sábado, 15 de abril de 2017

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor


(Ciclo A – 2017)

         “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 1-9). Luego de colocar el Cuerpo muerto del Señor, y luego de sellar la entrada con una roca, el sepulcro queda a oscuras y en silencio, y el frío, al no poder entrar la luz y el calor del sol, se hace cada vez más intenso. Sobre el lecho frío de la roca recién excavada –era un sepulcro nuevo, sin uso-, yace, desde el Viernes Santo y durante todo el Sábado Santo, el Cuerpo muerto de Jesús, en el silencio, el frío y la oscuridad.
         Pero al amanecer del tercer día, el Domingo de Resurrección, y tal como Él lo había prometido, Jesús resucita. El sepulcro, hasta entonces a oscuras, comienza a ser iluminado con una luz que, surgiendo del Corazón de Jesús, recorre velozmente todo su Cuerpo, iluminándolo con la luz de la gloria divina, al mismo tiempo que lo recorre, y haciendo así resplandecer, al sepulcro antes oscuro, con una luz más intensa que miles de soles juntos. A medida que el Corazón de Jesús comienza a cobrar vida, sus latidos interrumpen el silencio, y luego estos latidos son reemplazados por los cantos de alegría, de adoración y de alabanza de los ángeles del cielo, que contemplan, gozosos y radiantes, la Resurrección de su Rey, Jesús, Rey de los ángeles. Si al silencio lo reemplazan los latidos del Corazón de Jesús y los cánticos de los ángeles, a la oscuridad la reemplaza la luz que brota del Cuerpo resucitado de Jesús, una luz que, viniendo de su Ser divino trinitario –Él es la Segunda Persona de la Trinidad-, y derramándose sobre su alma, se derrama luego sobre su Cuerpo, haciéndolo resplandecer con la luz de la gloria de Dios. El frío del sepulcro, que se había agudizado por la falta de luz solar, es reemplazado por el calor del Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, que arde en su Corazón y que es el Fuego que Él ha venido a traer a la tierra y ya quiere verlo ardiendo en los corazones de los que aman a Dios. Es esto entonces lo que sucede en el sepulcro, el Domingo de Resurrección, y es así como resucita Nuestro Señor Jesucristo, volviendo de la muerte, habiendo vencido al Demonio, al Pecado y a la muerte.

Ahora bien, ¿qué relación tiene la escena de la Resurrección de Jesús tiene el sepulcro nuevo, excavado en la roca y propiedad de Nicodemo, con cada uno de nosotros en particular? La escena de la Resurrección de Jesús es al mismo tiempo imagen del corazón en gracia; es nuevo y no usado, para significar que el Cuerpo de Jesús, si bien estaba muerto porque su Alma Santísima se separó de Él, no sufrió el proceso de descomposición orgánica que sufren todos los cadáveres, porque la Divinidad de la Segunda Persona siempre permaneció unida al Cuerpo y al Alma, y porque el Cuerpo estaba destinado a la Resurrección. De la misma manera, un corazón en gracia, es como un sepulcro nuevo que, aunque está sin uso –sin pecado, por la gracia, todavía no tiene a su Señor resucitado. Cuando el alma comulga en gracia, sucede en su corazón del mismo modo a como el sepulcro el Domingo de Resurrección: si era un corazón en tinieblas, frío y sin vida, por la gracia entra Jesús Eucaristía, llenándolo de su luz divina, del calor del Amor de su Sagrado Corazón, y le comunica de su vida eterna. Comulgar, para el alma en gracia, es como estar en el sepulcro, o más bien, como ser el sepulcro, el Día de Resurrección, y quedar iluminados interiormente con la luz y el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

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