“Jesús tomó los panes (…) y los pescados (…) dándoles todo
lo que quisieron” (Jn 6, 1-15). Contrariamente
a lo que afirma una exégesis racionalista, de que Jesús no multiplicó los panes
sino que lo que hizo fue “despertar” la bondad de quienes asistían a sus
prédicas para que estos compartieran sus panes y peces con los que nada tenían,
la interpretación católica de este pasaje afirma que Jesús, el Hombre-Dios,
realizó un verdadero milagro –es decir, usó su poder divino a través de su
Humanidad santísima- y multiplicó los panes y los peces. La hipótesis que sostiene
que el milagro de Jesús no fue de orden material, sino de orden moral y que
consistió en lograr que, por su buen ejemplo, los que tenían algo para comer
compartieran con los que no habían llevado nada, es de origen protestante y en
un todo contraria a la Tradición, al Magisterio de la Iglesia y al recto
sentido de las Sagradas Escrituras dado por los santos, teólogos, doctores y Padres
de la Iglesia, quienes interpretaron siempre en un modo unívoco este pasaje:
Jesús obró un verdadero milagro al multiplicar los panes y los peces y así dio
de comer a una multitud, que estaba hambrienta corporalmente, al tiempo que
demostraba, con ese milagro, que lo que Él decía de sí mismo era verdad: Él era
Dios Hijo encarnado, por cuanto solo Dios puede hacer un milagro de este orden.
En verdad, es más fácil explicar el milagro material –la interpretación
católica- que el no-milagro o milagro meramente moral –la interpretación
protestante, atea y agnóstica-. En efecto, siendo Cristo Dios, poseía la
omnipotencia divina, el poder divino, el mismo poder divino con el cual Él creó
–en unión de intención y voluntad con el Padre y el Espíritu Santo- la materia
del universo visible, las almas humanas, las almas animales y las almas
vegetales; poseía el mismo poder divino con el cual la Trinidad creó el
universo espiritual -para nosotros invisible- de los ángeles, una parte de los
cuales se rebeló contra el Divino Amor por propia voluntad. Al poseer esta
inmensa fuente de energía divina, podemos decir así, con la cual Dios creó el
universo visible e invisible, hacer un prodigio, como la creación de la nada de
los átomos y moléculas materiales correspondientes a las materias del pan y de
los pescados, no constituía nada, por así decir, con respecto al milagro que Dios
había hecho en cuanto Creador del universo visible e invisible. Así se explica
este milagro en el sentido ortodoxo católico, que es el sentido de toda la
Tradición y el Magisterio y de las mismas Escrituras.
Es mucho más difícil, por engorroso y por no ajustarse a la
verdad, explicar este pasaje según la doctrina protestante, atea y agnóstica,
que sostiene que Jesús hizo solo un milagro de orden moral y no material.
“Jesús tomó los panes (…) y los pescados (…) dándoles todo
lo que quisieron”. Si con este milagro Jesús demostró amor y compasión por los que
tenían hambre corporal, con nosotros demuestra un amor infinitamente más
grande, porque en cada Santa Misa multiplica para nosotros, no carne de pescado
y pan material, sino la Carne del Cordero de Dios y el Pan Vivo bajado del
cielo, la Sagrada Eucaristía, para saciar no nuestra hambre corporal, sino
nuestra hambre espiritual de Dios: sacia nuestras almas con el Ser divino
trinitario contenido en la Sagrada Eucaristía.
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