“Las
Escrituras dan testimonio de Mí” (cfr. Jn
5, 31-47). Los judíos se caracterizaban, en el Antiguo Testamento, por ser el
Pueblo Elegido, es decir, por ser la única nación de la tierra que había
recibido, de modo extraordinario –no por medio de la elucubración de la razón-
la Verdad de que Dios era Uno. Así, los judíos poseían esta verdad y se
distinguían del resto de las naciones, que creían en múltiples dioses. Como depositarios
de la Verdad, los judíos, como dice Jesús, “escudriñaban las Escrituras,
buscando la vida eterna”. Sin embargo, no la encuentran, por el hecho de estar
centrados en la vanidad que implica la búsqueda de sí mismos[1].
Pero
no solo no lo encontrarán a Dios en las Escrituras, porque se buscan a sí
mismos: tampoco lo encontrarán cuando ese Dios, que transmite la Vida eterna
por la Palabra sagrada, se les revele como Hombre-Dios, porque a pesar de que
quien da testimonio de Él es Dios Padre, sus milagros y el profeta más grande
del Antiguo Testamento, Juan el Bautista, terminarán crucificándolo. La lección
que aprendemos del Pueblo Elegido es que la vanidad de la búsqueda de sí en vez
de buscar a Dios, es reflejo de un pecado anterior, que está a la raíz, y es la
soberbia, el pecado capital del Demonio en el cielo, pecado del que todo
soberbio humano participa.
“Las
Escrituras dan testimonio de Mí”. Que los judíos, por la vanidad de buscarse a
sí mismos, no hayan encontrado a Dios, ni en las Escrituras, ni en Jesús de
Nazareth, puesto que Jesús era ese mismo Dios de las Escrituras, en cuerpo y
alma humanos, no nos garantiza que nosotros hayamos de encontrarlo. ¿Dónde está
Dios para nosotros, los católicos, el Nuevo Pueblo Elegido? Está, en Persona,
en la Eucaristía. Desde el sagrario, Jesús nos dice: “La Eucaristía da
testimonio de Mí, porque la Eucaristía Soy Yo, Dios Hijo encarnado”. Al igual
que con los judíos del Evangelio, hoy pasa lo mismo con muchos católicos: no
encuentran a Dios, porque no encuentran la Eucaristía, es decir, buscan a Dios
por fuera de la Eucaristía. Y fuera de la Eucaristía no está Dios, porque la
Eucaristía es el Único Dios Verdadero, que nos da la Vida eterna, la misma vida
de su Ser divino trinitario.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder,
Barcelona 1957, 707.
For your consideration.
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