Luego de ser traicionado y entregado por Judas Iscariote,
Jesús es apresado en el Huerto por los guardias al servicio de Caifás. Encadenado
y luego de ser conducido ante Anás y Caifás, es trasladado a la prisión. Jesús ha
recibido ya la condena de muerte. Él, que es el Cordero Inmaculado, ha sido
condenado a muerte por los hombres caídos en el pecado. Él, cuya pureza divina
hace palidecer al sol, es condenado a morir para salvar a los hombres que viven
“en tinieblas y en sombras de muerte”. El juicio ha sido injusto; los testigos
han dicho solo falsedades. Jesús es condenado por decir la verdad acerca de
Dios: Dios es Uno y Trino; Dios Padre es su Padre y Él es Dios Hijo y ambos, el
Padre y el Hijo, envían a Dios Espíritu Santo al mundo. El juicio es injusto y
mucho más la condena, porque no se puede condenar a nadie sobre la base de
falsedades, medias verdades y mentiras y mucho menos se puede condenar, por
decir la verdad, a Aquel que es la Verdad Encarnada, Cristo Jesús. Quienes han
armado el juicio y hecho desfilar los testigos falsos, no tienen a Dios por
Padre, sino al Demonio, porque el Demonio es “el Padre de la mentira” (cfr. Jn 8, 44). Nunca jamás
está asistido por el Espíritu de Dios quien dice mentiras. La mentira brota del
corazón humano infectado por el pecado, ya que es uno de sus frutos
envenenados, como lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde surgen
toda clase de cosas malas” (cfr. Mt
15, 21-23). Y luego enumera una larga serie de pecados, entre ellos, “las malas
intenciones”, es decir, la mentira: “(…) las malas intenciones, las
fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
difamación, el orgullo el desatino”. La mentira puede también ser inducida por
el Padre de la mentira, Satanás. Es decir, o proviene del hombre y su corazón
corrompido por el pecado, o proviene de Satanás, o proviene de ambos, pero
jamás de Dios. Nunca jamás provienen de Dios la mentira, el error, el cisma, la
herejía, la falsedad, el engaño. Jesús, el Cordero Inmaculado, es la Verdad Absoluta
de Dios encarnada; en Él no solo no se hayan jamás la mentira y el engaño, sino
que resplandece la Verdad de Dios con todo su divino esplendor. Dios es Uno y
Trino y Él, Jesús de Nazareth, es Dios Hijo encarnado, que ha venido al mundo
para vencer al Demonio, para quitar el pecado del corazón del hombre y para
destruir a la muerte, por medio de su sacrificio en cruz. Pero por decir la
Verdad, aquellos que están guiados por el Príncipe de la mentira, lo condenan a
muerte. Es un juicio inicuo y una muerte injusta, pero Jesús todo lo sufre con
Amor y por Amor a Dios, su Padre, y por Amor a los hombres, a los cuales
salvará al ofrecerse por ellos en el Ara Santa de la cruz.
Ya en la prisión, habiendo recibido la sentencia de muerte,
Jesús queda solo. Pero no descansan ni el Pensamiento de su Mente ni el Amor de
su Corazón. Solo, en la prisión, sabiendo que ha de morir en pocas horas más,
Jesús piensa en mí a cada segundo y en cada latido de su Sagrado Corazón,
pronuncia mi nombre. Sí, Jesús, condenado a muerte, no piensa en Él; no piensa
en lo injusto de su situación; no piensa en sus enemigos, que lo han condenado
a morir; no piensa en nadie más que no sea en mí. Con su Sagrado Corazón me ama, a cada latido y con su poderosa Mente divina,
piensa en mí y me nombra por mi nombre; puesto que Él es Dios eterno, el tiempo
de cada hombre y de la humanidad entera están ante Él como un solo presente y
es por eso que ve el momento en que Él mismo creó mi alma; el momento en el que
la unió a mi cuerpo en el seno de mi madre; ve mi nacimiento, mi infancia, mi
juventud, mi vida toda. Ve el día en el que infundió su Espíritu en mi espíritu por el bautismo; ve el día en el que por primera vez me alimenté de su Cuerpo y su Sangre; ve todas las veces en que su Divina Misericordia descendió sobre mi alma luego de confesar mis pecados. Ve mis alegrías y mis tristezas; ve mis esperanzas, mis
desilusiones, mis fracasos y mis logros; ve a quienes amo y a quienes no amo;
ve mis caídas y ve también mis pedidos de auxilio dirigidos a Él; ve también mis
momentos de oscuridad, en los que pierdo el sentido de la vida y no recuerdo
que Él me quiere consigo en el Reino de los cielos y que esta vida terrena es
sólo una prueba, que se supera con el amor demostrado a Él y a su Padre Dios.
