(Ciclo
A – 2017)
“Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi
sepultura” (Jn 12, 1-11). Jesús entra
en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María en Betania. Una vez sentado a la
mesa, María –muchos dicen que no era la hermana de Marta y Lázaro, sino María
Magdalena- se acerca a Él, se arrodilla, rompe el frasco de un perfume
sumamente caro –“de nardo puro, de mucho precio”-, unge los pies de Jesús y los
seca con sus cabellos. La cantidad de perfume derramado y la intensa fragancia
que desprende, provocan que “la casa se llene” del aroma del perfume. Ante este
gesto, Judas Iscariote, el traidor –“el que lo iba a entregar”-, se escandaliza
falsamente, reprochándole a Jesús por el supuesto derroche que significaba
haber derramado el perfume en sus pies, en vez de haber sido vendido para
donarlo a los pobres. Jesús, lejos de darle la razón a Judas Iscariote, aprueba
la acción de María, al mismo tiempo que niega rotundamente la pretendida falsa
caridad de Judas, que prefería a los pobres antes que a Él, aunque en realidad
tampoco le interesaban los pobres, sino que deseaba robar el dinero: “"Déjala.
Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los
tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
Con
su respuesta a Judas Iscariote, Jesús da a entender que Él conoce el destino
que le espera, su muerte en cruz, y que lo que ha hecho María es anticipar,
proféticamente, su muerte. Jesús demuestra así, por un lado, la radical
falsedad de la Teología de la Liberación, que haciendo centro en los pobres,
pretende que el servicio a los pobres está por encima de la adoración y el
culto debido a Dios. El perfume usado por María, de un costo muy alto, podría
haberse usado para los pobres, argumenta Judas Iscariote, pero Jesús no le da
la razón; por el contrario, aprueba lo obrado por María y la razón es que Dios
está por encima de los hombres. En el culto dado a Dios, no se deben escatimar
gastos; todavía más, si hubiera dinero para comprar un cáliz de oro, no debería
dudarse un instante, pues el cáliz está destinado a recibir la Sangre
Preciosísima del Cordero de Dios. ¿Y los pobres? Por supuesto que la Iglesia no
dejará de atenderlos en sus necesidades materiales, pero la tarea de la Iglesia
no es terminar con la pobreza en el mundo –“a los pobres los tendréis siempre
entre vosotros”, dice Jesús-, sino anunciar que el Reino de Dios está cerca y que
Jesús Eucaristía es el Rey de ese Reino, que ya está en la tierra, en cada
sagrario, y que desea reinar en los corazones de los hombres. Como una tarea
anexa, es decir, subordinada, a su misión central de anunciar el Reino de Dios
traído por Jesucristo, la Iglesia se ocupa de los pobres, sí, pero consciente
de que su misión central no es la terminar con la pobreza, sino de la
considerar a los pobres como destinatarios prioritarios, tanto en el aspecto
material, como en el espiritual, dando prioridad al aspecto espiritual.
“Déjala.
Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura”. El perfume es
símbolo de la gracia, que impregna al alma con el “buen olor de Cristo” (cfr. 2 Cor 2, 15); puesto que nosotros no
tenemos una libra de nardo puro para ungir los pies de Jesús en la cruz, pero
sí podemos ungir nuestras almas con el perfume santo de la gracia, acerquémonos
así perfumados y, postrándonos a los pies de Jesús, en la cruz y en la
Eucaristía, a imitación de María Magdalena, tributémosle el humilde homenaje de
nuestro amor y de nuestra adoración.
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