jueves, 1 de marzo de 2018

“Un hombre pobre murió y fue llevado al seno de Abraham (…) el hombre rico que hacía banquetes también murió y fue sepultado”



“Un hombre pobre murió y fue llevado al seno de Abraham (…) el hombre rico que hacía banquetes también murió y fue sepultado” (Lc 16, 19-31). Este pasaje del Evangelio ha sido utilizado por algunos autores para demostrar la existencia del Purgatorio luego de la vida terrena; otros, lo han utilizado para probar la existencia del Infierno. Los que argumentan a favor del Purgatorio, afirman que el hombre rico -que vestía púrpura y hacía espléndidos banquetes y que se despreocupaba de la suerte del hombre pobre que estaba a la puerta de su casa-, una vez muerto, va al Purgatorio para pagar su falta de misericordia y la argumentación se basa en que el hombre rico le suplica a Abraham que “envíe a Lázaro para advertir a sus hermanos y los prevenga, para que ellos no caigan en ese lugar de tormento”. El rico estaría en el Purgatorio, puesto que el pedido que hace en favor de sus hermanos es un gesto de compasión, algo que es inexistente en el Infierno. Otros autores, en cambio, afirman que este pasaje demuestra la existencia del Infierno, porque el lugar en donde está el rico es “lugar de tormentos” y está separado “del seno de Abraham” por un abismo infranqueable.
Ya sea que se trate de la demostración de la existencia del Purgatorio o del Infierno, ambas interpretaciones reafirman el dogma de fe católico acerca de la existencia de estos dos lugares supra-terrenos: uno, como anticipo del Cielo; el otro, como lugar de castigo eterno.
Además de la confirmación de la existencia del Purgatorio y del Infierno, en el pasaje evangélico hay otro aspecto que puede considerarse y es la causa de los distintos destinos ultra-terrenos de uno y otro. En el caso del pobre, llamado Lázaro, la causa de su salvación no es su pobreza, sino el haber sobrellevado su pobreza material extrema –indigencia- y las enfermedades y la soledad en la que vivía, con resignación, con humildad y con piedad, porque en ningún momento se queja contra Dios por los males que Dios permite que le sucedan. Es importante recordar que Dios jamás desea ni provoca ningún mal, aunque sí lo permite –en este caso, permite el mal de la enfermedad, la soledad, la extrema pobreza de Lázaro- y si lo hace es porque por su omnipotencia puede obtener un bien inmensamente mayor. En el caso del rico, la causa de su condenación –en el supuesto de que el pasaje haga referencia al Infierno-, o de su destinación al Purgatorio –si el pasaje se interpreta como prueba de la existencia del Purgatorio-, no es la riqueza material en sí misma, sino la ausencia de amor de compasión para con su prójimo necesitado, en este caso, Lázaro. Si el rico hubiera utilizado sus bienes materiales en favor de Lázaro, saciando su hambre, curando sus enfermedades y, sobre todo, ver en Lázaro a su hermano sufriente, con toda seguridad habría salvado su alma –no se habría condenado en el Infierno- o habría pasado directamente al Cielo –no habría sido destinado al Purgatorio luego de su muerte-. Es erróneo afirmar, como lo hace la Teología de la Liberación –también una rama de esta, la Teología del Pueblo-, que el pobre se salva por ser pobre y el rico se condena por ser rico, y que la causa de la salvación es la pobreza y la causa de la condenación es la riqueza. Nada de esto es verdad, por cuanto el centro del Evangelio no es el pobre, sino Cristo y lo que salva al hombre no es la pobreza, sino la gracia santificante obtenida por Cristo por medio de su sacrificio en cruz.

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