jueves, 12 de abril de 2018

“El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra”



"La adoración de la Bestia"

“El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra” (Jn 3, 31-36). Frente a la incomprensión tanto de parte de los judíos como de sus mismos Apóstoles, ante la revelación de su misterio pascual de muerte y resurrección, Jesús revela la causa de porqué eso sucede: porque pertenecen a la tierra y no al cielo y por lo tanto no pueden comprender la Verdad Absoluta de Dios revelada por Él, porque va más allá de la razón, porque es supra-racional. Los judíos –no quieren creer- y los Apóstoles –no entienden lo que Jesús les dice- demuestran, con su rechazo –directo y explícito en los judíos, indirecto e implícito en los segundos- a Jesucristo, por un lado, que sus mentes y sus almas y corazones pertenecen a la tierra, a esta vida, y que a pesar de verlo y escucharlo a Él en persona, siguen pensando con los criterios humanos, sin poder ir más allá de lo que la limitada razón puede ir. En el fondo, tanto los judíos como los Apóstoles, se construyen un Jesús humano: para los judíos, era solo un hombre que blasfemaba al auto-proclamarse Hijo de Dios; para los Apóstoles, es un Maestro, un rabbí, que da hermosas clases de moral y que quiere fundar una nueva religión fuera de la judía, pero aun lo ven como a un hombre. Y todo, a pesar de sus milagros, que prueban que lo que Él dice de sí mismo, que es Dios Hijo, es verdad, porque nadie, si no es Dios, puede hacer los milagros que Él hace. Solo cuando Jesús resucitado sople el Espíritu sobre ellos y “les abra la inteligencia”, sus mentes humanas podrán, por la gracia, participar de la mente divina y así podrán conocer a Dios como Él mismo se conoce. Mientras tanto, son de la tierra, pertenecen a la tierra y solo hablan cosas de la tierra.
“El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra”. Muchos cristianos, en nuestros días –sin importar el lugar que ocupen en la jerarquía de la Iglesia-, muestran la misma actitud de los judíos y de los Apóstoles: piensan con sus categorías humanas, terrenas, y se construyen una religión humana, terrena, con un Jesús humano y terreno. En esta Iglesia no hay lugar para milagros, ni para el Hombre-Dios, ni para su Presencia Eucarística, ni para la Madre de Dios, ni para el Cielo, ni para el Purgatorio, ni para el Infierno, porque sencillamente, todo eso no entra en la categoría de pensamientos de la tierra. Pero “el que es de la tierra, pertenece a la tierra y habla de la tierra”, no es de Dios, no ha nacido del Espíritu de Dios, no pertenece al Cielo y no habla del Cielo y no adora al Cordero de Dios, sino que adora a la Bestia. Ésta es la razón por la cual es imprescindible pedir, insistentemente, la luz del Espíritu Santo, para que ilumine las “tinieblas y sombras de muerte” en las que estamos inmersos, mientras vivamos en esta tierra.

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