viernes, 30 de marzo de 2018

Viernes Santo



(Ciclo B – 2018)

         “Cuando Yo sea elevado en lo alto, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32). El Viernes Santo es un día de luto para la Iglesia Católica. No por el recuerdo de la muerte del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, sino porque la Iglesia, por el misterio de la liturgia, participa del Viernes Santo y de la muerte del Redentor. En otras palabras, para la Iglesia Católica, el Viernes Santo es día de luto porque está, misteriosamente presente, en el momento en el que el Señor Jesús muere sobre la cruz. La expresión de este día de luto y dolor y la gravedad que significa, se representa en la posición del sacerdote ministerial al inicio de la ceremonia: sobre una alfombra roja, se extiende de cara al suelo y allí permanece postrado en señal de luto y duelo por la muerte del Señor. Si el Sumo y Eterno Sacerdote ha muerto, entonces el sacerdote ministerial ha perdido todo su poder y toda su razón de ser y si el sacerdote ministerial ha perdido su poder y su razón de ser, la grey de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, han quedado sin pastores, porque ha muerto el Pastor Sumo y Eterno y así queda la grey inmersa en tinieblas, las tinieblas del error, del pecado y de la muerte, pero también inmersa y envuelta en las tinieblas vivientes, los Demonios. Cuando Jesús murió el Viernes Santo, el Evangelio narra que el sol se oscureció y el mundo se oscureció. Ese eclipse cósmico era solo la figura y el anticipo de las tinieblas espirituales en las que la humanidad y la Iglesia habrían de quedar inmersas luego de la muerte del Redentor. Jesús es el Sol de justicia y su muerte el Viernes Santo equivale a algo más que un eclipse: es como si el astro sol se apagara repentinamente y dejara de emitir su luz. En el mundo del espíritu, la muerte del Hombre-Dios en la cruz es algo análogo, en el sentido de que las almas dejan de recibir la luz de su gracia y quedan envueltas en las más profundas tinieblas espirituales, las tinieblas del error, del pecado, de la herejía y del cisma, además de quedar las almas humanas dominadas y subyugadas por las tinieblas vivientes, los demonios, a cuya mando se encuentra la Serpiente Antigua.
         El Viernes Santo, además de día de duelo y dolor, parece ser el día del triunfo total del Demonio, del pecado y de la muerte sobre el Hombre-Dios y, por lo tanto, sobre la humanidad entera porque entre los tres enemigos de la raza humana han logrado dar muerte al Hombre-Dios. Sin embargo, esto es solo en apariencia, porque en realidad, es el día del más completo triunfo de Dios Trino y el Cordero sobre estos tres grandes enemigos de la humanidad. En el mismo momento en el que el Señor Jesús muere en la cruz, el Demonio queda vencido para siempre, porque muerde el anzuelo que le da la muerte, el Cuerpo de Jesucristo crucificado; la muerte queda destruida, porque el Dios de la Vida mata a la muerte con su muerte y derrama sobre los hombres la Vida divina por medio de la Sangre y el Agua que brotan de su Corazón traspasado, que se comunican por los sacramentos; el pecado queda cancelado, quitado, borrado, porque el que muere en forma vicaria y expiatoria es el Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha, que con su muerte y la ofrenda de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, no solo cancela para siempre la deuda del hombre con Dios, sino que concede al hombre algo que ni siquiera podía imaginar y es la adopción del como hijo adoptivo de Dios y el don de la vida de la gracia.
Al morir en la cruz, el Hijo de Dios cumple con su palabra: “Cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”: al ser crucificado, y al ser su Corazón traspasado, derrama sobre los hombres el Espíritu Santo junto con su Sangre Preciosísima y el Espíritu Santo, descendiendo sobre los hombres, los atrae hacia el Corazón traspasado del Hijo de Dios con un movimiento ascendente para que, del Corazón del Hijo, los hombres sean llevados al seno del Eterno Padre.
         El día Viernes Santo es un día de luto, de duelo, de dolor, para la Iglesia Católica, porque muere en la cruz el Redentor. Pero es también día de serena alegría y de confiada espera en la Resurrección, porque es el día del cumplimiento de las palabras de Jesús: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33); es el día en el que Dios desde la cruz vence sobre los tres grandes enemigos del hombre, el Demonio, el Pecado y la Muerte. El Viernes Santo es día de dolor y de luto, pero también de serena calma: junto a la Virgen, la Iglesia, guardando el duelo y el dolor, espera confiada en las promesas de su Señor hasta el Domingo de Resurrección, en que Él saldrá del sepulcro triunfante, victorioso, glorioso, para no morir jamás.


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