(Ciclo
A – 2017)
“Algo impedía que sus ojos lo reconocieran” (Lc 24, 13-35). Jesús resucitado se
aparece a los discípulos de Emaús mientras van de camino pero estos, al igual
que María Magdalena en un primer momento, no lo reconocen. Así como María
Magdalena lo confundió con el encargado del huerto, así ellos lo confunden con
un forastero, es decir, lo consideran un desconocido. Aunque Jesús camina y
habla con ellos, y aunque ellos eran discípulos de Jesús, es decir, habían sido
testigos de sus milagros, habían escuchado sus enseñanzas, habían compartido
con Él sus recorridos por los caminos de Palestina, ahora parecen no conocerlo
y la razón es que hay “algo” que les impide ese reconocimiento: “algo impedía
que sus ojos lo reconocieran”. Pero también, al igual que María Magdalena,
luego de que Jesús les infunda su Espíritu para iluminar sus mentes y encender
sus corazones en el Amor de Dios, los discípulos de Emaús serán capaces de
reconocerlo. ¿Qué es ese “algo” que cubre sus ojos y les impide reconocerlo? Lo
mismo que le impedía a María Magdalena reconocerlo en el Huerto: su propia
razón y la ausencia de la gracia. La razón humana es completamente incapaz de penetrar
en el misterio de Jesús, el Hombre-Dios, porque no puede conocer, si no es por
revelación divina, que Dios es Uno y Trino y que la Segunda Persona de la
Trinidad es la que se encarnó en Jesús y esa es la razón por la cual, tanto los
discípulos, como María Magdalena, no reconocen a Jesús resucitado y lo tratan
como a un desconocido. En el caso de los discípulos de Emaús, Jesús infundirá
su Espíritu en el transcurso de la cena –algunos autores dicen que era la Santa
Misa-, en el momento de partir el pan: es ahí cuando los discípulos saben, con
un conocimiento sobrenatural, quién es Jesús y que Jesús ha resucitado, al
tiempo que también comienzan a amarlo con un amor sobrenatural: “¿No ardían
nuestros corazones cuando nos explicaba las Escrituras?”.
“Algo impedía que sus ojos lo reconocieran”. Muchos
católicos se comportan como los discípulos de Emaús: Jesús está con nosotros,
con su Iglesia, todos los días, y lo estará “hasta el fin del mundo” en la
Eucaristía, pero muchos lo tratan, en su Presencia Eucarística, como si no lo
conocieran, como si fuera un extraño, un forastero, un desconocido. En la Santa
Misa, Jesús hace lo mismo que con los discípulos de Emaús, parte para nosotros
el pan, por medio del sacerdote ministerial, pero todavía demuestra un amor
infinitamente más grande para con nosotros, porque se nos entrega, en Persona,
en el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. A ese Jesús Eucarístico, que se
nos dona en la Eucaristía, le pidamos que ilumine nuestras inteligencias, para
que seamos capaces de reconocerlo en el Santísimo Sacramento del altar, y que nos
infunda su Espíritu, para que, al igual que los discípulos de Emaús, nuestros
corazones se enciendan y ardan en el Amor de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario