(Ciclo
B – 2018)
Nuestro
Señor Jesucristo se apareció a Santa Faustina Kowalska durante una serie de
años y en una de las apariciones le confió a Sor Faustina que la Devoción a la
Divina Misericordia habría de ser la última, antes de su Segunda Venida y que
la señal de que su Segunda Venida estaba cerca, era esta imagen: “Habla al
mundo de mi Misericordia, para que toda la humanidad conozca la infinita
Misericordia mía (esta imagen) es una señal de los últimos tiempos, después de
ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a
la Fuente de mi Misericordia, se beneficien del Agua y la Sangre que brotó para
ellos”[1]. Y
también: “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia”. El
mensaje central de Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska es que la
Humanidad debe volverse a Él, que es la Misericordia de Dios encarnada, porque
de lo contrario, “no tendrá paz”, y que Él está a punto de venir, en su Segunda
Venida gloriosa: “Esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de
los Últimos Tiempos (…) La humanidad no encontrará la paz, hasta que no se
vuelva con confianza a mi Misericordia (…) Doy a la humanidad un vaso del cual
beber, y es esta imagen (…) Anunciarás al mundo mi Segunda Venida”. Además, de
las palabras de Jesús, se puede observar que parte también esencial del mensaje
es que quien no quiera aprovechar la Misericordia de Dios, deberá comparecer
ante la Justicia Divina: “Quien no quiera pasar por las puertas de mi
Misericordia, deberá pasar por las puertas de mi Justicia”.
Cuando
se considera a la Divina Misericordia, se puede caer en un error muy frecuente,
que es el de negar la Justicia Divina y por lo tanto, negar el Infierno, lo
cual no corresponde a la Fe católica. En las apariciones como Jesús
Misericordioso, Nuestro Señor confirmó a la Iglesia en la verdadera doctrina de
la Misericordia, que implica y comprende la doctrina sobre la Justicia Divina y
el Infierno. Muchos pretenden que Dios es Misericordia, pero olvidan que
también es Justicia y que si fuera sólo Misericordia, no sería Dios, porque
dejaría sin castigo el mal, lo cual es injusto e impío.
Forman parte del Ser divino trinitario tanto la Misericordia
como la Justicia: Misericordia sin Justicia es impiedad; Justicia sin
Misericordia es propio de un Dios que solo busca el castigo del mal, sin
apiadarse de las miserias de sus creaturas, los hombres.
La existencia del Infierno es una muestra de la Misericordia
de Dios y del profundo respeto de la libertad de las creaturas –sean ángeles u
hombres- que no desean estar con Él ni saber nada de Él. Para respetar la
decisión de ángeles y hombres que no quieren amarlo ni adorarlo y no quieren
servirlo, es que Dios Trino crea un lugar especial, en el que el ángel rebelde
y el hombre pecador contumaz tienen lo que desean: un lugar en el que no está
Dios Trino y al no estar Dios Trino, es un lugar en el que no hay Amor, sino
odio; no hay paz, sino discordia; no hay gracia ni gloria divina, sino estado
de pecado permanente. Y puesto que las respectivas voluntades de los ángeles y
hombres rebeldes son definitivas y puesto que tanto el ángel como el hombre,
una vez creados, viven para siempre –Dios no aniquila a sus creaturas-, el
Infierno, el lugar creado para los que no quieren estar con Dios, es para
siempre, es decir, es eterno, no termina nunca.
Afirmar que porque Dios es Misericordioso no puede haber
creado el Infierno es afirmar un error sobre Dios: precisamente, porque es
Misericordioso, crea al Infierno para dar a la creatura aquello que la creatura
quiere con todas las fuerzas de su ser: vivir para siempre sin la Presencia de
Dios; vivir sin cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios; vivir sin saber
nada de Dios. Jesús revela que el Infierno fue creado inicialmente para los
ángeles, pero es el lugar al que van también todos aquellos que en esta vida se
rehúsan, libre y voluntariamente, a hacer el bien, a obrar la misericordia y
por lo tanto persisten en su malicia hasta el último suspiro de sus vidas. En
el Día del Juicio Final, Jesús dirá a los réprobos, a los que libremente
eligieron morir en pecado mortal, para no vivir en la gloria de Dios por la
eternidad: “¡Apártense de mí malditos, al fuego eterno, creado para el Diablo y
los ángeles!” (Mt 25, 41).
Quienes niegan la existencia del Infierno con el pretexto de
que Dios es misericordioso, o quienes afirman erróneamente que las almas que
deberían ir al Infierno son aniquiladas, o quienes afirman también erróneamente
que el Infierno está vacío, se apartan de la Fe católica y cometen el pecado de
herejía e incurren en cisma ipso facto. El
Infierno existe, es real y el tormento del alma y del cuerpo para los
condenados duran toda la eternidad. El Catecismo de la Iglesia Católica dice
así: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su
eternidad. Inmediatamente después de la muerte, las almas de aquellos que
mueren en un estado de pecado mortal descienden al infierno, donde sufren los
castigos del infierno, el “fuego eterno”. El principal castigo del infierno es
la separación eterna de Dios, en quien sólo el hombre puede poseer la vida y la
felicidad para la cual fue creado y por la que anhela”[2]. Y
en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica se afirma: “El infierno
consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en
pecado mortal”[3].
Es decir, en el Catecismo se afirma, como verdad de fe definida, que el
Infierno existe, que hay un tormento del alma y del cuerpo, que los que van
allí van por propia culpa y que es para siempre.
