"Santísima Trinidad"
(Rublev)
“El
que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos
en él” (Jn 14, 21-26). En una sola
frase, Jesús revela dos de los más grandiosos secretos de la religión católica:
la composición de Dios como Trinidad de Personas y la inhabitación trinitaria
en el alma del justo. En efecto, Jesús dice que “quien lo ame”, demostrará ese
amor no con meras declaraciones, sino por el cumplimiento de su palabra. Esto quiere
decir, entre otras cosas, que quien lo ame se esforzará, por ejemplo, en
perdonar a su enemigo, en llevar la cruz de cada día, en imitarlo a Él en la
mansedumbre y la humildad, pero como para todo esto es necesario un amor
sobrenatural, quiere decir que quien lo ame y cumpla sus palabras, lo hará con
un amor sobrenatural y ese amor sobrenatural en Dios se llama Espíritu Santo. Es
el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el que hará que el justo ame a Jesús y
cumpla su palabra. Aquí, entonces, está revelado el misterio de la Trinidad,
porque Dios Espíritu Santo es la Tercera Persona, mientras que las otras Personas
son el Padre y el Hijo. Luego, Jesús revela la doctrina de la inhabitación
trinitaria en el alma del justo: aquel que, movido por el Espíritu Santo, lo
ame y cumpla su palabra, recibirá la gracia inimaginable de la inhabitación del
Padre y del Hijo -junto al Espíritu Santo, que es el que hace posible esta
inhabitación- en su corazón: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre
lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. Es decir, es el Amor de Dios, la
Tercera Persona de la Trinidad, la que, enviada por el Padre –“mi Padre lo
amará”-, la que hace que el justo ame a Jesús y cumpla su palabra y reciba, en consecuencia,
la inhabitación del Padre y del Hijo, esto es, la Presencia personal de Dios
Padre y de Dios Hijo.
“El
que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos
en él”. Amar a Jesús y desear cumplir su palabra más que nada en este mundo, es
ya señal de la Presencia y actuación del Espíritu Santo en el alma. Llevar a
cabo este deseo, en la fidelidad a los Mandamientos de Jesús, significa para el
cristiano una “recompensa”, si así se puede decir, que supera todo lo que nuestra
limitada razón -aun auxiliada por la gracia- pueda comprender: la inhabitación,
por el Amor de Dios, del Padre y del Hijo.
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