(Ciclo
A – 2017)
Luego de tres horas de dolorosísima agonía, Jesús muere en
la cruz. No se trata de un hombre más entre tantos: el que muer es el
Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María. Esto explica la
conmoción de los elementos cósmicos sucedidos apenas se produce su muerte –el terremoto,
el eclipse solar- y explica también los eventos sobrenaturales, como la
conversión del soldado Longinos, que es el que traspasó su Costado con la
lanza, cayendo sobre él la Sangre y el Agua del Corazón de Jesús, como así
también la resurrección de muchos santos que, saliendo de sus sepulcros, se
aparecieron a los habitantes de Jerusalén, como lo relata el Evangelio.
El eclipse solar, si bien fue un hecho cósmico, es un
símbolo de lo que sucede en el mundo espiritual: el que ha muerto en cruz es
Jesús, el Sol de justicia, el Dios Viviente, el Dios de la Vida; al morir Él, que
es la Lámpara de la Jerusalén celestial, no solo el ambiente queda a oscuras,
sino ante todo las almas son envueltas en las más densas tinieblas
espirituales, pues así como el sol se oculta en el eclipse, así el Sol de
justicia, Jesucristo, queda oculto a las almas por la oscuridad del pecado
mortal y también por la oscuridad de las tinieblas vivientes, los demonios, que
ahora parecen haber llegado a su punto más alto en su lucha contra el Cordero,
y parecen haber vencido. El eclipse simboliza la aparente victoria de las
tinieblas del Infierno sobre la Luz Eterna, Jesucristo: mientras Él, que es la
Luz, está muerto, las tinieblas se apoderan de las almas de los hombres,
principalmente de aquellos que se unieron al Príncipe de las tinieblas para
darle muerte.
La conversión del soldado Longinos, producida apenas la
Sangre y el Agua del Corazón traspasado de Jesús cayeron sobre él, lo que dio
lugar a la exclamación: “Éste era el Hijo de Dios”, anticipan las conversiones
que se habrán de suceder, a lo largo de los siglos, cuando la Sangre y el Agua
caigan sobre los corazones de los que aman a Dios y cuando el Divino Amor,
contenido en el Sagrado Corazón de Jesús y derramado con su Sangre, caiga sobre
las almas de los pecadores que, recibiendo los sacramentos de la Iglesia, se
conviertan en justos por la gracia santificante.
La
resurrección de los justos que habían estado sepultado y su aparición en
Jerusalén a una multitud de testigos, anticipa la resurrección en el Día Final,
en el Día del Juicio, cuando gracias a los méritos de la muerte de Jesús en la
cruz, los cuerpos se unan a las almas, resucitando unos para la eterna
condenación y otros, para la eterna salvación.
El
Viernes Santo es el día más triste y oscuro para la Iglesia Católica, a la vez
que es el día en el que, en apariencia, las tinieblas del Infierno han
triunfado sobre el Dios de la Vida, Cristo Jesús. Es un día de duelo, de
aparente derrota de la Iglesia, en el que parecen haber triunfado las potencias
infernales sobre las puertas de la Iglesia. La postración de los sacerdotes
ministeriales en la ceremonia de la cruz es una muestra del estado espiritual
de la Iglesia: se postran en señal de duelo porque, muerto el Sumo y Eterno Sacerdote,
Jesucristo, de cuyo poder sacerdotal participan, pierden todo poder y también el
sentido mismo del sacerdocio ministerial. Ésa es la razón por la que en la
Iglesia no se celebran Misas en este día, en ningún lugar del mundo: en señal
de luto, porque ha muerto el Sacerdote Sumo y Eterno, Jesucristo.
Pero
la derrota de Jesús y de la Iglesia son solo aparentes y no reales: es verdad que
Jesús ha muerto, que su Alma santísima se ha separado de su Cuerpo purísimo,
pero en ambos, Alma y Cuerpo, permanece unida la Divinidad, quien será la que
luego, el Domingo de Resurrección, una en la Persona del Verbo el Alma gloriosa
y el Cuerpo, llenándolo a éste con la gloria divina, resucitando para no morir
más.
Al
contrario de lo que parece, la muerte de Jesús representa, a través de la
apariencia de fracaso, el triunfo más resonante del Hombre-Dios sobre los
enemigos del hombre: el Demonio, el Pecado y la Muerte, porque es precisamente,
con su muerte en cruz, que da muerte a la muerte, que sepulta al Demonio en las
más profundas madrigueras del Infierno y, con su Sangre que empapa la cruz,
lava nuestros pecados.
Pero
hasta el Domingo de Resurrección, el Viernes Santo es día de luto para la Santa
Iglesia Católica, y su día más triste y oscuro.
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