En sus apariciones a Santa Faustina Kowalska, Jesús no hace
sino confirmar lo que la Iglesia enseña en su Catecismo y en su Magisterio: “Para
la Justicia, tengo toda la eternidad; la Misericordia es para esta vida y los
hombres deben aprovecharla. Quien no quiera pasar por la puerta de la
misericordia, pasarán por la puerta de la Justicia”.
La
doctrina sobre la Divina Misericordia es inseparable de la doctrina sobre el
infierno porque uno y otro destinos eternos –cielo e infierno- están
intrínsecamente unidos: el destino de los justos –los que mueren en estado de
gracia, es decir, protegidos por los rayos de la Divina Misericordia-, es el
Reino de los cielos, un estado de felicidad completa y total de alma y cuerpo;
los impíos, los que mueren en pecado mortal por libre elección –son los que no
quieren pasar por las puertas de la Misericordia y por lo tanto tienen que
pasar por las puertas de la Justicia Divina-, tienen por destino eterno el
infierno. Lo que caracteriza a los que mueren amparados por la Misericordia es
que en esta vida querían “estar con Cristo” e hicieron todo lo que estaba a su
alcance para vivir en gracia, evitar el pecado y obrar la misericordia; lo que
caracteriza a los que desprecian a la Divina Misericordia es que se apartaron
de Jesucristo en esta vida por el pecado mortal libremente deseado y no
quisieron salir de ese pecado y no quisieron recibir la Divina Misericordia,
por lo que reciben el justo castigo de la Justicia Divina y reciben lo que
libremente eligieron, el pecado por toda la eternidad, el Infierno, en donde no
está Jesucristo: el impío no quería a Jesús Misericordioso en esta vida y tampoco
en la otra, por lo que Jesús Misericordioso no lo obliga a estar con Él y esta
separación por toda la eternidad de Dios y su Amor es lo que se llama “Infierno”.
Sin embargo, el pecador que, arrepentido, a acude a la Divina Misericordia,
nunca es rechazado, sino que es recibido por Jesús y esto es contra quienes
afirman que asesinos en masa como el nazista Hitler o los comunistas Stalin,
Mao Tsé Tung, carniceros humanos que mataron a decenas de millones de personas,
no pueden salvarse (y lo mismo vale para los herejes y cismáticos que, mucho
peor que el pecado de matar el cuerpo, matan el alma de quienes los siguen). Aun
así, siendo los asesinos más implacables que jamás haya conocido la humanidad,
pueden salvarse, si acuden a la Divina Misericordia, porque la Divina
Misericordia es insondable, como insondable es el Ser divino trinitario. Dice
así Jesús a Sor Faustina: “No puedo castigar aún al pecador más grande si él
suplica Mi compasión, sino que lo justifico en Mi insondable e impenetrable
misericordia”. Y también: “Escribe de Mi Misericordia. Di a las almas que es en
el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; allí tienen lugar
los milagros más grandes y se repiten incesantemente. Para obtener este milagro
no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores,
sino que basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con
fe su miseria y el milagro de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su
plenitud. Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera
que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de
restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la
Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. Oh infelices que
no disfrutan de este milagro de la Divina Misericordia; lo pedirán en vano
cuando sea demasiado tarde (…) Yo no puedo castigar al que confía en mi
Misericordia. Castigo cuando se me obliga. Pero antes de venir como Juez el Día
de la Justicia, Yo abro las puertas de mi Amor y concedo el tiempo de la
Misericordia”. Pero el pecador, para recibir la Divina Misericordia, tiene que
implorar perdón a Dios y hacer el propósito de enmienda. Porque también es
verdad que quienes rechazan la Divina Misericordia, se condenan a sí mismos a
un estado de sufrimiento de cuerpo y alma por toda la eternidad, en donde es el
fuego el que combustiona tanto el alma como el cuerpo, aunque sin reducirlo
nunca a cenizas, como sucede en la tierra con las cosas materiales atacadas por
el fuego. Tanto la felicidad en el Cielo de los bienaventurados, como el dolor
en el Infierno de los condenados, es eterno y aunque no tenemos experiencia de
eternidad, podemos darnos una idea según el concepto de eternidad, que se opone
al concepto de tiempo: el tiempo supone un antes y un después; la eternidad,
por el contrario, supone una duración ilimitada, una permanencia interminable,
no un antes y un después, sino un “durante”, un presente que no termina nunca. Una
imagen que puede ayudar a entender la eternidad es la de un reloj pintado a las
nueve en punto: por mucho que esperemos, nunca señalará las nueve y cinco[4].
Es
verdad lo que dice la Escritura de que “Dios quiere que todos los hombres se
salven”, pero eso es de parte de Dios, porque no todos los hombres quieren
salvarse y Dios, en su voluntad divina, nos ama y respeta tanto, que “respeta
la libertad de los hombres”[5],
de manera que a nadie lleva al Cielo contra su voluntad. Éste es el sentido de
las palabras de Jesús Misericordioso: “Antes de venir como Juez Justo abro de
par en par la puerta de Mi misericordia. Quien no quiere pasar por la puerta de
Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia……”[6].
Acudamos a la fuente de la Divina Misericordia -la Confesión sacramental y la imagen de Jesús Misericordioso- mientras es el tiempo de la Misericordia.
[1] Cfr. Sor Faustina Kowalska, Diario,
848.
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1035.
[3] Cfr. Compendio, n. 212.
[4] Padre
Jorge Loring. S.J., Para salvarte.
[5] Cfr. P. Loring, ibidem.
[6] Cfr. Sor Faustina Kowalska, Diario,
1146.
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