martes, 11 de abril de 2017

Martes Santo


(Ciclo A – 2017)

         “En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en Judas Iscariote” (Jn 13, 21-33.36-38). El Evangelio describe, con suma precisión, y con muy pocas palabras, la clamorosa posesión demoníaca de Judas Iscariote, ocurrida inmediatamente después que Jesús le convidara parte del alimento que los discípulos compartían en la Última Cena. El hecho de ingresar Satanás en Judas, al momento de recibir un bocado, constituye la perfecta anti-comunión: en vez de comulgar con el Cuerpo de Cristo sacramentado, tal como lo harán los Apóstoles luego de que Jesús instituya la Eucaristía, pronunciando las palabras de la consagración sobre el pan y el vino, y así unirse a la Víctima Inocente, Judas se une al Demonio en su rebelión contra Dios y comulga con el Príncipe de las tinieblas; en vez de recibir la Eucaristía, esto es, la Carne del Cordero de Dios, Cristo Jesús, Judas recibe “un bocado”, es decir, un alimento puramente material, símbolo de su desesperado intento de obtener vanamente la felicidad por medio de la satisfacción de las pasiones sensibles; en vez de unir su alma por la Comunión Eucarística con Jesús, el Cordero de Dios, y así alimentar su alma con la substancia divina y el Amor divino que Jesús les comunicará desde la Eucaristía, tal como harán los Apóstoles, Judas elige alimentar su cuerpo con un alimento perecedero, alimentar su alma con el odio a Dios, compartido y participado con Satanás, y entregarse todo él, con todo su ser, alma y cuerpo, al Demonio, constituyendo el ejemplo perfecto de posesión perfecta –la que llega a la voluntad-, tal como la describen los especialistas en demonología.
Lo que sucede posteriormente es consecuencia de la posesión satánica de Judas Iscariote: el Evangelio narra que, luego de recibido el bocado, Judas salió del Cenáculo en donde acababa de estar con Jesús, y da un detalle: “afuera era de noche”: “Después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche”. La noche cosmológica, la que acontece con el ocultarse del sol, y sus tinieblas, son una figura, en este caso, de la noche del espíritu sin Dios, el espíritu humano que ha sido poseído perfectamente por Satanás y que se introduce, por propia voluntad, en las tinieblas del Abismo infernal, aun antes de haber partido de este mundo. También en esto la traición de Judas es una antítesis de la Comunión Eucarística: por la misma, el alma participa, en germen, de la vida divina de Dios Trino, aun en esta vida terrena, antes de haber atravesado el umbral de la muerte; Judas, todavía vivo en la tierra, ha sumergido ya, por libre elección, su alma, en las más profundas tinieblas del Infierno.

“En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en Judas Iscariote”. La eterna condenación de Judas Iscariote se debió, no a un “castigo divino”, sino a su libre elección: libremente, Judas Iscariote eligió escuchar el tintineo metálico de las monedas de plata, que habría de obtener por traicionar al Amor de Dios, en vez de elegir, como Juan Evangelista, escuchar el suave latido del Sagrado Corazón de Jesús. Su terrible destino debe llevarnos a meditar en la infinita grandeza del Amor de Dios contenido en la Eucaristía, y en las consecuencias que tiene para el alma que libremente elige rechazarlo.

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