lunes, 17 de abril de 2017

Lunes de la Octava de Pascua


(Ciclo A - 2017)
         “Ha resucitado” (cfr. Mt 28, 1-7), les dice el ángel a las piadosas mujeres que habían ido a perfumar el Cuerpo de Jesús. El Ángel les anuncia la Resurrección de Jesús, es decir, su Pascua, su “paso” de esta vida a la vida eterna. Es este hecho el que determina el sentido de la vida del cristiano pues, a partir de ahora, de la Pascua de Jesús, la vida del cristiano consistirá en esforzarse para participar de esta Pascua de Cristo. Pero, ¿qué significa, más exactamente, la Pascua de Cristo, esa Pascua a la cual nosotros debemos incorporarnos, la Pascua de la cual debemos participar?
         Para comprenderlo un poco mejor, es necesario tener en mente qué es lo que la Pascua significaba para los hebreos, y qué es lo que significa para los cristianos.
Pascua significa “paso”; para los hebreos, representaba la memoria del “paso” desde la esclavitud en Egipto hacia la libertad en la Tierra Santa, y consistía en recordar las maravillas obradas por Yahvéh en su favor. Poseyendo la Verdad revelada sobre Dios Uno, la Pascua judía era sin embargo un mero recuerdo, un acto humano que, por medio de la memoria psicológica, hacía una memoria litúrgica para traer al presente el recuerdo del misterio, pero no el misterio en sí mismo. Para el cristiano, la Pascua o “paso”, no es un evento de la psicología; no es, ni remotamente, un “resucitar de las emociones”, ni un revivir de eventos existenciales antes adversos y que ahora dejan de serlo, para convertirse en eventos “positivos” desde el punto de vista existencial. Por otra parte, lo único que hacía la Pascua judía –figura de la Pascua real, verdadera y definitiva de Cristo- con respecto a la persona, era infundirle sentimientos de piedad y devoción y de ser mejores personas, pero no daba las fuerzas necesarias para serlo.
         La Pascua cristiana es diversa por dos motivos: por un lado, la memoria litúrgica de la Pascua cristiana no consiste en un mero recuerdo del misterio, sino una actualización, en el aquí y ahora, por el acto litúrgico de la Santa Misa, del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo. Por otro lado, para el cristiano, la Pascua es un “paso”, en esta vida terrena y mortal, de la vida de pecado a la vida de la gracia, y en la otra, es el “paso” de la vida de la gracia, a la vida de la gloria en el Reino de los cielos y, a diferencia de la Pascua judía, el cristiano sí recibe, en la Pascua, la fuerza necesaria para realizar su Pascua o “paso” del pecado a la vida de la gracia, y es la gracia misma, donada a través de los sacramentos.
         “Ha resucitado”. El mismo mensaje que el Ángel les da a las piadosas mujeres, es el mismo mensaje que el cristiano debe transmitir al mundo, para que el mundo, atraído por el esplendor de la gloria de Jesús resucitado, desee unirse y participar de esta Pascua. Pero esta proclamación no se hace con discursos, sino con la santidad de vida, es decir, participando ya, desde esta vida, por la gracia, de la Pascua de Jesús.

         

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