“Yo
Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre” (Jn 6, 30-35). Le preguntan a Jesús qué
signos hace para que crean en Él y le dan como ejemplo el pan del cielo, el maná,
dado por Moisés al pueblo en el desierto. El maná es el signo de Moisés; ahora
ellos quieren un signo de Jesús.
Pero
Jesús sorprende con la afirmación de que no fue Moisés quien les dio “el
verdadero pan de vida”, sino que es su Padre Dios quien da el verdadero pan y
de vida porque es un pan venido del cielo y porque da Vida divina a quien lo
consume. El pan que dio Moisés venía del cielo, sí, pero no era el verdadero,
sino una figura del verdadero y único Pan de Vida dado por Dios Padre y es un
Pan que, a diferencia del maná, concede la Vida eterna para el sustento del
alma y no solamente del cuerpo, como lo era el maná recibido por los israelitas
en el desierto. Entonces le piden: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les
responde afirmando que Él, a quien están viendo, es el Verdadero Pan de Vida,
el Verdadero Maná, el Pan bajado del cielo y que quien se alimente de este Pan,
que su Cuerpo y su Sangre, “jamás tendrá hambre ni sed”: “Yo soy el pan de
Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.
Jesús
en la Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad, y todo el
Amor de Dios contenido en su Sagrado Corazón Eucarístico, es el Verdadero y
Único Pan de Vida, que concede la Vida divina del Ser divino trinitario a quien
lo consume, saciando el hambre y la sed que de Dios tiene el alma desde el
instante mismo en el que es creada. Sólo el Verdadero Pan de Vida, la
Eucaristía, puede saciar la sed y hambre de Paz, Amor, Justicia, Misericordia,
Alegría, que posee toda alma desde su creación.
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