(Domingo
IV - TC - Ciclo A – 2017)
“¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Es el que te está
hablando (...) “Creo, Señor”. Y, postrándose, lo adoró” (Jn 9, 1-41). Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento;
hacia el final del episodio evangélico, se registra este diálogo entre Jesús y
el ciego que ha recuperado la vista que se postra ante Jesús, al reconocerlo
como Dios Hijo encarnado.
El ciego de nacimiento
es figura del hombre caído en el pecado original, puesto que el pecado es como
una tiniebla espiritual que ciega su inteligencia y le dificulta contemplar la
Verdad, y es como un humo denso que ofusca su voluntad y le dificulta obrar el
Bien. Puesto que la Verdad y el Bien en sí mismos se identifican en Dios –Dios
es la Verdad Suprema y Absoluta y el Bien infinito-, el pecado original
dificulta al hombre el retorno a Dios. Al regresarle la vista, Jesús simboliza
el don de la gracia santificante, que es luz para el alma y que disuelve las
tinieblas del error y del pecado, haciendo participar al alma tanto del
Conocimiento y la Sabiduría de Dios, como del Amor de Dios. Así, los santos se
vuelven capaces de conocer y amar a Dios tal como Dios se conoce y se ama a sí
mismo.
El ciego de nacimiento es, por lo tanto, una representación
de la humanidad caída en el pecado y es, por lo tanto, una representación de
cada uno de los seres humanos, puesto que todos, desde Adán y Eva, hemos heredado
el mismo pecado original. El ciego que recupera la vista es, a su vez, todo cristiano
que, recibiendo su gracia santificante en el Bautismo, ha recibido también el
don de la fe sobrenatural en Él, en cuanto Hijo de Dios, además de habérsele
quitado el pecado original. Puesto que es un don, la fe debe acrecentarse con
actos concretos de fe –oración, obras de caridad, etc.-; de lo contrario, esa
fe se debilita y termina por apagarse, ya que es como una pequeña luz
celestial, encendida por Dios en el alma en el momento del bautismo.
“¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Es el que te está
hablando (...) Y, postrándose, lo adoró” (Jn
9, 1-41). El mismo Jesucristo que devuelve la vista al ciego de nacimiento, es
el mismo Jesucristo que nos hace la misma pregunta desde la Eucaristía: “¿Crees
en Mí, en mi condición de Hombre-Dios?”. Nosotros, parafraseando al ciego que recibió
el milagro de ver, le respondemos: “Sí, creemos que Tú eres el Hombre-Dios”. Jesús
nos dice: “Soy Yo, que te hablo desde la Eucaristía”. Y entonces también nosotros,
como el ciego del Evangelio que ha recuperado la vista, nos postramos ante su
Presencia Eucarística.
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