viernes, 19 de abril de 2019

Viernes Santo - Meditación de los dolores de la Virgen



          Luego de agonizar por tres horas en la Cruz, Jesús murió a las tres de la tarde, luego de lo cual, su Cuerpo fue depuesto de la Cruz, envuelto en una sábana mortuoria y llevado al sepulcro nuevo de José de Arimatea, excavado en la roca, tal como lo relata el Evangelio. Son los discípulos los que piadosamente descuelgan el Cuerpo de Cristo muerto en la Cruz y lo depositan en los brazos de la Virgen. Las lágrimas de la Virgen, que brotan de su Corazón Inmaculado y se vierten a través de sus ojos, limpian el Santo Rostro de Jesús, cubierto de sangre seca, de barro, de tierra, de lágrimas. La Virgen llora la muerte del Hijo de su Amor: con Él ha muerto la Vida porque Él es la Vida Increada y por eso la Virgen siente que en la muerte de su Hijo ha muerto una parte de Ella, que Ella ha muerto con Él. Pero la Virgen no se desespera ni se lamenta de su suerte: sabe que la muerte de su Hijo Jesús es del Divino Designio por medio del cual Dios ha de salvar a los hombres y por eso la acepta, la comparte y la ofrece con todo el Amor de su Inmaculado Corazón. Pasado un tiempo, los fieles discípulos, encabezados por José de Arimatea, se dan a la tarea de retirar a Jesús de los brazos de la Virgen y de colocarlo en la Sábana Santa, para trasladarlo en fúnebre procesión hasta el sepulcro nuevo, excavado en la roca. Allí será colocado el Cuerpo muerto de Jesús. La Virgen, caminando lentamente y con el rostro bañado en lágrimas, tanto es su dolor, acompaña al cortejo fúnebre hasta el sepulcro. Los discípulos depositan el Cuerpo de Jesús en el sepulcro nuevo y, luego de un respetuoso silencio, abandonan todos el lugar, siendo la Virgen la última en hacerlo. La Virgen llora en silencio, pero en su más profundo interior, está convencida de que su Hijo ha de resucitar, tal como Él lo ha prometido. Ella confía en las palabras de su Hijo Jesús y sabe que Él no miente y que cumple todo lo que promete. Esta dulce espera en la Resurrección es lo que calma, a duras penas, el dolor que la invade como de a oleadas, cada tanto, porque en el Corazón de la Virgen se encuentra todo el dolor del mundo, todo el dolor de la humanidad, que por el pecado se aleja de su Hijo Dios y hasta tal punto, que lo ha crucificado.
         El hecho de que el Cuerpo de Jesús haya sido depositado en un sepulcro nuevo, sin usar, y que sea la Virgen la que acompañe a los discípulos a depositarlo allí, tiene un significado sobrenatural: el sepulcro nuevo indica el corazón del hombre que, por la mediación de la Virgen, comienza de a poco a vivir la vida de la gracia, recibiendo a Jesús en su corazón, el cual habrá de iluminarlo con el esplendor de la gloria de la divinidad, la misma gloria del día de Resurrección.
         Llora la Virgen en silencio la muerte de su Hijo Jesús, y llora también por la muerte de sus hijos adoptivos, que por el pecado está muertos a la vida de Dios; pero el llanto está acompañado por la dulce espera de la Resurrección. La Virgen sabe que su Hijo, depositado en el sepulcro nuevo, resucitará y volverá a la vida de la gloria, para ya no morir más, el tercer día, como lo prometió. La Virgen sabe también que con la Resurrección de su Hijo Jesús, habrán de volver a la vida todos aquellos que reciban en sus corazones, como otros tantos sepulcros excavados en la roca, al Cuerpo de su Hijo Jesús, el Cuerpo glorioso y resucitado de Jesús en la Eucaristía.
         Llora la Virgen en silencio, llora la muerte de su Hijo y de sus hijos adoptivos, pero en el llanto hay un dulce dejo de alegría por la futura y próxima Resurrección del Hijo de su Amor.


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