jesús tiene sed del amor de nuestros corazones –pero le damos
vinagre en vez de agua cuando, en vez de amor a nuestros prójimos, tenemos para
con ellos sentimientos de enojo, desprecio, indiferencia, o cualquier otra
falta de caridad-, y es esto lo que expresa cuando dice en el pozo de Jacob: “Dame
de beber”, pero también cuando dice en la Cruz: “Tengo sed”; por otro lado,
Jesús es quien nos ofrece de beber el “agua viva” que es la gracia santificante
que brota de su Corazón traspasado, Agua con la que apaga el ardor de nuestras
pasiones, al tiempo que nos sacia con la Vida y el Amor de Dios. Jesús nos
ofrece de beber el agua de la gracia santificante, porque Él es la Fuente de
agua viva, es decir, de la gracia santificante, y si esto es así, entonces la
Eucaristía es esa misma Fuente de agua viva, porque la Eucaristía es Jesús.
Entonces, con la samaritana, le pedimos a Jesús Eucaristía: “Dame de beber el
contenido de ese pozo sin fondo que es tu Corazón traspasado, el Agua de tu
gracia y sacia mi sed con la Sangre de Sagrado Corazón”.
Por
último, tenemos que hacer la siguiente consideración con relación a la frase de
Jesús: “Ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre”. Él
establecerá la verdadera adoración, porque por la gracia santificante,
infundirá en el alma el espíritu de adoración verdadera y la Presencia del Dios
verdadero y Único, el Dios Uno y Trino, el Único Dios a quien adorar. En la
Eucaristía, Jesús nos da de beber el Agua de su Costado y la Sangre de su
Corazón, el Amor de Dios, y se nos manifiesta como el Único Dios a quien
adorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario