(Domingo
III - TP - Ciclo B – 2018)
“(…) les abrió la inteligencia para que pudieran comprender
las Escrituras” (Lc 24, 35-48). Jesús
resucitado se aparece en medio de los Apóstoles, los cuales estaban escuchando
el testimonio de los discípulos de Emaús, encontrándose incrédulos, como lo
relata en otra parte el Evangelio. Ya se habían mostrado incrédulos cuando
María Magdalena y las otras santas mujeres les habían relatado que Jesús se les
había aparecido resucitado. Y ahora, cuando Jesús se les aparece a ellos en
Persona, continúan manifestando incredulidad, según lo relata el Evangelio: “Atónitos
y llenos de temor, creían ver un espíritu”. De tal manera se muestran
incrédulos, que Jesús les tiene que decir que Él no es un espíritu, un
fantasma, sino Él en Persona, resucitado y glorioso. Les reprocha su
incredulidad: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?” y además
les pide que toquen su Cuerpo, para que comprueben que es el mismo Cuerpo que
tenía antes de la Resurrección: “Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo.
Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”,
y “les mostró sus manos y sus pies”. Incluso les pide algo para comer: “¿Tienen
aquí algo para comer?”.
Les
pide algo para comer, come un trozo de pescado asado y luego les explica su
misterio pascual: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es
necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en
los Profetas y en los Salmos”.
Luego
Jesús hace algo, narrado por el Evangelio: “Entonces les abrió la inteligencia
para que pudieran comprender las Escrituras”. Aunque ya les había explicado su
misterio pascual, ahora vuelve a hacerlo, luego de “abrirles la inteligencia”,
a lo que le agrega ahora el mandato de ir a predicar el Evangelio, la Buena
Noticia de su muerte y resurrección “a todas las naciones”, es decir, a todo el
mundo: “Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de
entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía
predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes
son testigos de todo esto”.
Hay
un claro “antes y después” de que Jesús les “abra la inteligencia”: antes,
están atemorizados, turbados, incrédulos y aunque ven a Jesús resucitado y
escuchan de Él su misterio pascual, parecen no comprender lo que Jesús les
dice, porque sus actitudes no cambian. Pero cuando Jesús sopla sobre ellos el
Espíritu Santo, éste les “abre la inteligencia”, de manera que se vuelven
capaces de conocer como Dios se conoce y de amar a Dios como Dios se ama; son
capaces de reconocer a Jesús resucitado y glorioso; son capaces de salir del
encierro en el que están “por temor a los judíos”, porque ahora poseen la
Sabiduría, el Amor y la Fortaleza misma de Dios Trino, que les es participada
por la gracia; son capaces de salir por el mundo entero a predicar que Jesús
es el Hombre-Dios que, con su sacrificio
en cruz, ha vencido al Demonio, a la Muerte y el Pecado, nos ha concedido la
gracia de la filiación divina, nos ha abierto las puertas del Cielo, nos ha
librado de la eterna condenación en el Infierno y ha ido a prepararnos una
habitación en la Casa del Padre para que, al final de nuestras vidas terrenas,
seamos capaces de habitar para siempre en el Reino de los Cielos. Pero todo
esto lo pueden comprender y pueden salir a evangelizar sólo después de que
Jesús “les abriera la inteligencia” por la infusión del Espíritu Santo en sus
almas. Sólo así, los Apóstoles pueden superar los estrechos límites de la razón
humana que les impide contemplar y comprender los sublimes misterios
sobrenaturales del Hijo de Dios. Antes de que Jesús “les abriera la
inteligencia”, los Apóstoles sencillamente no comprendían lo que pasaba; ni
siquiera eran capaces de reconocer a Jesús resucitado y glorioso, aun cuando lo
tenían frente a sus propios ojos.
“(…)
les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”. La inmensa
mayoría de los niños que cursan Catecismo de Comunión y Confirmación, como así
también la inmensa mayoría de jóvenes y adultos que han recibido la instrucción
sobre la fe, se encuentran en el estado de los Apóstoles antes de que Jesús “les
abra la inteligencia”: no comprenden de qué se trata la religión católica y la
prueba está en que no valoran ni entienden en qué consisten los sacramentos,
principalmente el Bautismo, la Confesión sacramental, la Eucaristía y mucho
menos entienden lo que es la Santa Misa. Es lógico que así sea, porque todo
esto son prolongaciones y actualizaciones sacramentales del misterio pascual de
Jesús, de su gloriosa Pasión, Muerte y Resurrección. Si queremos que esta
apostasía que estamos viviendo, que vacía nuestras iglesias y llena estadios de
fútbol y paseos de diversión los domingos, finalice, debemos implorar, por
intermedio de María Santísima, Mediadora de todas las gracias, que también a
nosotros Jesús nos sople el Espíritu Santo para que “abra nuestras
inteligencias” a los misterios sobrenaturales de nuestra Santa Religión
Católica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario