"La adoración de la Bestia"
“El
que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra” (Jn 3, 31-36). Frente a la incomprensión
tanto de parte de los judíos como de sus mismos Apóstoles, ante la revelación
de su misterio pascual de muerte y resurrección, Jesús revela la causa de
porqué eso sucede: porque pertenecen a la tierra y no al cielo y por lo tanto
no pueden comprender la Verdad Absoluta de Dios revelada por Él, porque va más
allá de la razón, porque es supra-racional. Los judíos –no quieren creer- y los
Apóstoles –no entienden lo que Jesús les dice- demuestran, con su rechazo –directo
y explícito en los judíos, indirecto e implícito en los segundos- a Jesucristo,
por un lado, que sus mentes y sus almas y corazones pertenecen a la tierra, a
esta vida, y que a pesar de verlo y escucharlo a Él en persona, siguen pensando
con los criterios humanos, sin poder ir más allá de lo que la limitada razón
puede ir. En el fondo, tanto los judíos como los Apóstoles, se construyen un
Jesús humano: para los judíos, era solo un hombre que blasfemaba al
auto-proclamarse Hijo de Dios; para los Apóstoles, es un Maestro, un rabbí, que da hermosas clases de moral y
que quiere fundar una nueva religión fuera de la judía, pero aun lo ven como a
un hombre. Y todo, a pesar de sus milagros, que prueban que lo que Él dice de sí
mismo, que es Dios Hijo, es verdad, porque nadie, si no es Dios, puede hacer
los milagros que Él hace. Solo cuando Jesús resucitado sople el Espíritu sobre
ellos y “les abra la inteligencia”, sus mentes humanas podrán, por la gracia,
participar de la mente divina y así podrán conocer a Dios como Él mismo se
conoce. Mientras tanto, son de la tierra, pertenecen a la tierra y solo hablan
cosas de la tierra.
“El
que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra”. Muchos cristianos,
en nuestros días –sin importar el lugar que ocupen en la jerarquía de la
Iglesia-, muestran la misma actitud de los judíos y de los Apóstoles: piensan
con sus categorías humanas, terrenas, y se construyen una religión humana,
terrena, con un Jesús humano y terreno. En esta Iglesia no hay lugar para
milagros, ni para el Hombre-Dios, ni para su Presencia Eucarística, ni para la
Madre de Dios, ni para el Cielo, ni para el Purgatorio, ni para el Infierno, porque
sencillamente, todo eso no entra en la categoría de pensamientos de la tierra. Pero
“el que es de la tierra, pertenece a la tierra y habla de la tierra”, no es de
Dios, no ha nacido del Espíritu de Dios, no pertenece al Cielo y no habla del
Cielo y no adora al Cordero de Dios, sino que adora a la Bestia. Ésta es la razón por la cual es imprescindible pedir, insistentemente,
la luz del Espíritu Santo, para que ilumine las “tinieblas y sombras de muerte”
en las que estamos inmersos, mientras vivamos en esta tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario