viernes, 10 de marzo de 2017

“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”


“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20-26). A partir de Jesús, entrar en el Reino de los cielos es más arduo, si se quiere, que antes de Él, y es Jesús quien da los ejemplos de cómo el cumplimiento de la Ley de Dios es mucho más estricto para un cristiano que para quien no lo es: antes, bastaba con no matar; ahora, quien se enoja o mantiene rencor contra su prójimo, puede incluso hasta condenarse eternamente; antes, bastaba con no cometer adulterio material o físicamente; ahora, quien desea la mujer del prójimo en su corazón ya cometió adulterio.
La razón es que, a partir de Jesús y por su gracia, la Ley de Dios ya no está escrita en tablas de piedra, sino en el mismo corazón del hombre, y Dios ya no está en una montaña inaccesible, sino que está en el mismo corazón del hombre, por lo que, el hombre que está en gracia, es el equivalente a Moisés en presencia de Dios en la montaña santa. Es decir, por la gracia, la Presencia de Dios es interior al hombre, ya que Dios Trino inhabita en el corazón del justo, en el corazón del que está en gracia. Además, la gracia convierte al cuerpo del hombre en el templo de Dios, por lo que cualquier profanación de este templo viviente –sea con el pensamiento, la palabra o la obra-, es un pecado que se comete ante los ojos de Dios, por así decirlo. Por la gracia, Dios, que está en lo más profundo del hombre, “ve”, por así decirlo, a los pecados cometidos por el hombre en su corazón y en su pensamiento, así como un hombre en el interior de un templo, puede ver la acción de otro hombre realizada en ese templo.

“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”. A partir de Jesús, los pensamientos más recónditos de la mente y los deseos más profundos del corazón del hombre, están ante la Presencia de la Trinidad. Si queremos ganar el cielo, nuestros pensamientos y deseos, que por la gracia santificante están ante Dios, no pueden ser sino pensamientos y deseos santos y puros, como los del mismo Jesús.

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