“El
que cree en Mí no morirá, sino que tendrá la Vida eterna” (Jn 3, 16-21). Jesús afirma que “el que cree en Él no morirá, sino
que tendrá la Vida eterna”. Ahora bien, es una realidad más que evidente que,
aun teniendo fe en Jesucristo, morimos, pues es una constatación de todos los
días; sin embargo, esto no constituye ninguna contradicción con las palabras de
Jesús, porque la muerte a la que Él se refiere no es la muerte corporal o “muerte
primera”, como suele llamársele, sino a la muerte espiritual o “muerte segunda”
o “definitiva”, esto es, la eterna condenación en los abismos del Infierno. Es a
esta muerte, la que le sigue a la muerte corporal y que se verifica en el alma
que está en pecado mortal, es decir, el alma que está muerta a la vida de Dios
porque no está en estado de gracia, que es lo que hace que el alma participe de
la vida divina. Cuando Jesús afirma que “el que cree en Él no morirá”, se está
refiriendo a esta segunda muerte, la eterna condenación, porque será esta fe en
Él la que lo llevará a vivir en estado de gracia, a evitar la muerte espiritual
por el pecado mortal y a alimentarse con el Pan Vivo bajado del cielo, la
Eucaristía, que contiene la Vida eterna y la concede al alma como en germen por
la comunión.
“El
que cree en Mí no morirá, sino que tendrá la Vida eterna”. Parafraseando a
Jesús, podemos decir: “El que cree en Jesús como Hombre-Dios, cree en su
Presencia Eucarística, comulga la Eucaristía con fe y con amor y recibe de Él,
ya en esta vida mortal, la Vida eterna”.
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