(Ciclo
A – 2017)
“(Jesús) les reprochó por su incredulidad” (Mc 16, 9-15.). Jesús se aparece a los
Once, a los Apóstoles, pero antes de cualquier otra cosa, lo primero que hace
es reprocharles su incredulidad: “En seguida, se apareció a los Once, mientras
estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no
habían creído a quienes lo habían visto resucitado”. En efecto, ellos no habían
creído en los testimonios de María Magdalena y de los discípulos de Emaús, que
les habían afirmado que Jesús se les había aparecido resucitado. No se trata de
un testimonio cualquiera: es testimonio de miembros de la Iglesia que han
tenido un don extraordinario, que Jesús se les aparezca resucitado, y por lo
tanto, no es un testimonio humano, sino un testimonio basado en la iluminación
del Espíritu Santo. De ahí que rechazar ese testimonio sea pecado de
incredulidad, de obstinación y merezca el reproche de Jesús. Sólo después de
que Jesús se les aparece, es que los Apóstoles creen, pero si no se les hubiera
aparecido, no habrían creído por los testimonios de sus hermanos, olvidando las
palabras de Jesús: “Felices los que creen sin ver”.
Análogamente, sucede lo mismo con muchos católicos en la
Iglesia, que no creen en el testimonio del Magisterio de la Iglesia, que nos
enseña, iluminado por el Espíritu Santo, no solo que Jesús ha resucitado, sino
que Jesús resucitado está en la Eucaristía. Y también sucede con el mundo,
respecto a la Iglesia, porque el mundo no le cree a la Iglesia, así como muchos
en la Iglesia no le creen a la misma Iglesia.
“(Jesús) les reprochó por su incredulidad”. También a
nosotros nos puede caber el reproche de Jesús, toda vez que no creemos, y por
lo tanto, no amamos, no adoramos, y no conformamos nuestro corazón y nuestra
vida a la Presencia real de Jesús resucitado en la Eucaristía. No esperemos a
escuchar el reproche de Jesús, para recién ir a adorar a Jesús resucitado en la
Eucaristía.
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