En la prisión, Jesús no se acuerda de que hace días que no come y no bebe nada
y por lo tanto desfallece de hambre y de sed: se acuerda en cambio de que tiene
hambre y sed de mi alma y de amor y suspira entristecido porque se da cuenta
que la mayoría de las veces no pienso en Él, sino en mí mismo y en mis cosas. En
la prisión, Jesús no se acuerda que hace días que no duerme, sometido a la
tensión de sus enemigos que desean su muerte, pero sí piensa en mi descanso y
para que yo descanse, me deja su Corazón en la Eucaristía, para que en la
adoración eucarística yo pueda, imitando a Juan Evangelista, reposar mi cabeza
en su Sagrado Corazón, escuchar sus latidos de Amor y así, embriagado por su
Divino Amor, descansar de tantas humanas fatigas, la inmensa mayoría de las
veces, inútiles. En la prisión, Jesús ve toda mi vida, desde que fui concebido,
hasta el día en que he de morir; ve el momento de mi Juicio Particular y ve mi
destino eterno y para que yo pueda presentarme ante Él en el Juicio Particular,
con las manos cargadas de obras de misericordia, es que me deja su Corazón
Eucarístico, lleno del Amor de Dios, para que alimentándome yo de su Amor,
pueda ser misericordioso con mis hermanos más necesitados y así escuchar, al
final de mi vida terrena y al inicio de mi vida eterna, estas dulces palabras
salidas de su boca: “Ven, siervo bueno, porque fuiste fiel en el Amor, entra a
gozar de tu Señor”. Pero Jesús se apena cuando se da cuenta de que casi
siempre, atraído por los falsos brillos multicolores del mundo y por sus cantos
inhumanos, me olvido de su Presencia Eucarística, no me alimento del Amor de su
Sagrado Corazón y mi corazón se vuelve oscuro y frío, porque no tiene en Él el
Amor de Dios. En la prisión, Jesús está solo. Pero su Mente piensa en Mí y su
Corazón late de Amor por mí. Sólo por mí. El Hombre-Dios, en su prisión de
amor, el sagrario, renueva la soledad de la prisión de la noche del Jueves
Santo y renueva también sus pensamientos y sus latidos de amor por mí. Jesús no
quiere salir de la prisión; no quiere que su Padre envíe decenas de legiones de
ángeles para liberarlo: Jesús quiere permanecer en prisión, quiere sufrir
hambre, sed, cansancio, estrés, pena, dolor, solo para que yo lo visite. A esto
se le suma la gran tristeza de su Corazón, al comprobar que yo, el Jueves
Santo, que tengo la oportunidad de estar con Él en la prisión –toda la Iglesia
está ante su Presencia en la Pasión-, me distraigo con los vanos
entretenimientos del mundo. La tristeza de su Sagrado Corazón se hace más y más
oprimente cuando Jesús ve que, en vez de acudir yo a visitarlo en su Prisión de
Amor, el sagrario, prefiero dormir, como los discípulos en Getsemaní (cfr. Mt 26, 40). ¡Jesús está en la prisión
del Jueves Santo y en la Prisión de Amor, el sagrario, solo para que yo le diga
que lo amo! Dios Padre le ofrece a los ángeles más poderosos del ejército
celestial, para liberarlo si Él así se lo pidiera, pero Jesús no quiere ser
liberado: Jesús quiere permanecer en la cárcel solo por amor a mí, solo para que yo vaya a visitarlo y decirle que lo amo. ¿Y yo qué hago? ¿Me divierto? ¿Me olvido de
Jesús? ¿Pienso solo en mí? ¡Cuánta ingratitud de mi parte, oh amadísimo Jesús!
¡Oh Madre mía, Nuestra Señora de la Eucaristía! Tú también sufres, pero no solo
por tu Hijo Jesús, prisionero y condenado a muerte injustamente, sino también
por mí, porque siendo yo reo de muerte, justamente condenado, no me decido a acudir
a los pies de mi Salvador, Cristo Jesús, que por mí está en la Eucaristía noche
y día, mendigando de mí una mísera muestra de amor! Virgen Santísima, puesto
que mi amor es casi nada, dame del amor de tu Inmaculado Corazón, para que pueda
yo, postrado a los pies de Jesús Eucaristía, pensar en Jesús y amar a Jesús,
así como Él, en el Jueves Santo y en su Prisión de Amor, piensa en mí y me ama
sólo a mí.
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