jueves, 5 de abril de 2018

Jueves de la Octava de Pascuas



(Ciclo B – 2018)

         “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24, 35-48). Ante la aparición de Jesús resucitado, los discípulos muestran una reacción que refleja la incapacidad de la naturaleza humana de comprender y aprehender no solo el significado de la resurrección, sino del mismo Jesús resucitado. En efecto, según el Evangelio, cuando Jesús resucitado se les aparece a los discípulos, estos se muestran “atónitos”, “llenos de temor”, “turbados”, “dudosos”, pues ante la vista de Jesús glorioso, “creían ver un espíritu”. La reacción es comprensible, desde el momento en que para la inteligencia creada –sea humana o angelical- el hecho de la resurrección –tanto su contemplación como el alcance y significado de la misma- está fuera de su alcance, no por ser la resurrección un hecho contrario a la razón o irracional sino por ser supra-racional. Supera de tal manera la capacidad intelectual de los seres inteligentes como el ángel y el hombre que, de no ser aportada, de parte de Dios, una ayuda –la gracia santificante que concede a la inteligencia humana el conocer a Dios como Dios se conoce y a la voluntad el amarlo como Él se ama a sí mismo-, la resurrección gloriosa de Jesús provoca en el alma lo que los discípulos revelan según el Evangelio: temor, descreimiento, dudas, perplejidad. Por esta razón, la acción de Jesús de infundirles su gracia –es lo que significa la frase: “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”- es lo que permite a los discípulos reconocerlo como resucitado y glorioso. Pero esto no se debe a que la gracia amplifica las facultades intelectivas y volitivas del hombre, sino que les concede una nueva capacidad, la de participar al Intelecto y la Voluntad divinos y operar con esta nueva capacidad. Es decir, la gracia santificante otorga al espíritu humano la participación en la operación divina de conocer y amar, lo cual es un “salto cualitativo” inimaginable, pues coloca al hombre a la altura misma de la Trinidad, por encima de los ángeles.
         “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”. De manera análoga, la misma reacción de incredulidad, dudas, temor, perplejidad, se presenta entre los católicos en relación al misterio sobrenatural absoluto que significan, tanto la Santa Misa, como la Eucaristía. Es por eso necesario suplicar al Señor que, por intercesión de María Santísima, nos “abra la inteligencia” con la luz de su gracia, para que podamos contemplarlo en el esplendor radiante y glorioso de su Presencia Eucarística.

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