martes, 10 de abril de 2018

“Ustedes tienen que renacer de lo alto”



“Ustedes tienen que renacer de lo alto” (Jn 3, 7b-15). Hablando con Nicodemo, Jesús le revela que el cristiano “debe renacer de lo alto” y acto seguido le dice indirectamente en qué consiste ese renacimiento de lo alto: es un nacimiento nuevo, distinto al nacimiento biológico, porque es un nacimiento producido por la acción del Espíritu Santo, al cual compara con el viento: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. Con este ejemplo gráfico del Espíritu con el viento, entonces puede decirse que el cristiano es como la hoja de un árbol: cuando no hay viento, la hoja está quieta, inmóvil, como si no tuviera vida, pero cuando “sopla el viento donde quiere”, entonces la hoja se mueve, como cobrando vida: es el corazón del cristiano que, ante el soplo del Santo Espíritu de Dios, vibra con la vida nueva de la gracia, dejando atrás las obras muertas del hombre viejo.
“Ustedes tienen que renacer de lo alto”. Este “renacer de lo alto” es absolutamente imprescindible para poder vivir los misterios sobrenaturales que implican el ser cristianos; de lo contrario, el cristiano permanece cristiano solo nominalmente, sin dar crédito –sin entender- en qué consiste el verdaderamente ser cristiano, limitándose a vivir una vida puramente natural, moralmente buena con toda seguridad, pero puramente natural, porque no ha comprendido que el bautismo sacramental lo ha insertado en un Cuerpo Vivo, el Cuerpo Místico del Hombre-Dios, que está animado por el Espíritu Santo, Alma y Vida de este Cuerpo Místico, así como el alma es la vida del cuerpo. A esta incomprensión de lo que significa el ser cristiano es a lo que Jesús se refiere cuando dice: “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?”. Es necesario el renacer de lo alto, del Espíritu Santo, para poder comenzar a vivir la vida de la gracia, que hace participar en la vida divina trinitaria y hace que el alma comprenda a Dios como Dios se comprende a sí mismo y que ame a Dios como Dios se ama a sí mismo. Esta nueva intelección y esta nueva capacidad de amar, dadas por la gracia, es lo que le permite al cristiano, además de vivir ya no solo con su vida natural, sino con la vida de la Trinidad, el comprender –aun en la nebulosa de lo que significan, porque nunca se comprende totalmente, incluso con la ayuda de la gracia- los misterios de la vida de Jesús, como por ejemplo, que Él, “que ha bajado del cielo”, deba ser “levantado en alto para atraer a todos hacia sí para que reciban la vida eterna”: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”.
“Ustedes tienen que renacer de lo alto”. Si no se renace de lo alto, si el Espíritu no proporciona al alma la participación en el Intelecto y el Querer de Dios Trino, no se entiende el Sacrosanto Misterio de la Cruz y mucho menos su renovación incruenta y sacramental, el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario