(Ciclo
B – 2018)
“Cuando Yo sea elevado en lo alto, atraeré a todos hacia Mí”
(Jn 12, 32). El Viernes Santo es un
día de luto para la Iglesia Católica. No por el recuerdo de la muerte del Sumo
y Eterno Sacerdote, Jesucristo, sino porque la Iglesia, por el misterio de la
liturgia, participa del Viernes Santo y de la muerte del Redentor. En otras
palabras, para la Iglesia Católica, el Viernes Santo es día de luto porque
está, misteriosamente presente, en el momento en el que el Señor Jesús muere
sobre la cruz. La expresión de este día de luto y dolor y la gravedad que significa,
se representa en la posición del sacerdote ministerial al inicio de la
ceremonia: sobre una alfombra roja, se extiende de cara al suelo y allí
permanece postrado en señal de luto y duelo por la muerte del Señor. Si el Sumo
y Eterno Sacerdote ha muerto, entonces el sacerdote ministerial ha perdido todo
su poder y toda su razón de ser y si el sacerdote ministerial ha perdido su
poder y su razón de ser, la grey de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica,
han quedado sin pastores, porque ha muerto el Pastor Sumo y Eterno y así queda la
grey inmersa en tinieblas, las tinieblas del error, del pecado y de la muerte,
pero también inmersa y envuelta en las tinieblas vivientes, los Demonios. Cuando Jesús murió el Viernes Santo, el Evangelio narra que el sol se oscureció y el mundo se oscureció. Ese eclipse cósmico era solo la figura y el anticipo de las tinieblas espirituales en las que la humanidad y la Iglesia habrían de quedar inmersas luego de la muerte del Redentor. Jesús es el Sol de justicia y su muerte el Viernes Santo equivale a algo más que un eclipse: es como si el astro sol se apagara repentinamente y dejara de emitir su luz. En el mundo del espíritu, la muerte del Hombre-Dios en la cruz es algo análogo, en el sentido de que las almas dejan de recibir la luz de su gracia y quedan envueltas en las más profundas tinieblas espirituales, las tinieblas del error, del pecado, de la herejía y del cisma, además de quedar las almas humanas dominadas y subyugadas por las tinieblas vivientes, los demonios, a cuya mando se encuentra la Serpiente Antigua.
El Viernes Santo, además de día de duelo y dolor, parece ser
el día del triunfo total del Demonio, del pecado y de la muerte sobre el
Hombre-Dios y, por lo tanto, sobre la humanidad entera porque entre los tres enemigos de la raza humana han logrado dar muerte al Hombre-Dios. Sin embargo, esto es solo en apariencia,
porque en realidad, es el día del más completo triunfo de Dios Trino y el
Cordero sobre estos tres grandes enemigos de la humanidad. En el mismo momento
en el que el Señor Jesús muere en la cruz, el Demonio queda vencido para
siempre, porque muerde el anzuelo que le da la muerte, el Cuerpo de Jesucristo
crucificado; la muerte queda destruida, porque el Dios de la Vida mata a la
muerte con su muerte y derrama sobre los hombres la Vida divina por medio de la
Sangre y el Agua que brotan de su Corazón traspasado, que se comunican por los
sacramentos; el pecado queda cancelado, quitado, borrado, porque el que muere
en forma vicaria y expiatoria es el Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha,
que con su muerte y la ofrenda de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad,
no solo cancela para siempre la deuda del hombre con Dios, sino que concede al hombre
algo que ni siquiera podía imaginar y es la adopción del como hijo adoptivo de
Dios y el don de la vida de la gracia.
Al
morir en la cruz, el Hijo de Dios cumple con su palabra: “Cuando Yo sea
levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”: al ser crucificado, y al ser su
Corazón traspasado, derrama sobre los hombres el Espíritu Santo junto con su
Sangre Preciosísima y el Espíritu Santo, descendiendo sobre los hombres, los
atrae hacia el Corazón traspasado del Hijo de Dios con un movimiento ascendente
para que, del Corazón del Hijo, los hombres sean llevados al seno del Eterno
Padre.
El día Viernes Santo es un día de luto, de duelo, de dolor,
para la Iglesia Católica, porque muere en la cruz el Redentor. Pero es también
día de serena alegría y de confiada espera en la Resurrección, porque es el día del cumplimiento de las palabras de Jesús: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33); es el día en el que Dios desde
la cruz vence sobre los tres grandes enemigos del hombre, el Demonio, el Pecado
y la Muerte. El Viernes Santo es día de dolor y de luto, pero también de serena calma: junto a la Virgen, la Iglesia, guardando el duelo y el
dolor, espera confiada en las promesas de su Señor hasta el Domingo de Resurrección, en que Él saldrá del sepulcro triunfante, victorioso, glorioso, para no morir jamás.
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