(Ciclo
B – 2018)
“A
la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, María Magdalena,
María, la madre de Santiago, y Salomé fueron al sepulcro (…) vieron que la
piedra había sido corrida (…) Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado
a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero
él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha
resucitado, no está aquí” (cfr. Mc 16, 1-7). Las santas mujeres de Jerusalén
van el Domingo a la madrugada con perfumes para ungir el Cuerpo –que ellas
suponen muerto- de Jesús en el sepulcro. Al llegar, se dan cuenta de que la
piedra ha sido removida de su lugar y cuando se asoman al sepulcro, un ángel
les anuncia que Jesús de Nazareth, al que ellas buscan, no está en el sepulcro,
porque “ha resucitado”.
Las
mujeres santas de Jerusalén acuden al sepulcro esperando encontrarse con un
Jesús muerto, con un sepulcro oscuro, frío, cerrado, en el que dominan la
muerte, el dolor y la desolación. Sin embargo, se encuentran con un sepulcro
abierto, iluminado por que entra en él la luz del sol al haber sido corrida la
piedra de la entrada y, sobre todo, encuentran el sepulcro vacío y lo
encuentran vacío no porque el cadáver de Jesús haya sido trasladado y cambiado
de lugar por los discípulos, sino porque Jesús, como les dice el ángel, “ha
resucitado”. Van a buscar el Cuerpo muerto de Jesús para ungirlo con perfumes y
en cambio se encuentran con la alegre noticia de que el Cuerpo de Jesús está
vivo, resplandeciente, glorioso, emanando el fragante y exquisito perfume de la
gloria de Dios.
La
resurrección gloriosa de Jesús, coronación magnífica de su misterio pascual, no
es un hecho aislado que se detenga en Jesús, sino que se extiende a toda la
humanidad porque toda la humanidad está llamada, a partir de ahora, a ser
partícipe de esta Resurrección, cuyo significado supera lo que la mente humana
puede comprender. La Resurrección de Jesús significa para la humanidad que la
gloria de Dios, brotando del Ser divino trinitario de Jesús –Ser divino unido a
su Cuerpo muerto y a su Alma puesto que la divinidad no se separó ni del Cuerpo
ni del Alma de Jesús y esa es la razón por la cual el Cuerpo no se descompuso y
el Alma bajó al Limbo de los Justos-, invade el Cuerpo sin vida de Jesús y, a
medida que lo invade –brotando del Corazón de Jesús, la luz de la gloria divina
se esparce por todo el Cuerpo en una fracción de segundo-, lo llena de la
gloria, de la luz y de la vida de Dios. La Resurrección implica no solo que el
Cuerpo se detiene en su proceso de muerte al estar separado del Alma, sino que
el Alma, unida a la Divinidad, se une al Cuerpo, en el cual también está la
divinidad, produciéndose así la reunificación del Cuerpo con el Alma y puesto
que ambos poseen la vida y la gloria trinitaria, la gloria de Dios, que es
luminosa, resplandece a través del Cuerpo glorificado de Jesús. Al unirse
nuevamente el Alma y el Cuerpo de Jesús de Nazareth, por obra del Ser
trinitario divino, Jesús regresa a la vida, pero no la vida natural de la
naturaleza humana, sino la vida divina de la gloria de Dios. Y puesto que la
gloria de Dios es luz y la luz de Dios es vida, el Cuerpo resucitado de Jesús
resplandece con la luz de la gloria divina iluminando con su divino resplandor
el Santo Sepulcro y el Domingo de Resurrección y, por su intermedio, a todo día
Domingo que habrá de existir hasta el fin del tiempo. El Cuerpo glorioso de
Jesús, lleno de la vida de Dios, comunica de esa vida divina a quien ilumina:
esto es lo que explica la reacción de los discípulos, no solo de Emaús, sino la
de todos los discípulos a los que Jesús resucitado se les aparece: de la
tristeza humana por el dolor de la crucifixión pasan a la alegría celestial del
Domingo de Resurrección; del desconocimiento de Jesús pasan a reconocerlo como a
Jesús resucitado; de la vida natural, pasan a comenzar a vivir la vida de la
gracia que se irradia de Jesús. La Resurrección de Jesús es mucho más que
detención del proceso de muerte y mucho más que simplemente regresar a esta
vida para continuar viviendo con esta vida natural y humana, como sucedió en la
resurrección de Lázaro: implica volver a la vida desde la muerte, pero para
comenzar a vivir con una vida nueva, que no es la humana, sino la vida divina,
la vida misma de Dios Uno y Trino.
“No
teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no
está aquí”. Al igual que las santas mujeres antes de llegar al sepulcro que
buscaban a un Jesús muerto, muchos dentro de la Iglesia viven y se comportan
como si Jesús no hubiera resucitado, como si Jesús todavía estuviera muerto,
tendido en la fría loza del sepulcro, sin vida. Y esto se demuestra porque
muchos cristianos viven, en la vida cotidiana, la vida de todos los días, como
si Jesús no existiera: en el fondo de sus corazones, no creen que Jesús haya
resucitado y ésa es la razón por la cual no viven según sus Mandamientos y no
acuden el Domingo a recibir su Cuerpo glorioso en la Eucaristía y es la razón
por la cual, sin la vida de Cristo en sus almas, no dan testimonio de ser
cristianos, perdiendo la Iglesia todo tipo de influencia moral y espiritual en
la vida civil, moral y espiritual de las naciones.
Sin
embargo, Jesús ha resucitado y el sepulcro oscuro y frío del Viernes y Sábado
Santo, se iluminó con la luz de su gloria divina el Domingo de Resurrección,
llenando la tierra con un soplo de vida nueva, la vida del Espíritu de Dios.
Ésta es la alegre noticia que los cristianos debemos transmitir al mundo, la
misma noticia que las mujeres santas de Jerusalén recibieron de labios del ángel:
Jesús ha resucitado, su Cuerpo muerto ya no está en el sepulcro, porque su
Cuerpo vivo y glorioso vive con la vida de Dios. Pero a diferencia de las
mujeres santas de Jerusalén, nosotros tenemos que comunicar al mundo –con obras
de misericordia y caridad y no tanto con palabras- no solo que el Cuerpo muerto
de Jesús ya no está en el sepulcro, sino que el sepulcro está vacío porque el
Cuerpo vivo, glorioso y resucitado de Jesús está en la Eucaristía, en el
sagrario. Como cristianos, no podemos anunciar solamente que Jesús ha
resucitado y que ha dejado vacío el sepulcro, sino que con su Cuerpo
glorificado ocupa un lugar, el sagrario, porque está vivo y glorioso en la
Eucaristía. Éste es el alegre mensaje, la alegre noticia, que el mundo espera
recibir de nosotros, los cristianos: Cristo ha resucitado y con su Cuerpo
glorioso está en la Eucaristía.
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