“¿Cómo
este hombre puede darnos a comer su carne?” (Jn 6, 52-59). Los judíos se escandalizan falsamente frente a la
revelación de Jesús de que quien quiera tener vida eterna, debe comer su carne
y beber su sangre. Por la expresión que utilizan, se imaginan algo así como una
especie de canibalismo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. La razón
del falso escándalo es que interpretan las palabras de Jesús de un modo
material y lo hacen porque no tienen la luz de la gracia que les permita
comprender el significado sobrenatural último y único que tienen sus palabras. Los
judíos se escandalizan porque interpretan a Jesús con la escasa luz de su razón
humana, absolutamente insuficiente para poder alcanzar el misterio sobrenatural de la revelación de Jesús. Con la sola luz de la razón natural es
completamente imposible captar la profundidad sobrenatural de la revelación de
Jesús; es algo equivalente a navegar en la superficie del mar, pero sin
introducirse en las profundidades marinas distantes miles de metros de esa
superficie. Con la luz de la razón natural no se distingue entre realidad
natural y sobrenatural; se ve todo como si fuera una sola cosa y lo que se ve
es solo lo que aparece, no lo que es en realidad, en su realidad sobrenatural.
Cuando
Jesús dice que quien quiera tener vida eterna debe “comer su carne y beber su
sangre”, se está refiriendo sí a su cuerpo y su sangre, literalmente, pero
habiendo ya pasado el misterio pascual de muerte y resurrección, es decir,
habiendo ya recibido su Cuerpo Santísimo y su Sangre Preciosísima la
glorificación de parte de Dios Trino.
“Jesús
les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no
beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. Al igual que a los judíos, también
a los católicos -a la inmensa mayoría de los católicos- les sucede lo mismo:
ven las realidades del Catecismo con la sola luz de la razón natural y así no
entienden las realidades últimas sobrenaturales que están significadas en las
naturales, como por ejemplo, el pan y el vino que han recibido la
transubstanciación, significan el Cuerpo y la Sangre del Señor y ya no más pan
y vino terrenos. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre del Señor, real y
verdaderamente y a tal punto es así que quien come la Carne y bebe la Sangre de
Jesús tiene vida eterna y Él lo resucitará en el último día: “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
Si la Eucaristía fuera solo pan y vino, entonces el que comulgara no tendría
vida eterna y no sería resucitado por Jesús en el último día, con lo que las
palabras de Jesús no serían verdad. Pero sí lo son y por lo tanto la Eucaristía
es la verdadera comida y la verdadera bebida: “Porque mi carne es la verdadera
comida y mi sangre, la verdadera bebida”.
El
problema es que la inmensa mayoría de católicos comete el mismo error de los
judíos: cuando reciben la revelación contenida en el Catecismo, lo hacen solo
con la luz de la razón natural y por lo tanto, dejan de creer que la Eucaristía
es la Carne y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; escuchan y creen
materialmente y en el fondo, no creen que el pan sea la Carne de Jesús y no
creen que el vino sea su Sangre. Y esto es lo que conduce a la apostasía
generalizada que vive la Iglesia hoy. Si los niños, jóvenes y adultos creyeran
con la luz de la fe, entonces comprenderían que la Eucaristía no es pan y vino,
sino la Carne y la Sangre del Señor Jesús y acudirían a la Iglesia, sino en
masa, al menos en mayor cantidad que la actual, para recibir el don del Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús.
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