(Domingo
IV - TP - Ciclo B – 2018)
“Yo
soy el buen Pastor” (Jn 10, 11-18). Jesús
utiliza la imagen de un pastor y su rebaño, además de los malos pastores y del
lobo, para graficar la realidad de su Iglesia y de la vida sobrenatural que en
ella se desarrolla. También utiliza la imagen de ovejas que no están en su
redil, de momento, pero que le pertenecen, para indicar que la acción
evangelizadora de la Iglesia debe extenderse hacia ellos indicando así cuál es
el verdadero ecumenismo, el ecumenismo en el que toda la humanidad debe
convertirse a Él, al Cristo en el que cree la Religión Católica lo que
significa que toda la humanidad debe pertenecer a la religión católica. Es esto
-que toda la humanidad debe convertirse a la religión católica-, lo que Jesús le
dice a Sor Faustina: “La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con
confianza a mi Misericordia”. Y como su Misericordia es Él que es Dios mismo, porque
Dios es su misma Misericordia, lo que Jesús nos dice es que toda la humanidad
tiene que entrar en ese redil suyo que es la Iglesia Católica.
En
esta imagen del Buen Pastor, Jesús revela la composición de su Iglesia,
compuesta por ovejas que están en el redil y por otras que deben ingresar aún;
revela además los peligros que amenazan a su Iglesia, principalmente el
Demonio, figurado en el lobo que acecha a las ovejas y en los malos pastores
que, en vez de cuidar de las ovejas advirtiéndoles de los peligros que pueden
causar su eterna condenación –comenzando por el no dominio de las pasiones y
las atracciones del mundo sin Dios-, no les advierten de la existencia y peligrosidad
del Lobo infernal, anestesiando su capacidad de reacción frente al Ángel caído.
Jesús advierte entonces contra el Demonio, pero también contra los aliados del
Demonio, los mismos sacerdotes de la Iglesia Católica que, cometiendo
apostasía, entregarán a la Iglesia al enemigo de las almas ocultando la
presencia y el accionar del Demonio, descuidando la doctrina –los que enseñan
que Jesús no es Dios o que “no había registradores en tiempos de Jesús y por
eso todo lo que sabemos de Él es relativo- y la liturgia –convirtiendo la Santa
Misa en un show grotesco e indigno, con bailes, cánticos anti-litúrgicos,
aplausos, etc.-, sobre todo la Eucarística. Otros peligros contra los que Jesús
advierte son los falsos pastores, es decir, a aquellos que, haciéndose pasar
por cristianos, no pertenecen a la Iglesia Católica y enseñan doctrinas
cismáticas y heréticas –por ejemplo, los mormones, que se hacen llamar “Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, pero no son cristianos sino
paganos y panteístas, o la infinidad de sectas protestantes, que enseñan
doctrinas perversas, como la Teología del dinero, por ejemplo-.
Para
comprender en su sentido recto a esta parábola, es necesario entonces
considerar que las imágenes del pastor, del rebaño, de las ovejas fuera del
redil, de los malos pastores y del lobo, representan a realidades
sobrenaturales. Así, Jesús compara a su Iglesia con un rebaño de ovejas; las
ovejas somos los bautizados y Él es el Buen Pastor que cuida de sus ovejas; el
redil, es decir, el corral donde las ovejas descansan, es la Iglesia Católica,
con su Magisterio, su Doctrina, su Tradición y su Biblia, la Biblia Católica.
Los pastos verdes y el agua hacia donde el buen pastor conduce sus ovejas, son
la Eucaristía y los sacramentos que conceden la gracia santificante,
alimentando a las almas con la gracia, que las hace participar de la vida
divina de la Trinidad. Las ovejas que de momento no están en el corral pero que
pertenecen a Él, son aquellos que no están bautizados en la Iglesia Católica y
que pertenecen a otras confesiones religiosas –incluso ateos-, pero que están
destinados a recibir la gracia de la conversión y del bautismo sacramental, que
los hará ingresar en la verdadera y única iglesia de Dios Trino, la Iglesia
Católica. Así Jesús indica cuál es el verdadero ecumenismo, el indicado a Santa
Faustina: que toda la humanidad se convierta a Él, Jesús Misericordioso, el
Jesús de la Iglesia Católica, el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario.
Pero como para poder unirse a Él en la Eucaristía es necesario estar bautizados
en la Iglesia Católica y recibir la Doctrina católica sobre el Hombre-Dios,
Jesús está afirmando que el verdadero y único ecumenismo es el que lleva a las
almas a convertirse a Él, el Jesús católico y no el Jesús evangelista, o el
Jesús de la Nueva Era[1], o
el Jesús panteísta de Theillard de Chardin o cualquier otro Jesús que no sea el
Jesús Eucarístico, el Hijo de Dios proclamado en el Credo católico. El lobo que
acecha a las ovejas es el Demonio, solo que es infinitamente más peligroso que
el lobo creatura, ya que éste lo máximo que puede hacer, movido por su instinto
salvaje, es destrozar la tierna carne de las ovejas con sus dientes afiladas
mientras que el Lobo Infernal, el Demonio, destroza a las almas con las garras
afiladas de la tentación y el pecado, quitándoles la vida de la gracia y
matando sus almas al hacerlas cometer el pecado, sobre todo, el pecado mortal.
La vida que da el Buen Pastor –“el buen Pastor da su vida por las ovejas”- es la
entrega literal de su vida en la Cruz y la actualización de esa entrega en la renovación
sacramental del sacrificio de la cruz en cada Santa Misa, por la Eucaristía.
“Yo
soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí (…) y doy
mi vida por las ovejas”. En la actualidad, por el destrato que dan a la
Eucaristía, muchas ovejas no parecen conocer la voz del Pastor, que nos habla
desde el sagrario. El Buen Pastor nos habla desde la Eucaristía y nos advierte
que el Lobo infernal está en el mundo; así como un pastor llama a sus ovejas,
así el Buen Pastor Jesucristo nos llama desde el sagrario y los que reconocemos
su voz debemos acudir ante Él y postrarnos ante su Presencia Eucarística y así
ser protegidos del Lobo infernal y ser preservados de la noche oscura que se
avecina; debemos escuchar la voz del Buen Pastor que nos llama desde la
Eucaristía, para recibir el consuelo del Amor de su Sagrado Corazón y para
prepararnos para ingresar, amparados por su gracia y misericordia, el día en el
que el Buen Pastor nos llame, al Reino eterno de los Cielos.
[1] Esta creencia grotesca afirma,
entre otras cosas absurdas, que Jesús sería el capitán de una confederación
intergaláctica, esperando aterrizar llegado el momento.
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