(Ciclo A - 2017)
“Ha resucitado” (cfr. Mt 28, 1-7), les dice el ángel a las
piadosas mujeres que habían ido a perfumar el Cuerpo de Jesús. El Ángel les
anuncia la Resurrección de Jesús, es decir, su Pascua, su “paso” de esta vida a
la vida eterna. Es este hecho el que determina el sentido de la vida del
cristiano pues, a partir de ahora, de la Pascua de Jesús, la vida del cristiano
consistirá en esforzarse para participar de esta Pascua de Cristo. Pero, ¿qué
significa, más exactamente, la Pascua de Cristo, esa Pascua a la cual nosotros
debemos incorporarnos, la Pascua de la cual debemos participar?
Para comprenderlo un poco mejor, es
necesario tener en mente qué es lo que la Pascua significaba para los hebreos,
y qué es lo que significa para los cristianos.
Pascua significa “paso”; para los hebreos, representaba la
memoria del “paso” desde la esclavitud en Egipto hacia la libertad en la Tierra
Santa, y consistía en recordar las maravillas obradas por Yahvéh en su favor.
Poseyendo la Verdad revelada sobre Dios Uno, la Pascua judía era sin embargo un
mero recuerdo, un acto humano que, por medio de la memoria psicológica, hacía
una memoria litúrgica para traer al presente el recuerdo del misterio, pero no
el misterio en sí mismo. Para el cristiano, la Pascua o “paso”, no es un evento
de la psicología; no es, ni remotamente, un “resucitar de las emociones”, ni un
revivir de eventos existenciales antes adversos y que ahora dejan de serlo,
para convertirse en eventos “positivos” desde el punto de vista existencial.
Por otra parte, lo único que hacía la Pascua judía –figura de la Pascua real,
verdadera y definitiva de Cristo- con respecto a la persona, era infundirle
sentimientos de piedad y devoción y de ser mejores personas, pero no daba las
fuerzas necesarias para serlo.
La Pascua cristiana es diversa por dos
motivos: por un lado, la memoria litúrgica de la Pascua cristiana no consiste
en un mero recuerdo del misterio, sino una actualización, en el aquí y ahora,
por el acto litúrgico de la Santa Misa, del misterio pascual de muerte y
resurrección de Jesucristo. Por otro lado, para el cristiano, la Pascua es un
“paso”, en esta vida terrena y mortal, de la vida de pecado a la vida de la
gracia, y en la otra, es el “paso” de la vida de la gracia, a la vida de la
gloria en el Reino de los cielos y, a diferencia de la Pascua judía, el
cristiano sí recibe, en la Pascua, la fuerza necesaria para realizar su Pascua
o “paso” del pecado a la vida de la gracia, y es la gracia misma, donada a
través de los sacramentos.
“Ha resucitado”. El mismo mensaje que
el Ángel les da a las piadosas mujeres, es el mismo mensaje que el cristiano
debe transmitir al mundo, para que el mundo, atraído por el esplendor de la
gloria de Jesús resucitado, desee unirse y participar de esta Pascua. Pero esta
proclamación no se hace con discursos, sino con la santidad de vida, es decir,
participando ya, desde esta vida, por la gracia, de la Pascua de Jesús.
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