(Jn 5, 1-16). Luego de
subir a Jerusalén, Jesús acude a la piscina de Betsaida, famosa por las
propiedades curativas de sus aguas, aunque en realidad, era “un ángel del Señor”
el que descendía sobre las aguas y, por el poder de Dios a él participado,
curaba las dolencias de los numerosos enfermos. Un hombre yace desde hace años,
esperando ser introducido en la pileta para así poder curarse, pero se
encuentra imposibilitado de caminar y al no poder llegar por sí mismo y no
tener a nadie que lo conduzca a la piscina, queda siempre regazado y no puede
ser curado.
Al
llegar Jesús adonde estaba el hombre enfermo, no lo cura inmediatamente, sino
que le pregunta si quiere ser curado: “¿Quieres curarte?”. El enfermo le
contesta que sí y es entonces cuando Jesús, con su omnipotencia, lo sana
completamente de su enfermedad. La razón de la pregunta de Jesús –“¿Quieres
curarte?”- es que Él respeta máximamente nuestra libertad y quiere que seamos
nosotros los que, libremente, acudamos a Él para implorarle la curación. Esto
quiere decir que si el enfermo le hubiera contestado: “No quiero curarme”,
Jesús habría respetado su libre decisión y no lo habría curado.
“¿Quieres
curarte?”. También a nosotros Jesús nos hace la misma pregunta: “¿Quieres curarte?”.
Y la razón es la misma por la cual cura al paralítico luego de que éste le
dijera que sí: Jesús respeta nuestra libertad y solo si queremos y estamos
dispuestos a seguirlo, curará nuestras almas. La diferencia con el enfermo de
Betsaida es que Jesús nos hará un milagro infinitamente mayor que al enfermo
del Evangelio y es el curarnos el alma con su gracia. ¿Y cuál es la piscina de
Betsaida para nosotros? Para nosotros, la piscina de Betsaida, allí donde se
encuentra el Espíritu de Dios que cura nuestras almas, es el Sagrado Corazón de
Jesús, en donde inhabita el Espíritu Santo y de cuyo Costado traspasado brotan
la Sangre y el Agua del Cordero.
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