(Ciclo
A – 2017)
“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los
amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). La causa
de la Pasión y de toda la historia de la salvación de Nuestro Señor Jesucristo,
está resumida en las últimas palabras de este pasaje evangélico: “habiando
amado a los suyos, los amó hasta el fin”. Nada hay en Nuestro Señor Jesucristo,
que no haga por amor: al Padre, a quien obedece por amor, y a nosotros, por
quienes se entrega, en la Eucaristía, en la Última Cena, y en la Cruz, en el
Calvario.
Todas
las obras de Jesús, desde su Encarnación, son obras por amor, y este amor, que
es el Amor de Dios que arde en su Sagrado Corazón, ahora, en la Última Cena,
parece ya no poder esperar más para ser derramado sobe los hombres, y es por
eso que se intensifica más allá del límite de lo imaginable, porque es este
Amor de su Corazón, el Fuego del Espíritu Santo, el que lo lleva a Jesús a
hacer todo lo que hace en la Última Cena. Nada de lo que hace Jesús en la
Última Cena, está motivado por otra cosa que no sea su infinito y eterno amor
hacia cada uno de nosotros.
Es
por amor, que Jesús se humilla y, asumiendo una tarea propia de esclavos, lava
los pies a sus discípulos, y lo hace para que los discípulos, viendo el grado
de amor que les tiene, lo amen a su vez y así se salvan, y esto sucede con
todos, excepto con Judas Iscariote, porque amando este más al dinero que al
Amor Encarnado, Cristo Jesús, prefiere escuchar el metálico tintineo de las
monedas, antes que los dulces latidos del Corazón de Jesús y es por esto que la
auto-humillación de Jesús al lavarle los pies, y por medio de la cual le
imploraba su amor, es inútil para Judas Iscariote, que ni aun así ama a Jesús,
condenando su alma.
Es
por amor que Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, celebra la Primera Misa, la Última
Cena, en donde comunica su sacerdocio a los hombres, instituyendo el sacerdocio
ministerial, la Eucaristía y la Santa Misa, para que todos los hombres de todos
los tiempos, tengamos la oportunidad de acercarnos a los frutos de la
Redención.
Es
por amor que Jesús deja a su Iglesia el poder de convertir el pan y el vino en
su Cuerpo y Sangre, por medio del sacerdocio ministerial, para que todos los
hombres de todos los tiempos pudiéramos alcanzar los frutos de la Redención por
la Santa Misa, que actualiza el sacrificio de la cruz.
Es
por amor que Jesús instituye la Eucaristía convirtiendo, por la
Transubstanciación, el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, para quedarse todos
los días, hasta el fin del mundo, con nosotros, en el sagrario.
“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los
amó hasta el fin”. Jesús nos amó hasta el fin, y la muestra de ese amor sin fin
es la Santa Misa y la Eucaristía, en donde Él nos entrega todo el Amor de su
Sagrado Corazón y es por eso que, cada vez que dejamos de lado la Santa Misa y
la Comunión, faltamos al Amor de Jesús, lo despreciamos, lo dejamos de lado y
somos indiferentes al Amor de Dios, aunque también despreciamos su Amor cuando,
al comulgar, lo hacemos o en pecado, o indiferentes, o mecánicamente. Para dar
gracias a Jesús por habernos “amado hasta el fin”, y para reparar nuestras
faltas de amor, al comulgar, unámonos, en estado de gracia, a la Víctima
Inmolada, el Cordero de Dios, Jesús, en la Eucaristía, abramos nuestro corazón
a su Amor y démosle todo el amor del que seamos capaces.
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