jueves, 20 de abril de 2017

Jueves de la Octava de Pascua


(Ciclo A – 2017)

         “Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer” (Lc 24, 35-48). Una característica que sobresale entre los discípulos a los que se les aparece Jesús resucitado, es la alegría, tal como lo señala este Evangelio: “Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer”. Es la alegría que experimenta María Magdalena, y es la alegría que experimentan los discípulos de Emaús. Ahora bien, no se trata de una alegría terrena, mundana, sino de una alegría celestial, sobrenatural, que se desprende del mismo Jesús resucitado por cuanto Él, que es Dios Hijo encarnado, es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes; Jesús es la Alegría Increada y por lo tanto, la causa de toda verdadera y buena alegría en la creatura. En este caso, Él en Persona es la causa de la alegría celestial que experimentan los discípulos del Cenáculo.
Ahora bien, no es una alegría desconectada de la Pasión y de la Cruz, tal como Jesús mismo se encarga de recordarles a los discípulos, tanto a los de Emaús, como a los que se les aparece en el Cenáculo: Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día”. La alegría de la Resurrección del Domingo en el sepulcro, está íntimamente unida al dolor de la Pasión del Viernes Santo, en el Calvario y esa es la razón por la cual, para el cristiano, no puede haber alegría verdadera si no se origina en la cruz, y es la razón por la cual la cruz, para el cristiano, no es desesperación, sino serena alegría, porque al dolor de la cruz le sucede la alegría de la Resurrección.
Otra característica que se repite en las apariciones de Jesús resucitado, es la iluminación sobrenatural sobre los discípulos, necesaria para poder aprehender el misterio sobrenatural de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo: “Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”.

“Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer”. Si estuviéramos iluminados por el Espíritu Santo, sea al momento de comulgar o al momento de hacer la Adoración Eucarística, también de nosotros se debería decir lo mismo, al contemplar el misterio de la Presencia de Jesús resucitado en la Eucaristía: “Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer”.

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