sábado, 6 de abril de 2019

“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”



(Domingo V - TC - Ciclo C – 2019)

         “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 1-11). Jesús salva a María Magdalena de ser lapidada viva, pues había sido encontrada en flagrante adulterio por los escribas y fariseos, observantes fanáticos de la ley, que la ponen a la vista de todos[1]. Además de ser una ley injusta, porque castigaba sólo a la mujer y no al hombre, era una ley bárbara, propia de épocas antiguas y atrasadas. Al ser un pecado flagrante, el adúltero, o más bien, la mujer adúltera, quedaba expuesta al escarnio público, con el agravante de que, según la ley, la mujer debía morir apedreada. Eso es lo que está sucediendo con María Magdalena y sus justicieros ocasionales cuando interviene Jesús, deteniendo al instante la acción al decir: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Antes de continuar con la lapidación, como llevaron a la mujer delante de Jesús, le preguntan a Jesús “¿Tú, que dices?”, pero no porque les importaran sus enseñanzas, sino porque querían tenderle una trampa: si decía que sí a la lapidación, lo ponían en contra de sus discípulos; si decía que no, lo ponían en contra de la Ley de Moisés. Pero Jesús no solo no cae en la trampa, sino los pone en un aprieto, haciéndolos pasar de acusadores a acusados, al llevar la cuestión al tribunal de la propia conciencia de quienes están juzgando a la mujer[2]: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Es decir, con la respuesta de Jesús, quienes están juzgando a la mujer, empiezan a ser juzgados por sus propias conciencias y cada uno toma cuenta de la hipocresía que están cometiendo: todos los que están lapidando a la mujer, todos los que tienen una piedra en la mano, inmediatamente reflexionan y se acuerdan no de uno, sino de muchos pecados que cada uno ha cometido en distintas épocas de la vida. Por lo tanto Jesús, con esta frase, los detiene en el acto, ya que cada uno sabe que no es puro sino pecador (aunque se declare exteriormente puro, como los fariseos). Esto no quiere decir que quien esté en pecado no pueda juzgar y aun condenar a un criminal, sino que pone en evidencia la hipocresía[3] de señalar el pecado del otro y condenarlo, mientras se es indulgente con el propio pecado. Como consecuencia de la intervención de Jesús la mujer pecadora, que muchos dicen que es María Magdalena, se ve libre y salva su vida.  
         “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. La frase de Jesús también se aplica para cada uno de nosotros, desde el momento en que somos rápidos y prontos para ver y acusar el pecado del prójimo, pero somos lentos, perezosos y ciegos para reconocer el propio pecado. Nuestras palabras, dirigidas contra el prójimo, cuando están cargadas de malicia, son como otras tantas piedras que lapidan a nuestros hermanos, sin darles posibilidad a defensa alguna. Cuando tengamos la tentación de criticar al prójimo en su pecado, recordemos la frase de Jesús: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, revisemos nuestra conciencia y nos daremos cuenta de que no estamos libres de pecado y que no podemos arrojar la piedra de la maledicencia sobre nuestro prójimo. Además, debemos recordar la regla de caridad para con el prójimo: “si se ha de hablar de un tercero ausente, que sean solo sus virtudes; en caso contrario, se habla de otra cosa”.
El Evangelio no se detiene en el pecado de la adúltera ni de los que la quieren apedrear puesto que el Amor de Jesús alcanza a todos: a los que la quieren apedrear, porque es una obra de misericordia hacerle ver a nuestro prójimo que está obrando mal: en este caso, les hace ver a los que quieren lapidar a la mujer, su hipocresía; a su vez, la Misericordia Divina alcanza también a la pecadora pública porque la perdona, con la condición de que “no vuelva a pecar”.
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Los católicos nos reconocemos públicamente como pecadores, al inicio de cada Misa, cuando rezamos el acto penitencial, por lo que, de entrada, no podemos decir: “Yo no tengo pecado”. Además, el Apóstol Juan dice que si alguien afirma que no tiene pecado, es un mentiroso: “Si alguien dice que no tiene pecado, es un mentiroso”. Como somos pecadores, si es que queremos estar libres de pecado, pero no para apedrear a nuestro prójimo -porque a nuestro prójimo debemos ayudarlo a levantarse de su pecado, debemos ayudarlo a cargar su cruz y no hacérsela más pesada-, acudamos al Sacramento de la Penitencia, lavemos nuestras almas en la Sangre del Cordero, alimentémonos con la Carne del Cordero de Dios y entonces sí acudamos a ayudar a nuestro prójimo, que puede ser, en algunas ocasiones, hacerle ver su pecado, para que se corrija, para que él también haga el mismo itinerario que nosotros. Este itinerario debe ser el propósito de la Cuaresma, pero no sólo de la Cuaresma, sino de toda la vida, porque seremos pecadores hasta el último día de nuestra vida.
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Las palabras de Jesús deben resonar en nuestras mentes y corazones para que seamos conscientes de que cuando estamos en gracia estamos ante la Presencia de Dios, para no perder la gracia y si la llegamos a perder, acudir al Sacramento de la Misericordia. De esta manera, toda la vida del cristiano debe ser una Cuaresma continua, en el sentido de que toda la vida, hasta el último instante, el cristiano debe estar examinando continuamente su alma, para que ante el menor pecado detectado, acuda al Sacramento de la Penitencia, lave allí su alma y se alimente con el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Ése debe ser el programa de vida de todo cristiano, no solo para la Cuaresma, sino para todo el tiempo que le quede de la vida terrena, para así poder ingresar a la vida eterna.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 725.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 725.
[3] Cfr. Orchard, ibidem, 726.

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