(Ciclo
B – 2018)
Los discípulos de Emaús se alejan de Jerusalén
apesadumbrados. En el camino, se encuentran con Jesús resucitado, pero no lo
reconocen y lo tratan como a un “forastero”. Jesús camina con ellos y en el
camino les explica las Escrituras y todo lo relativo al misterio pascual de
muerte y resurrección del Mesías. Solo cuando están sentados a la mesa, y en el
momento en el que Jesús “parte el pan”, solo entonces lo reconocen y Jesús
desaparece.
La actitud de los discípulos de Emaús es similar a la
actitud de todos los discípulos, sin excepción, antes del encuentro y el
reconocimiento de Jesús resucitado: antes de reconocerlo, están acongojados,
apesadumbrados, tristes; todos han quedado con las imágenes crudelísimas del
Viernes Santo y con el silencio triste del duelo del Sábado Santo; todos
parecen recordar que Jesús había dicho que iba a resucitar, pero no parecen
creer en sus palabras; todos, en definitiva, creen en Jesús, pero en un Jesús
muerto, no resucitado. Incluso como en el caso de los discípulos de Emaús, que
se encuentran con Él cara a cara –también María Magdalena, en un primer
momento-, son incapaces de reconocerlo resucitado, aunque al ser sus
discípulos, obviamente, lo conocían en su vida terrena.
¿Cuál es la razón? La razón es que, para poder reconocer a
Jesús resucitado, vivo, glorioso, resplandeciente con la luz de la gloria del
Padre, es necesaria la luz de la gracia que, iluminando tanto la inteligencia
como la voluntad humanas, permitan al hombre conocer a Dios como Dios se conoce
y amarlo como Él se ama a sí mismo. En otras palabras, la resurrección gloriosa
del Señor Jesús, puesto que pertenece a un orden, el orden sobrenatural del Ser
trinitario divino, es imposible de alcanzar por las estrechas y reducidas
fuerzas de la creatura, sean estas hombres o ángeles. La resurrección gloriosa
de Jesús no pertenece al ámbito creatural y por lo mismo no es “racional”, en
el sentido de que pueda ser explicado con la razón creatural. Pero mucho menos
es “irracional”, en el sentido de que carezca de razón: es un hecho “supra-racional”
por derivarse del Ser trinitario divino y por lo tanto excede infinitamente las
capacidades de las inteligencias creadas, por lo cual se necesita la luz de la
gracia para poder reconocer a Jesús resucitado.
Es lo que le sucede a
María Magdalena después de que Jesús, infundiéndole su gracia, la llama por su
nombre; es lo que sucede con los discípulos de Emaús cuando Jesús, en la Santa
Misa –muchos autores afirman que la Cena con los discípulos de Emaús era una
Misa-, en el momento de la fracción del pan, infunde su Espíritu sobre sus
mentes y corazones y es esto lo que les permite ahora sí, reconocer a Jesús en
su condición de Hombre-Dios resucitado y glorificado.
“Hombres duros de corazón, ¡cómo les cuesta creer las
Escrituras!”. El reproche de Jesús a los discípulos de Emaús también es para
nosotros, porque muchas veces –si no siempre- entramos en la iglesia y vivimos
nuestras vidas como los discípulos de Emaús antes de reconocer a Jesús:
pensamos y creemos, en el fondo, que Jesús no ha resucitado y vivimos como si
Jesús estuviera muerto, como si Jesús no nos hubiera dado sus mandamientos. Y peor
aún, no solo no creemos que Jesús ha resucitado, sino que, en consecuencia, no
creemos que el mismo Jesús que resucitó glorioso, está lleno de la luz, de la
vida, de la gloria de Dios, en el Santísimo Sacramento del Altar, la
Eucaristía. Por eso el reproche de Jesús a los discípulos de Emaús, también es
válido para nosotros, y está encaminado a hacernos despertar a la vida de la
gracia.
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