jueves, 13 de abril de 2017

Jueves Santo en la Cena del Señor


(Ciclo A – 2017)

         “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). La causa de la Pasión y de toda la historia de la salvación de Nuestro Señor Jesucristo, está resumida en las últimas palabras de este pasaje evangélico: “habiando amado a los suyos, los amó hasta el fin”. Nada hay en Nuestro Señor Jesucristo, que no haga por amor: al Padre, a quien obedece por amor, y a nosotros, por quienes se entrega, en la Eucaristía, en la Última Cena, y en la Cruz, en el Calvario.
Todas las obras de Jesús, desde su Encarnación, son obras por amor, y este amor, que es el Amor de Dios que arde en su Sagrado Corazón, ahora, en la Última Cena, parece ya no poder esperar más para ser derramado sobe los hombres, y es por eso que se intensifica más allá del límite de lo imaginable, porque es este Amor de su Corazón, el Fuego del Espíritu Santo, el que lo lleva a Jesús a hacer todo lo que hace en la Última Cena. Nada de lo que hace Jesús en la Última Cena, está motivado por otra cosa que no sea su infinito y eterno amor hacia cada uno de nosotros.
Es por amor, que Jesús se humilla y, asumiendo una tarea propia de esclavos, lava los pies a sus discípulos, y lo hace para que los discípulos, viendo el grado de amor que les tiene, lo amen a su vez y así se salvan, y esto sucede con todos, excepto con Judas Iscariote, porque amando este más al dinero que al Amor Encarnado, Cristo Jesús, prefiere escuchar el metálico tintineo de las monedas, antes que los dulces latidos del Corazón de Jesús y es por esto que la auto-humillación de Jesús al lavarle los pies, y por medio de la cual le imploraba su amor, es inútil para Judas Iscariote, que ni aun así ama a Jesús, condenando su alma.
Es por amor que Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, celebra la Primera Misa, la Última Cena, en donde comunica su sacerdocio a los hombres, instituyendo el sacerdocio ministerial, la Eucaristía y la Santa Misa, para que todos los hombres de todos los tiempos, tengamos la oportunidad de acercarnos a los frutos de la Redención.
Es por amor que Jesús deja a su Iglesia el poder de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, por medio del sacerdocio ministerial, para que todos los hombres de todos los tiempos pudiéramos alcanzar los frutos de la Redención por la Santa Misa, que actualiza el sacrificio de la cruz.
Es por amor que Jesús instituye la Eucaristía convirtiendo, por la Transubstanciación, el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, para quedarse todos los días, hasta el fin del mundo, con nosotros, en el sagrario.

         “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Jesús nos amó hasta el fin, y la muestra de ese amor sin fin es la Santa Misa y la Eucaristía, en donde Él nos entrega todo el Amor de su Sagrado Corazón y es por eso que, cada vez que dejamos de lado la Santa Misa y la Comunión, faltamos al Amor de Jesús, lo despreciamos, lo dejamos de lado y somos indiferentes al Amor de Dios, aunque también despreciamos su Amor cuando, al comulgar, lo hacemos o en pecado, o indiferentes, o mecánicamente. Para dar gracias a Jesús por habernos “amado hasta el fin”, y para reparar nuestras faltas de amor, al comulgar, unámonos, en estado de gracia, a la Víctima Inmolada, el Cordero de Dios, Jesús, en la Eucaristía, abramos nuestro corazón a su Amor y démosle todo el amor del que seamos capaces.

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